Actualizado: 23/04/2024 20:43
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El heroísmo como coartada

En las circunstancias del totalitarismo, la decisión racional de la mayoría es evitar la confrontación suicida con el poder.

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En Carta Abierta a Serge Raffy (autor del libro Castro L’Infidele), publicada por Cuba Solidarity Project con remitente Jacques-François Bonaldi, se censura que: "Lo que no puedo perdonarle es que haya tenido el tremendo descaro de dedicar su esperpento 'al pueblo cubano, heroico y mártir'. ¡Diablos, pero usted, Serge Raffy, lo desprecia a todo lo largo de su libro! Ante todo, uno se pregunta cómo un pueblo 'heroico' ha podido soportar durante cuarenta y cinco años al monstruo alucinante que usted describe… eso no es heroísmo, es borreguismo". Y es precisamente esa combinación de pueblo-heroico con fondo totalitario lo que me molesta a mí también, aunque, valga la aclaración, debido a razones completamente diferentes.

Lo cierto es que el binomio "pueblo-heroico" es un perfecto ejemplo de oximoron. El heroísmo es, por lo general, un acto individual. Ello implica el sacrificio de un individuo en aras de un ideal, como la independencia o un objetivo bien definido, salvar a alguien que se ahoga o lograr un milagro científico, después de batallar muchos años para lograrlo.

El héroe clásico es por naturaleza un ser desinteresado, alguien que ama a su pueblo más que a sí mismo y que es capaz de pasar exitosamente las pruebas más difíciles debido a que posee dos características fundamentales: grandeza de carácter y una voluntad superior a la de sus semejantes.

Éste se sacrifica, ya sea por convicción, religión o ideología, creyendo que pasará al más allá como parte de un grupo selecto de humanidad, creyendo que al morir le espera un premio: el olimpo, el paraíso, el honor de haber alcanzado la cima de los récords militares o científicos, el "agradecimiento eterno de la patria" o la bondad de un dios que perdona pecados a cambios de actos heroicos.

Adjetivos ilógicos

Sin embargo, el camino de la heroicidad no tiene que terminar irremediablemente en la muerte, muchos héroes alcanzan la gloria en vida, ya sea por sus aportes a la ciencia, el deporte, la educación, y después nadie los puede bajar de allí. Por ahí también pululan los héroes del momento, aquellos que actúan por intuición o instinto, sin saber por qué lo hacen.

De todas formas, con independencia de cómo es que se llega a ser héroe, esa condición esta vedada a la mayoría de la sociedad: los héroes son siempre los diferentes, los extraños, los semidioses, en fin la minoría. De ahí que el heroísmo de un pueblo entero sea una imposibilidad. Afirmar lo opuesto, un absurdo.

Si además de ello, dicho pueblo vive bajo el totalitarismo, entonces el adjetivo "heroico" se hace doblemente ilógico, ya que lo que prima en tal ambiente es la pusilanimidad, la conformidad, la aversión a la confrontación, en otras palabras el no-heroísmo.

En las circunstancias del totalitarismo, la decisión política racional de la mayoría es evitar el heroísmo, ya que lo contrario implica la confrontación suicida ante un poder tiránico, casi siempre dispuesto a utilizar sin contemplación su monopolio de los medios de destrucción, como ocurrió en La Habana durante el "maleconazo". Una cosa es sacar a colación la contradicción de que el heroísmo conviva con el totalitarismo, y otra muy distinta es pretender solucionarla con engañifitas, como aquello de negar por inferencia el carácter totalitario del régimen cubano.


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