El exilio se rezonifica
¿Y quiénes serán los protagonistas del 'tan esperado cambio' en el mapa político de Miami?
La TV Guía resumía en un par de líneas el argumento de la película Mar adentro, del director Alejandro Amenábar: "En una actuación estelar, aclamada por su absoluto control, Javier Bardem encarna a un activista parapléjico que luchó durante treinta años por su derecho a morir…". Esta escueta reseña me provocó tres pensamientos en tándem: primero, las mini-narrativas de TV guías son verdaderas obras maestras; segundo, activista parapléjico es un oxímoron; y tercero, la noción de "activismo" es una categoría política camuflada en la jerga de la dinámica.
Y si era posible hacer activistas de parapléjicos, me pregunté entonces, ¿qué híbridos monstruosos no nos tendría reservados la incubadora liberal? La respuesta nos llega de Miami, capital del insufrible exilio cubano. A mediados de año, durante un encuentro académico en UC Irvine, la señora Silvia Wilhem, creadora de la ONG Puentes Cubanos, la expresó de esta manera: históricamente, los exiliados votaron por los republicanos, pero todo eso está a punto de cambiar —el exilio cubano se rezonifica—.
Para empezar, hay que dejar claro que la idea de una rezonificación —en el mapa político de Washington, Miami o La Habana— es una idea popular, surgida de abajo, pero rechazada por el aparato partidista; se trata de una situación que ni el Partido Demócrata ni el Partido Comunista Cubano desean o anticipan con demasiado entusiasmo. Si fuera por ellos, cargaríamos otros cuatro años con los Castro, o con los Clinton —Chelsea y Mariela incluidas—. Y si es cierto que Miami se cansó por fin de los congresistas Lincoln Díaz-Balart e Ileana Ros-Lehtinen, habría que preguntarse si no fue Bill Clinton el Díaz-Balart de los demócratas, e Hillary, su Ileana.
El hecho es que "el problema cubano" de las elecciones legislativas se ha convertido en otra campaña propagandística; y que otra vez la política liberal llega dándose ínfulas de "movimiento". Sólo que esta maniobra, a la que se han afiliado izquierdosos de medio mundo, tiene, además, todas las trazas de un "putsch". No es por las buenas que los Hermanitos Pimpinela dejarán sus banquetas, pues es sabido que "todo cuerpo preservará su estado de reposo a no ser que sea obligado por fuerzas impresas a cambiar su estado". Evidentemente, habrá que putschearlos.
Barbaridades históricas
"Grandes problemas en la Pequeña Habana", es el sombrío pronóstico de Tim Padgett, en su reciente artículo para Time; mientras que Arturo López Levy, en CUBAENCUENTRO.com clama a voz en cuello por un "Tiempo de cambio". David Brooks, desde La Jornada, asegura que el poder del exilio cubano "se tambalea". Y otra vez López Levy, viendo el barco irse a pique, descarta a los Díaz-Balart como "un fardo", mientras que David Hernández, del Huffington Post(¿Podrán ganar los demócratas en el Miami cubano?), los tilda de "sobrevivientes de un antiguo clan político… cuyo patriarca, Rafael, sirvió en el congreso cubano durante la dictadura de Batista".
López Levy pasa enseguida, como es su costumbre, a desarrollar el tema batistiano: "En Cuba, los Díaz-Balart son percibidos como baluartes del batistato. Claro que ellos no tuvieron nada que ver con el golpe del diez de marzo. El lío es que adoptaron con orgullo el legado. Los amorosos nietos chantajearon a FIU, poniéndole a la escuela de leyes el nombre de su abuelo Rafael, un ministro batistiano, vistiéndolo de demócrata ejemplar".
Es importante volver aquí sobre el tema del batistato, pues es en tanto representantes de esa era imaginaria que Mario y Lincoln Díaz-Balart son considerados herederos de un conservadurismo "recalcitrante" (Raúl Martínez, en La Jornada: "…al cubano lo tienen identificado como a otro tipo de hispano, republicano, recalcitrante, conservador…") o "intransigente" (Joe García, también en La Jornada: "…alguna gente utiliza la palabra 'intransigencia' con orgullo"). En otras palabras: lo recalcitrante y lo intransigente les viene a los Díaz-Balart por el lado de Rafael, que sirvió en el congreso de la "dictadura", y que vendría a ser el abuelo del conservadurismo moderno.
Si en la etiología castrista el golpe del 10 de marzo fue la causa eficiente del sangriento asalto al Cuartel Moncada, la rezonificación política de Miami deberá ser, a la larga, otra secuela de lo mismo.
Lamentablemente, la historiografía oficial —a la que Levy se acoge en calidad de voluntario— borró de los libros a este "cuñado", dejando a una generación de nietos acubanados la insípida tarea de chantajear prebostes con tal de ponerle el nombre del maldito a una escuela de leyes. De los escasos discursos que sobreviven del congresista Rafael Díaz-Balart y Gutiérrez (1926-2005), hay uno que, según creo, bastaría para salvarlo del oprobio; uno en particular, que atormentará la conciencia de todas las generaciones de cubanos por venir.
Se trata del alegato contra la amnistía concedida a los asaltantes del Cuartel Moncada —"No me han convencido en lo más mínimo los argumentos de la casi totalidad de esta Cámara a favor de esa amnistía"— que el joven legislador pronunció en mayo de 1955, ante el congreso de la República de Cuba, en los momentos en que era líder de la mayoría, y presidente del comité parlamentario de esa misma Cámara:
"Ellos no quieren paz. No quieren solución nacional de tipo alguno, no quieren democracia ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la mas bárbara tiranía, una tiranía que enseñará al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en veinte años. Porque Fidel Castro no es más que un psicópata fascista, que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del comunismo internacional, porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y solamente el comunismo le daría a Fidel el ropaje seudo ideológico para asesinar, robar, violar impunemente todos los derechos y para destruir en forma definitiva todo el acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de nuestra República".
A pesar de su aterradora elocuencia, el congreso desestimó el alegato del "batistiano" Díaz-Balart, y ratificó la amnistía a los fidelistas, convirtiéndose así en un legítimo instrumento del poder revolucionario —y en la partera del castrismo—. Es por eso que el batistato no requiere apologistas: el documento La Historia me absolverá, considerado apriorísticamente, constituye la más perfecta defensa del Antiguo Régimen.
El discurso de Díaz-Balart ilustra, además, este caso curioso del pensamiento lógico (Aristóteles, Sobre la interpretación, X): el de las proposiciones enunciadas en el pasado que hablan del (entonces) futuro. Si dos proposiciones predicen resultados opuestos, una de ellas (por el principio del tercero excluido) deberá cumplirse y, por tanto, (por el principio de la necesidad del pasado) ha de ser necesaria. De manera que, el futuro, (incluido cualquier aspecto que normalmente se tomaría como contingente y, por lo tanto, abierto al azar y a la deliberación) es tan necesario como el pasado. Batista, en su Ideario (Prensa Indoamericana, La Habana, 1940), parece coincidir con Aristóteles: "Seremos felices mañana, si el destino nos brinda larga vida, cuando lleguemos a la conclusión de que lo pasado también fue necesario, de que lo que estamos pasando es indispensable".
Monstruosidades lógicas
Creo haber demostrado que la doctrina liberal abunda en barbaridades históricas; a continuación intentaré demostrar que el candidato demócrata Joe García pertenece a la categoría de las monstruosidades lógicas. Pues sucede que, si Joe García es la esperanza blanca del 18vo Distrito, la sucesión parlamentaria se presentaría, entonces, como el legado de la más recalcitrante de las organizaciones anticastristas. Los padres de la Fundación Nacional Cubano Americana habrían sido capaces de producir los líderes democráticos del futuro, algo que viola por lo menos uno de los axiomas centrales del liberalismo.
La campaña mediática contra los congresistas republicanos es, a todas luces, autonegadora: o la izquierda se equivocó con respecto a la Fundación, o Jorge Mas Canosa encarnaba el auténtico "activismo". (Los filósofos han interpretado el castrismo de varias maneras: el asunto es cambiarlo —reza la doctrina de la FNCA—). El papel que la izquierda le ha asignado a Joe García es insostenible y, sin dudas, mucho más contradictorio que el de "activista parapléjico": el demócrata de la Fundación.
Aún más difícil de entender es el extraño caso del alcalde Raúl Martínez. Me ahorro la revisión fatigosa de legajos y recortes de prensa, y remito a mis lectores a los archivos de la corte de apelaciones, ricos en arqueología raulista. Sus nueve períodos presidenciales —pues Hialeah, para información de los recién llegados, fue gobernada durante dos décadas con la criminal incompetencia de eso que el profesor Darío Moreno se llenaba la boca para llamar una república bananera— equivalen a una larga tiranía, y si fueran testimonio de algo, sería más bien de nuestro fracaso, de nuestra inercia y de nuestro inveterado jingoísmo.
La "Ciudad que Progresa" de Raúl Martínez es el modelo de un desastre cívico, de un descalabro ecológico, y de una debacle urbanística; un ejemplo de lo que nunca debió ser. Raúl Martínez significó la pesadilla de los dueños de casas que vieron los lotes vecinos convertidos en cuarterías de bajos recursos; y de los santeros, que vieron sus derechos civiles acorralados por los intereses mezquinos de la alcaldía. El politiquero que se valió de la fama de su padre, Chin Martínez, para acaparar votos de viejitos nostálgicos —el que se arropó en la bandera para salir absuelto de los cargos por corrupción administrativa—, ahora se distancia desdeñosamente del exilio histórico.
El partido de la diversidad puede ser, a veces, un partido monocorde y monolítico, y lo peligroso del mantra demócrata es cuán al pie de la letra lo repiten sus numerosos ventrílocuos: Arturo López Levy parece hablar sentado en las piernas de Silvia Wilhem; Silvia en las de Tim Padgett; Tim en las de David Brooks, y David en las de Arianna Huffington.
Si es verdad que ha llegado la hora del tan esperado cambio en la política de Miami, sería grotesco venderle al exilio —y al mundo— la idea de que esa rezonificación viene de la mano de Raúl Martínez. Pareciera que por el simple hecho de ser republicano, el exilio hubiese vivido en culpa, y que después de llevar una R amarilla en el pecho, los próximos comicios le ofrecieran la oportunidad de convertirse. Para tal efecto, un renegado de la vieja "mafia de Miami" y un viejo zorro de la politiquería bananera son erigidos en salvadores; mientras que colombianos, argentinos, mexicanos y nicaragüenses harán comparsa y servirán de cuña.
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