Actualizado: 28/03/2024 20:07
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España, los disidentes y la libertad

La fiesta del 12 de octubre y el papel del gobierno de Rodríguez Zapatero en el futuro de la Isla.

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Ciertamente, nunca pensé que España, un país democrático, que respeta las libertades y los derechos humanos, que dedica cuantiosos recursos a la cooperación al desarrollo, que se sitúa a la vanguardia de las naciones que mayores esfuerzos vienen realizando para conseguir un mundo más justo y equitativo; en fin, que España, a través de su representante diplomático en La Habana, el embajador Carlos Alonso Zaldívar, fuera a tratar de una forma tan negativa e irresponsable a los grupos y colectivos que en Cuba luchan por la democracia y la libertad.

Lo sucedido en la Embajada el pasado día 12 de octubre, fiesta de la Hispanidad, que para los cubanos tiene una notable importancia política, social y cultural, produce indignación y no representa una actuación inteligente para el futuro de las relaciones entre los dos países.

Era conocida, desde hace tiempo, la posición del embajador Zaldívar. No iba a invitar a los disidentes a la embajada española en La Habana a la fiesta del 12 de octubre. La razón, también se conocía: no era intención del cuerpo diplomático español acreditado en la Isla provocar malestar en la dirigencia del régimen castrista. Desde círculos oficiales en La Habana se había venido destacando que, si la embajada invitaba a los representantes de la disidencia, se produciría un vacío de autoridades.

Nadie preguntó a Raúl Castro sobre su opinión al respecto. La decisión, parece ser, estaba tomada desde hace tiempo por el sector de los jóvenes radicales que rodean a Pérez Roque, y que siguen las pautas transmitidas desde el lecho por el propio Fidel Castro. Ellos fueron los que provocaron los incidentes cuando la cabalgata de los reyes magos. Ellos son los que no aceptan a España como país democrático.

El presidente José Luis Rodríguez Zapatero lo tuvo claro desde el principio. En contra de determinados sectores de su partido (PSOE), como el encabezado por Trinidad Jiménez, comprometida con la causa de las libertades en la Isla, designó a un antiguo militante comunista, Alonso Zaldívar, como embajador en La Habana. El objetivo era ganar la simpatía del régimen castrista.

No se sabe si este objetivo se ha conseguido. Tampoco importa demasiado que los burócratas del castrismo piensen en España en positivo. Lo normal es que admiren a Corea del Norte, a Yemen o, cada vez menos, a China. No creo que para ellos España, o su excepcional transición política a la democracia, sean un modelo de inspiración. Lo único que les interesa es mantener los escasos proyectos inversores que aún permanecen en la Isla, y que las cifras de turistas vuelvan de nuevo a repuntar al alza, después de tres años consecutivos estancadas.

Complacencia inaudita

La visión de esta clase política castrista es tan miope, que apenas alcanza a identificar lo que puede suceder después de la muerte de Fidel Castro. Raúl se mantiene alejado, y deja que en torno a su figura se lancen las tesis e interpretaciones más disparatadas. Nadie en Cuba cree que pueda ser sucesor de régimen alguno. Lo peor es que la alternativa, a nivel institucional, tampoco está identificada.

En tales condiciones, la diplomacia española hace el mismo juego —de muy corto plazo— a las autoridades. Cierra la puerta al futuro democrático, los grupos de disidentes, y se muestra complaciente con los dirigentes. La presencia de Pérez Roque en los actos del 12 de octubre, y la ausencia de Raúl Castro, son elementos que deben servir para la reflexión. Un gobernante que se presenta de forma inesperada en autobús en la feria del libro, bien podría haber dedicado una visita a la embajada española, sobre todo cuando la secretaria de Cooperación Internacional, Leire Pajín, comprometió millones de euros en ayudas directas hace sólo unos pocos días.

Delante de Pérez Roque, el embajador español, además, se permitió declarar que en Cuba los "derechos humanos han ido a mejor". Como se nota que Alonso Zaldívar no lee las informaciones que se difunden sobre Cuba en los medios que publican libremente en internet, y esconde la cabeza en el suelo como un avestruz. No es esta la actuación de un embajador de un país democrático.

Son muchos los españoles que no están de acuerdo con esta política hacia La Habana. La disidencia merece respeto y consideración. La legitimidad democrática que el eurodiputado Luis Yañez-Barnuevo otorgaba el otro día al socialdemócrata Cuesta Morúa, el apoyo democristiano o liberal a las opciones políticas similares dentro de la Isla, apuntan a un escenario bien distinto en el que la diplomacia española tiene que jugar a fondo.

No vale quedarse sólo con los que detentan el poder totalitario y no permiten la apertura democrática en la Isla. Hay que esforzarse por que España sea identificada por la disidencia como el instrumento para el futuro de las libertades, como la defensora de los derechos humanos. Ese es el papel que hay que jugar. Lo otro es ir contra la historia y hacer un flaco favor a los dos países.


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