Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Economía

El pago de la deuda externa: a vueltas con el embargo

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"El embargo priva a Cuba de 'recibir cuantiosos ingresos por exportaciones y bienes de servicios' y lo 'imposibilita' para 'asumir los pagos de su deuda externa'. Por ello, Cuba no puede asumir los pagos de su deuda externa debido al embargo de Estados Unidos", indica textualmente un artículo divulgado en La Habana por medios oficiales y enviado por correo electrónico a corresponsales extranjeros en la Isla, informó EFE.

Los argumentos no se sostienen, simplemente por la evidencia de los hechos.

La economía cubana es incapaz de producir lo que el mundo demanda. Además, sus necesidades internas no se pueden atender con la producción del país, por lo que debe recurrir al exterior. La combinación de estos dos factores sitúa a la economía cubana, con un modelo estalinista e intervencionista en proceso de descomposición, en un peligroso círculo vicioso cuya naturaleza, significado y consecuencias pueden ser evaluados en este trabajo.

¿Por qué la economía cubana no puede satisfacer las demandas de su población, con sus propios recursos? Porque el modelo de planificación centralizada, que suprime los derechos de propiedad y el mercado como elemento de asignación, no permite que los recursos existentes sean canalizados hacia los fines más adecuados. El régimen castrista, desde sus comienzos, cuando dilapidó en cuestión de meses el saldo positivo del comercio exterior, y las reservas del Banco central, por cierto bajo la dirección de ese "gran estadista" llamado Ernesto Guevara, ya se mostró como muy ineficiente en la aplicación de sus políticas económicas. El grupo de economistas cubanos prestigiosos, encabezado por Felipe Pazos, que contribuyó a elaborar la propuesta de modelo del "26 de julio", muy pronto comprendió que aquellos "revolucionarios" iban a poner la economía cubana patas arriba, y a destruir en poco tiempo su extraordinaria capacidad productiva.

Luego, la historia es bien conocida. La subvención soviética permitió al régimen concentrarse en sus proyectos belicistas e internacionalistas, y adormecer la fuerza transformadora de la sociedad civil, bajo un régimen de prohibiciones, racionamiento y escasez permanente. La pésima gestión de las finanzas públicas, los compromisos internacionales crecientes, la inadecuada aplicación de los beneficios obtenidos de una población educada y competente, han servido para que la economía cubana no pueda satisfacer con sus propios recursos las necesidades básicas de la población. Raúl Castro se ha entretenido recientemente en culpar a los trabajadores cubanos, que no tienen sindicatos libres que les defiendan, de su bajo nivel de compromiso y productividad, como si el régimen y sus instituciones políticas no fueran la única razón de esa actitud de desidia y desafección que existen en amplios sectores de la sociedad cubana.

Por otro lado, saber vender los productos y servicios en el exterior con rentabilidad, precisamente en aquellos países de América, Europa y Asia que, con la excepción de EEUU, han comerciado continuamente con la Isla, sin que el embargo haya supuesto inconveniente alguno, no resulta una tarea fácil para el régimen, porque existe un marcado desconocimiento de las técnicas comerciales, financieras y logísticas que caracterizan la economía global. El castrismo ha recurrido al "trueque" como instrumento comercial porque ese modelo fue el practicado durante décadas dentro del CAME, la agrupación creada por los países comunistas para sus relaciones de intercambio. Nada de comercio libre y abierto, en el que las reglas del juego son visibles y transparentes.

En tales condiciones, quién puede tener interés en adquirir productos y servicios cubanos. Ni siquiera el turismo consolida una posición competitiva a nivel internacional, por mucho que Manuel Marrero, viceministro del ramo, se empeñe en anunciar cifras imposibles de aumento del 13% para la actual temporada. Al final, níquel, cobre y maestros y médicos configuran los capítulos del comercio exterior, a cambio de petrodólares de Venezuela y las remesas que envían los exiliados a sus familiares, con los que se mantiene el modelo intervencionista y arcaico en la economía.

La deuda externa activa reconocida oficialmente por el régimen, de la que ha sido deducida la correspondiente al Club de Paris desde 2004, asciende según el Informe de CEPAL a 8.908 millones de dólares a finales de 2007, una cifra abultada, desproporcionada, y que representa 809 dólares por habitante, cuando el salario medio del país se sitúa en unos 18 dólares. Nada menos que 45 años necesita un cubano medio para poder pagar esa deuda herencia del régimen castrista. Lo peor de todo es que ni existen planes para su reducción o control, ni responsabilidad oficial alguna con relación a lo que supone como obstáculo al desarrollo económico y social del país. Es, sin duda, junto al envejecimiento de la población, uno de los grandes retos que esperan a la transición económica en el futuro.

Ahora las autoridades se preparan para un nuevo "salto" en las cifras de la deuda externa, como consecuencia de las reparaciones que exige la destrucción provocada por el paso de los huracanes. Las primeras estimaciones oficiales apuntan a daños por valor de 5.000 millones de dólares. En los mejores escenarios de productividad, las exportaciones medias cubanas no pasan de 3.000 millones de dólares al año, siendo el saldo de la balanza de servicios unos 7.900 millones de dólares. Cifras muy limitadas para un país que importa bienes por valor de 10.083 millones de dólares porque no posee capacidad para elaborarlos con los recursos propios. ¿Dónde está el embargo? El problema es de competitividad, de debilidad exterior, de falta de una adecuada definición de la posición que debe ocupar la economía cubana en el mundo.


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