Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cuba, Cambios

Cuba y la tesis errada del “empoderamiento”

Este artículo es parte de una serie de tres, que serán presentados con una semana de separación

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Bajo la autorización de la vara ejecutiva que le otorga la democracia norteamericana, el gobierno del presidente Barack Obama restableció, de jure, las relaciones diplomáticas con Cuba comunista. Era de esperar que un paso político de tanta proporción viniera cargado con una racionalización confeccionada con sazón bien aclimatado para los tiempos que vivimos. Ya The New York Times, actuando en capacidad de agente de publicidad no-oficial de la actual administración estadounidense, venía anunciando la trama de este drama político.

Entre los argumentos más sobresalientes de la proposición de fundar el puente de la coexistencia (término no tan nuevo, tal vez un poco en desuso, pero válido de igual forma) que conectaría a la democracia funcional más antigua del mundo con la dictadura americana más longeva, es que las relaciones servirán para “empoderar” al pueblo de Cuba. Esto viene secundado con la simbología que trae los efectos visuales expresados como uno de contacto de “pueblo a pueblo” (people to people). Añaden que esto da fin a la percibida estrategia norteamericana de “aislamiento”. Mientras algunos aplauden el sendero de deshielo entre Washington y La Habana, otros entienden este global warming (“calentamiento global”) político como el debilitamiento de la capa ambiental que protege a Cuba contra los daños potenciales de oxigenar una brutal dictadura comunista.

Expertos catalogan este curso de acercamiento como una “política de acoplamiento, diálogo o conciliación” (engagement). Esta postura estratégica va contraria a la “política de confrontación”. La primera plantea que el acercamiento entre una democracia y una dictadura repercuta favorablemente en el advenimiento de la democracia. El segundo va en dirección contraria. La lógica de la política de confrontación radica en retar a la dictadura en numerosos frentes que pueden incluir el económico, el ideológico, el bélico (abiertamente o encubierto), el diplomático, el legal, la asistencia a la oposición, etc. Esto forzaría idealmente a la dictadura, en ánimo de supervivencia, a ejercitar un debilitamiento de su dominio absolutista por las presiones internas de cohesión a su poderío, la falta de recursos para reprimir y cuestiones de logística. Sostenida decididamente y con consistencia, los efectos de la política de confrontación, busca frontalmente contribuir al cambio en el ámbito político, que es donde radica el problema principal de una dictadura. La política de acoplamiento, en cambio, posee en su arsenal persuasivo como principal ingrediente: el comercio. En otras palabras, su argumentación fundamental está sustentada sobre un determinismo económico.

Ambas estrategias pueden acreditarse éxitos y fracasos. Por supuesto que emitimos el juicio cualitativo del resultado vinculando el mismo a su capacidad de haber contribuido (o no) a producir procesos de democratización fructuosos. El factor medular que determina el resultado (éxito o fracaso) ha demostrado ser, no el curso medido aisladamente per se, sino si la receta es la apropiada para el tipo de mal. Dicho de otra manera, más que una cuestión de cuál es mejor, lo seminal es compaginar la estrategia con el modelo dictatorial para producir el resultado deseado: la libertad y la democracia. La política conciliatoria (engagement) ha tenido gran éxito en dictaduras de carácter netamente autoritarias. Estas son el tipo de despotismo donde se ejerce un control absoluto del poder político, pero el ámbito económico y el social nunca cayeron bajo el dominio dictatorial político.

Clásicamente, estos regímenes no-democráticos no poseen una ideología radical que los rige. Al dejar que la economía permanezca en manos privadas (de jure y de facto) y al no alterar el orden social, la sociedad civil, esencialmente, se preserva. El impacto favorable que tiene el curso de acoplamiento en los casos de las dictaduras autoritarias es que el comercio que brota de esa relación entre la democracia y el modelo autoritario, llena de mayores fuerzas a la sociedad civil (recuerden que esta nunca se desmanteló).

Consecuentemente, la sociedad civil presente en el autoritarismo, a medida que crece la economía y se amplía la riqueza, extiende su presión a la clase política que, invariablemente, tarde o temprano inician un proceso de liberalización en el modelo político. En otras palabras, la sociedad civil queda más empoderada gracias al auge en el comercio que engendró riqueza y debilitó la estructura gubernamental.

Esta postura ha sido sostenida por muchos politólogos, con Seymour Martin Lipset entre los más destacados, y le han llamado la teoría de modernización. Este modo de promover la democracia ha sido muy efectivo en la aniquilación del autoritarismo. Taiwán, Corea del Sur y Grecia son algunos ejemplos de esta corriente. Sin embargo, dicha estrategia no ha hecho ninguna huella cuando se ha aplicado en dictaduras totalitarias. Todo lo inverso.

Ejemplos de ambas políticas, puestos en práctica con dictaduras totalitarias, los hemos visto llevar a cabo con la Unión Soviética y el comunismo soviético y China.

Quitando el intercambio comercial que hubo durante la Nueva Política Económica de 1921 y la Segunda Guerra Mundial, EEUU mantuvo una política de confrontación en sus relaciones con la URSS y sus satélites. Probablemente de no haber sido por la careta de oxígeno que ciertas empresas estadounidenses le extendieron al régimen bolchevique y después como “aliado” contra el fascismo, el comunismo soviético se hubiera desmoronado mucho antes de la caída del Muro de Berlín. Una estrategia de contención y luego con Ronald Reagan, de reversión, la URSS y su imperio se vio obligada a instituir reformas para intentar evitar la inevitable implosión.

Con China, la nefasta política de coexistencia que Nixon propulsó, demuestra, emblemáticamente, lo equivocado de pensar que con una economía con apego al mercado, abierta a la inversión extranjera, con acceso al crédito internacional y más de sesenta y cinco millones de turistas foráneos cada año, pudiera traer la democracia.

La comercialización y el intercambio material que la política de conciliación se basa para proponerse como mecanismo efectivo para promover la democratización, no tiene un solo caso de éxito cuando se refiere a dictaduras como la de Cuba. ¡Absolutamente ningún caso! Aclaremos este punto indiscutible: Cuba es una dictadura totalitaria. El hecho de que los parámetros de la tolerancia, en ciertos terrenos, se hayan extendido o que las relaciones de producción o la noción de la propiedad “privada” se haya revisitado, no aleja ni un ápice a Cuba de la categoría de ser esta una dictadura donde rige un régimen de corte de dominación total. La esfera económica y la social, está totalmente dominada por el poder político dictatorial. La semántica oficialista sigue rugiendo la mentalización de la lucha de clases. Recuerden, los comunistas que acordaron vivir sus vidas como comunistas practicantes, fueron muy pocos. Ni siquiera Marx tuvo el decoro de practicar lo que Engels, su socio y sostén financiero entrañable, inventó.

La tesis del empoderamiento de la sociedad civil cubana, dentro del actual modelo dictatorial, es una quimera. Explicaré por qué y es muy sencillo. Igual que existe mucha desinformación en cuanto a la diferenciación entre una dictadura autoritaria y una totalitaria, también existe gran confusión en cuanto a modelos económicos.

El capitalismo ha sido considerado como un complemento natural del modelo político que es la democracia. Eso es cierto. El problema está en no comprender que el capitalismo urge, para retener su autenticidad, un formulario donde la competencia pueda expresarse tanto por los productores, los trabajadores y los consumidores. Cuando la libre competitividad entre los tres actores mencionados queda sofocada por el Estado y este asume el papel direccional de la economía (directa o indirectamente), para servir los propósitos políticos, ya se dejó de ser capitalista y se está navegando en los mares del mercantilismo o/y el corporativismo. Iremos más al grano.

En esencia la premisa del empoderamiento, en el caso cubano, es fallida porque reposa sobre una serie de suposiciones falsas. Recuerden que el raciocinio subyacente de la tesis es económico y establece que la economía es un agente de cambio político primario. Este punto, en sí mismo, es altamente debatible. Materialmente hablando, la riqueza y los estándares de vida han mejorado bajo el reloj de algunas dictaduras. Indonesia, China, Alemania nazi e Italia fascista son algunos ejemplos. Pero aún si la noción que el comercio y la globalización, (confundida por algunos por capitalismo), fuera la fuerza propulsora de la democracia, este argumento requeriría que reglas básicas del sistema de libre empresa estuvieran presentes. Eso es inexistente en Cuba.

Lo fundamental del argumento pro relaciones comerciales entre EEUU y Cuba, es que la sociedad civil se va a beneficiar al poder crecer e independizarse del Estado dictatorial. El entendimiento percibido va algo así: productores, trabajadores y consumidores podrían interactuar y el resultado final sería una sociedad civil más autónoma y poderosa. Eso es idílico. En Cuba comunista es el Estado/Partido el que dicta el comercio. Así lo dice la propia constitución dictatorial en su Artículo 18. Productores y consumidores no pueden interaccionar autónomamente. Solo se puede hacer por medio de las agencias oficialistas.

Esto quiere decir que el monopolio existente de la dictadura sobre la economía y la vida cotidiana del pueblo cubano, alcanzaría magnitudes superiores. El Estado despótico es el que posee las llaves exclusivas para la conducción de la actividad comercial. De manera que el incremento en la economía, solo fortalecerá el monopolio que tiene la dictadura sobre el ámbito económico y subsecuentemente, su control político. La sociedad cubana, en vez de ser más independiente, se convertirá más dependiente del régimen ya que ellos serán los que dan acceso al mercado, distribuyen la tecnología, facilitan el crédito, extienden las concesiones comerciales, escogen los trabajadores, los productores y determinan lo que los consumidores pueden consumir a gran escala. La palabra “empoderar” no está alejada de la realidad. El problema es, que a quien se va a empoderar aún más, es al Partido Comunista de Cuba.

China comunista y Vietnam nos han iluminado en este sentido con evidencia irrefutable. Hoy, treinta y siete años desde que China lanzó su “socialismo con características chinas” y veinte y nueve desde que Vietnam se encaminó en su Doi Moi o “economía de mercado orientada al socialismo”, vemos al comunismo asiático robusto, afianzado y muy, muy distante de tener ninguna semblanza con una democracia. Estas dictaduras lograron sobrevivir la muerte de sus fundadores y transmitir exitosamente la autoridad a sus respectivos partidos comunistas y retener el sistema despótico. Empoderados sí, pero no precisamente la sociedad civil china o vietnamita. ¿Por qué vamos a pensar que con Cuba las cosas van a ser diferentes?


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