Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Cuba, Disidencia, Oposición

El rediseño de la oposición

Después de décadas de marchar con la carreta delante de los bueyes, sonó la hora de poner los bueyes delante, considera el autor de este artículo

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Al examinar el nuevo panorama cubano, Carlos Alberto Montaner acaba de hacer diana política con la flecha del tiempo: luego de más de medio siglo de dictadura, los cubanos deben “diseñar alguna forma sensata y pacífica de tratar de recobrar la libertad”.

Desde 1976 tienen a mano el “voto libre, igual y secreto” para deslegitimar al gobierno, pero la percepción atinada de la fisura en el plano horizontal de la democracia (derechos humanos) se enturbió con la alucinación de otra fisura en el plano vertical (ejercicio del poder): que con sólo recoger firmas entre la gente se podían pedir leyes y plebiscitos antidictatoriales al poder legislativo de la propia dictadura.

Tal como la dictadura está “empeñada en negarles la sal y el agua” a los cubanos, según Montaner, los lidercillos opositores se empeñaron en tratar de recobrar la libertad de forma pacífica, pero insensata, con la idiotez de dar un paso atrás en la acción política y abogar por firmas inútiles en vez de por votos en contra del gobierno.

A la espera de que así ganaran la mayoría dentro, los poderes de afuera terminaron por cansarse y vienen pactando con la dictadura. Hasta Rousseau se reía de quienes “se imaginan que para ser libres basta con ser revoltosos” (Consideraciones sobre el gobierno de Polonia, 1772).

Domingos de represión

Para ir más allá de la revoltura, el 19 de mayo del año pasado Antonio Rodiles tomó la vía de quejarse por la demora en y pedir la ratificación de los pactos internacionales de derechos humanos, pero enseguida desistió, a pesar de la advertencia de que sin acción política racional “seguirá la rima de los espectáculos opositores hasta que La Habana y Washington pacten algo distinto para consumar en la paz aquella maldición que Kennedy le echó a Miró Cardona en la guerra: Your destiny is to suffer”. Así mismo fue.

Hoy esa rima prosigue como si nada en marchas dominicales que ya suman 17 sin sumar partidarios, pues apenas revuelven las redes sociales y la blogósfera cubiche con partes de personas detenidas y casos de brutalidad policial que no dan ni para la venta mediática. A este último efecto, la disidencia tendría que aportar a la cultura de masas globalizada lo que Lyndon B. Johnson exigió en 1965 para lavar la cara de la invasión de los marines a Santo Domingo: cadáveres sin cabeza.

La desesperada necesidad mediática provoca no sólo que el reality show de la oposición aburra, sino que suplante la labor política genuina de ganar prosélitos sin alboroto. Se da pábulo incluso a relatos de ficción como víctimas de la represión o blogueros que hacen temblar a la dictadura, activistas solitarios que organizan paros nacionales o plebiscitos de una sola pregunta o se codean con el próximo jefe de Estado y Gobierno, coaliciones disidentes que por consulta al MININT se enteran del plan de Raúl Castro para liquidar a los núcleos opositores en tres meses y tantos otros cuentos que espantan, sobre todo al recordar otra clave bien democrática de Rousseau: “Va contra las leyes de la naturaleza, comoquiera que estas quieran definirse, que un imbécil sea líder” (Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, 1754).

Intelectualidad inorgánica

Esa disidencia ya no tiene remedio. Nunca contó con autorreflexión crítica, sino mero wishful thinking. Rafael Rojas, por ejemplo, hizo sonar “la hora de la disidencia” con el Proyecto Varela (2002) y aun cifró en este disparate la estrategia para “seguir trabajando dentro de los estrechísimos márgenes que ofrece la Constitución”. Al filo de la reforma migratoria (2013) percibió “un cambio de sentido en la experiencia de la oposición en Cuba”: si antes “convertirse en un líder de la oposición significaba ser reconocido internacionalmente”, ahora tenía que construirse “un liderazgo dentro de la Isla, de cara a una joven comunidad politizada”.

Así que después de décadas de marchar con la carreta delante de los bueyes, sonó la hora de poner los bueyes delante. Demasiado tarde. No hubo ni habrá cambio de sentido en la experiencia opositora. En las elecciones populares (2015) fueron propuestos apenas dos disidentes de a pie y ninguno de los lidercillos aerotransportados. Su experiencia de la oposición continúan siendo viajes y reuniones en diversos puntos del mundo global y planes de transición a la democracia tan ineficaces como el Proyecto Varela.

Coda

Diseñar ahora una forma sensata y pacífica de tratar de recobrar la libertad sería más bien rediseñar: soltar el lastre de los lidercillos y buscar líderes empeñados en ganar, en vez de seguidores on line, partidarios de carne y hueso que anulen o dejen en blanco sus boletas electorales en vez de estampar sus firmas en papeles inservibles. El corolario sería que las inversiones extranjeras para la democracia en Cuba tendrían que encauzarse hacia los sectores empresarial y laboral privados.

De lo contrario, la flecha del tiempo seguirá avanzando a favor del gobierno por entre las engañifas y los alardes opositores de siempre. Hasta ahora cualquier cosa —desde un proyecto alucinante o un panfleto absurdo hasta una reacción del gobierno— se ha imaginado como hendija por donde entraría el Mesías opositor, pero a tal efecto la única hendija apropiada es aquella de la urna electoral.


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