Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Entre bárbaros

Carlos Lage, quien fuera el 'número tres' oficioso del régimen, busca su lugar en el nuevo esquema de poder.

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Reputado de discreto, la reciente salida de cauce del vicepresidente Carlos Lage debe haber llamado la atención a quienes le siguen los pasos. El claro error de Lage tiene que ver con el arribo posible de visitantes a la Isla —cubanos y norteamericanos— desde Estados Unidos. Quien pareció una vez el delfín del poder máximo en Cuba, dijo que "es un acto de barbarie prohibirle a un ciudadano visitar a su familia".

Localizado en una zona fronteriza entre la ortodoxia (Fidel Castro y sus seguidores) y la temerosa ambivalencia de Raúl con respecto a la apertura, podría decirse que el vicepresidente del Consejo de Estado ocupa un no-lugar en el poder, o un locus por lo menos indeterminado.

La salida de Fidel Castro del gobierno en 2006 significó el alejamiento de Carlos Lage del lugar de las decisiones. Muchos cifraron esperanzas en que se convertiría en el segundo hombre del régimen, después de Raúl. Sin embargo, el comandante en jefe prefirió a José Ramón Machado Ventura, camarada de la Sierra y fundador del Partido Comunista.

De carácter más bien reservado, Lage no suele dar alaridos ni poner constantemente sobre la mesa la extravagante y patética disyuntiva de "socialismo o muerte". Dos generaciones más joven que Castro I, éste prefirió preservar su retiro con una figura de la vieja guardia, de las que no generan sospechas transicionistas, de las que en ningún modo, en fin, ponen en peligro al poder.

Un analista tachó a Machado Ventura como el más "ortodoxo" de los que están "contra las aperturas económicas y políticas". El oficialismo, por cierto, le atribuye eficiencias que desde cualquier punto de vista son cuestionables. Oriundo de San Antonio de las Vueltas, no se puede olvidar que Machado Ventura actúa sobre un sistema incapaz de genuina mejoría, y sobre todo en el bienestar de los ciudadanos.

Tampoco se puede olvidar que el arribo de Lage a la cima fue vertiginoso. Es el único que desde su segundo año en la dirección de la Unión de Jóvenes Comunistas se encaramó a miembro suplente del Comité Central del Partido (1982) y de aquí hasta el Buró Político en 1990.

Para no ser un escollo

Con tal de no convertirse en un escollo para el régimen, especialmente en lo que tiene que ver con los vaivenes de la percepción sobre la economía, Lage, con su fama de trabajador y austero, va adonde lo lleve la ola. Así, asciende su relevancia cuando los cambios son tan imprescindibles que amenazan al poder, y baja cuando ese mismo poder ha tomado una bocanada de oxígeno y ya no se consideran necesarios.

Tampoco son muy transparentes las ocupaciones de Lage en estos momentos. Si en una época era pública su responsabilidad en la economía (no pocos fuera de la Isla le llamaban primer ministro), y luego representaba al país en cumbres y reuniones internacionales, con una labor casi paralela a la del canciller Pérez Roque, ahora su perfil parece diluido.

Valdría recordar que ya en 2004, a dos años de que Machado Ventura ocupara el lugar que la mayoría de la población creyó que le pertenecía a Lage, Raúl Castro dijo que asumiría personalmente la supervisión del turismo y otros sectores claves. ¿Qué quedaba entonces para Lage?

Era otro salto atrás, momentos en que no se veía con buenos ojos continuar las reformas económicas y financieras. Para algunos es hoy una curiosidad que, cuando se iniciaba como jefe de la economía, en altos círculos del poder le llamaban, despectivamente, aunque en voz baja, "el pediatra". No hay que descartar que su condición de habanero —los oriundos de la capital constituyen una verdadera minoría en el Buró Político— tenga que ver con este tipo de comentario.

Además de médico, Lage se graduó en Sociología. En La Habana pocos se disgustarían, por otra parte, si le cambiaran su puesto actual por el de canciller. En la Isla se rumora que Pérez Roque no aparece entre las simpatías de Raúl.

Entre vientos y bandazos

El único camino que le resta a Lage es acomodarse a los rumbos, muy tornadizos, del viento. No hay otra manera de mantenerse en la cima de la política nacional. Y a tal situación responden las recientes declaraciones del vicepresidente, de 57 años. Son ciertamente ajenas a la prudencia —dentro de los cánones de la política que se hace en Cuba— del común de sus dichos.

Lage sabe perfectamente que existen muchas circunstancias creadas por el proceso isleño que son impresentables. Es muy difícil que él no conozca que La Habana es tan culpable como Washington por la prohibición "a un ciudadano de visitar a su familia".

Este "acto de barbarie" no es privativo de Estados Unidos. La barbarie en todo caso es bilateral, sólo que La Habana la aplicó primero y por mucho más tiempo, amplitud y profundidad que Washington. Todavía la aplica, y no únicamente contra quienes habitan en Estados Unidos, sino en cualquier sitio del planeta.

Al analizar la situación, el tiempo siempre es primordial. Prácticamente desde el triunfo mismo de la revolución se articuló una política que dividió a la familia, y son incontables los casos.

La decisión de Bush es una espina casi sin punta en un recio haz maniobrado, compactado, vertebrado a través de toda la historia de la revolución. Con perfecto derecho, el presidente electo Barack Obama puede hablar de inhumanidad al respecto, pero ningún personero del régimen de La Habana puede repetir sus palabras.

En sus relaciones del último medio siglo con Estados Unidos, es el régimen de Fidel Castro quien más dividió —y divide— a la familia cubana, y quien más inhumano ha sido, en este aspecto, con su propio pueblo.

Sólo la necesidad imperiosa de Lage de convencer de que él es un incondicional a la revolución y a su liderazgo dual, pudo desencadenar las lamentables declaraciones. Lage busca un auténtico lugar en el poder, y la búsqueda sin sosiego lo condujo al escandaloso tropezón.


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