Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Tiempo de cambio

En las próximas elecciones de EE UU, el exilio debe votar por políticos que representen la transformación que se avecina.

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"Te dije que estaba enfermo", decía el epitafio de una tumba campestre en Camajuaní. La frase sirve para describir la política de los congresistas Lincoln y Mario Díaz-Balart. Está enferma. Sus electores pierden viviendas y declaran bancarrotas en números récords. Mayorías significativas en sus distritos rechazan las restricciones que ellos auspician contra las visitas familiares y el envío de remesas a Cuba. Sin embargo, Lincoln y Mario siguen dándole al mismo órgano con el mismo pedal.

A diferencia de Cuba, en Estados Unidos las elecciones tienen más de un candidato al congreso por escaño. ¿Cómo se cura la enfermedad de los Díaz-Balart? Eligiendo a sus oponentes.

Dos viejas maracas

De cara a las elecciones de 2008, la pregunta clave del exilio cubano es cuáles candidatos defenderán mejor los intereses de la comunidad en EE UU y manejarán con flexibilidad las dinámicas emergentes en Cuba y la política de EE UU hacia la Isla. Cambio es la palabra de orden. Se necesitan políticos que: 1) representen los cambios del exilio en la última década; y 2) posean el juicio para liderar las transformaciones que se avecinan.

Los distritos electorales que eligieron a los Díaz-Balart han cambiado. Una señal importante es que John Kerry ganó las elecciones en Miami-Dade en 2004. Los nuevos ciudadanos, llegados de Cuba y otras partes de América Latina, perciben la política de EE UU hacia Cuba con más complejidad que la hostilidad total de los Díaz-Balart. Nuevas generaciones de cubanoamericanos, crecidos en la cultura democrática estadounidense, rechazan la forma extremista e ignorante de sus problemas cotidianos con la que los Díaz-Balart dicen representarlos.

Por décadas, el partido republicano ha considerado el voto cubano como seguro. Eso permitió a los Díaz-Balart maraquear monótonamente sobre Cuba, sin prestar atención a los temas cotidianos de sus constituyentes en EE UU. Desde 1994 hasta 2006, el congreso estuvo en manos republicanas. Lincoln era parte del liderazgo. Nada se hizo para mitigar la tragedia que se avecinaba en el mercado inmobiliario. En el próximo congreso, con mayoría demócrata casi segura, será difícil que representantes tan partidistas, a la derecha de Atila, puedan atender efectivamente sus distritos.

En el tema cubano, los Díaz-Balart son un fardo. Su estilo histérico contrasta con la imagen pausada de una nueva hornada de políticos cubanoamericanos, incluyendo los dos senadores. En Cuba, los Díaz-Balart son percibidos como baluartes del batistato. Claro que ellos no tuvieron nada que ver con el golpe del diez de marzo. El lío es que adoptaron con orgullo el legado. Los amorosos nietos chantajearon a FIU, poniéndole a la escuela de leyes el nombre de su abuelo Rafael, un ministro batistiano, vistiéndolo de demócrata ejemplar.

Los Díaz-Balart convirtieron el anticastrismo en una industria, diseñada sin supervisión. Señal de los nuevos tiempos es que el congreso estadounidense investiga las irregularidades y atracos que bajo pretextos democráticos han tenido lugar. Es cuestión de tiempo que las investigaciones se extiendan a las relaciones incestuosas entre los Díaz-Balart y grupos como el Centro para una Cuba Libre, dirigido por Frank Calzón, donde pululó el desfalco de la ayuda monetaria a la disidencia.

Una oportunidad singular

Derrotar a los Díaz-Balart no es coser y cantar. Son conocidos en sus distritos, especialistas en etiquetar como castristas a sus adversarios y postulan en áreas de mayoría republicana. Este año, sin embargo, tienen un inventario en contra. Para empezar, sus oponentes, Raúl Martínez y Joe García, son conocidos políticos cubanoamericanos. Martínez fue alcalde de Hialeah por nueve períodos. García fue director ejecutivo de la FNCA y es el presidente del partido demócrata en el condado Dade.

No es sueño. Reconociendo a Martínez y García, el Comité Nacional Demócrata calificó sus distritos como de probable cambio partidario y anunció que va a invertir 1.4 millones en anuncios televisivos en el sur de la Florida. El distrito donde Joe García postula contra Mario Díaz-Balart registra una mayoría republicana mínima de treinta y nueve por ciento, contra casi un treinta y cuatro por ciento de demócratas y casi un cuarto de electores independientes. La prestigiosa encuesta Gallup identificó nacionalmente, en junio de 2008, que el número de personas registrándose como demócratas era doce puntos mayor que el de las republicanas. Si las tendencias nacionales prevalecen, Mario está sentado sobre una olla caliente.

En 2008, al combinarse los comicios al congreso con los presidenciales, la participación electoral aumenta. Contrario a la predicción sobre una elección norteamericana reñida de Ramón Sánchez Parodi en Granma, la mayoría de los modelos de elecciones en EE UU, basados en patrones históricos, dinámicas del ciclo electoral y las encuestas a nivel federal y estatal (www.realclearpolitics.com), apuntan hacia una victoria relativamente holgada para Obama y los demócratas en la presidencia y el congreso.

La marca republicana es una roca colgada al cuello. El presidente Bush, el rostro del partido en los últimos ocho años, tiene bajísimos índices de aprobación. La invasión innecesaria de Irak, apoyada por los Díaz-Balart, cuesta mensualmente —según cálculos del profesor de la Universidad de Columbia Joseph Stiglitz— 13.000 millones de dólares.

Otra jornada gloriosa

En Miami, muchos no practican la democracia que predican para Cuba. El propio Raúl Martínez ha sido víctima reiterada del macartismo. La mejor oposición al castrismo es un exilio plural, con alternancia en el congreso y respeto por las libertades civiles, no el unipartidismo del poder popular en reverso o las elecciones estilo Batista.

Victorias de Martínez y García pueden unir a los cubanos en torno a plataformas centristas de defensa de los derechos humanos y el diálogo en Cuba y el exilio. Para el que quiera visitar a su familia en Cuba, es racional contribuir para elegir a García y Martínez. Los veinticinco o cincuenta dólares que usted no done a esas campañas, los Díaz-Balart se lo quitarán varias veces en el recargo de los viajes a Cuba por terceros países, con el peligro de una multa por violación de regulaciones federales.

El embargo de Estados Unidos, así como una política para reclamar propiedades, con efectos éticamente inaceptables y contraproducentes, está afortunadamente en crisis. En los próximos años, el exilio arriesga que, por falta de flexibilidad y principios, un cambio de política en Washington ignore su legítima agenda de reconciliación, derechos humanos y participación, esencial para resolver con justicia el conflicto civil entre cubanos y entre Cuba y EE UU. Se necesita políticos capaces de defender esa agenda, flexiblemente y con coherencia. Es tiempo de otra jornada gloriosa. En las urnas.


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