Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Espionaje, chisme y televisión

Corte farandulero para ex segurosos castristas en canales de Miami.

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Todo espionaje sabe sabroso. Es la sabrosura con que Gwendolyn Myers cambiaba su carrito del supermercado, cargado de comestibles e información, por otro con comestibles e instrucciones de su contacto de turno en la inteligencia castrista.

Esa sabrosura es tan contagiosa, que presentadores de la televisión hispana local de Miami no se contentan ya con vocear y revolver noticias, sino que pretenden generarlas, y anuncian con desparpajo que productores de sus programas fueron despedidos por incurrir en crímenes de espionaje corporativo, como robarse invitados y trasegarlos a la competencia.

Ni qué decir de testigos que pretenden saber más que el Buró Federal de Investigaciones (FBI). Mientras esta agencia fijó el bautismo de los espías Myers en diciembre de 1978, cuando Kendall viajó a la Isla por invitación con "propósitos académicos", el ex teniente coronel Juan Reinaldo Sánchez dice haber visto a Gwendolyn en Cuba hacia 1977, como miembro de una delegación de Dakota del Sur.

Al alegarse que Gwendolyn no aparece en la lista de los delegados de esa misión, Sánchez responde que si los Myers confesaron haber ido a Cuba vía México con pasaporte y nombres falsos en 1995, ¿por qué no pudo la señora Myers viajar así mismo en 1977? Esta argumentación se lleva la rosca de la temeridad, porque Gwendolyn trabajaba desde 1972 para el senador James Abourezk, quien encabezó la delegación de Dakota del Sur a la Isla junto a su parigual George McGovern. ¿Cómo pudo haberse colado Gwendolyn con falsa identidad en ese convite oficial?

El chisme como atavismo

Así y todo, los chismes infundados seguirán surtiendo efectos de audiencia, ya que el interés morboso por los demás trae su causa última de la evolución. La tendencia a poner chismes en circulación puede apreciarse desde los primates, en medio de su inclinación natural por asegurarse parejas para la reproducción.

En el zoológico de Arnhem, el primatólogo holandés Frans de Waal observó las sutilezas maquiavélicas de los chimpancés al competir por el liderazgo del clan, incluyendo recopilar y echar a rodar "chismes". Así que no se trata de una patología del comportamiento, sino más bien de una estrategia ancestral: para sobrepujar a los rivales se ponen a circular chismes en el mercado negro de las ideas.

El psicólogo Frank T. McAndrew arribó a conclusiones previsibles en su estudio sobre la circulación de chismes: Los detalles sobre competidores directos se consideran mucho más interesantes, en particular aquellos que implican desliz o traspiés, porque sirven para desbancar al contrario.

De ahí que la televisión local hispana de Miami, donde nada es digno de espiarse, busque consuelo en atizar la competencia con numeritos tan simplones como enredar a productores en espionaje corporativo, bajo la extraña modalidad de tráfico humano con invitados.

El espionaje como farándula

Si el chisme sin fundamento encierra información secreta o truculenta, el televidente sucumbe a la tentación de mantener la sintonía. Desde luego que el espionaje castrista entraña serios peligros para la seguridad nacional, pero en el plano mediático, la seriedad se acaba con el planteo cardinal del castrismo sobre sus agentes infiltrados en el sur de la Florida: que no son espías y buscaron trabajo en las bases aéreas para velar mejor a los exiliados "terroristas". Un tinglado totalitario tan poco serio no aguanta que no haya nada que espiar desde hace rato, porque así como la invasión yanqui es puro libreto para los domingos de la defensa y otras puestas en escena del teatro bufo dentro de la Isla, el sur de la Florida presenta ya sólo la tragicomedia de los Comandos F-4 ensayando la captura de los hermanos Castro.

Y ese fenómeno singular de la comunicación de masas que se denomina televisión hispana local de Miami (todos los canales son simples avatares del mismo) no cesa de imprimir tintes farandulescos al espionaje castrista, por obra y gracia de "memorias afectivas" y "análisis de escenarios" que ex-segurosos y post-expertos se encargan, respectivamente, de arrojar ante las cámaras.

El teniente coronel de la inteligencia militar estadounidense Christopher Simmons, aseveró que en Estados Unidos hay tanta gente dispuesta a espiar para Castro, que los servicios de inteligencia de Washington no cuentan con personal suficiente para atenderlos. Una tendencia correlativa estriba en que, como no hay mucha información que dar, se inventa.

La televisión como riesgo

Al valerse de mecanismos atávicos, la farándula inclina a la temeridad olvida que lo dicho en pantalla queda expuesto a escrutinio. A menudo se deslizan chismes tan burdos, que basta exigir la prueba cantada. Las bajas laborales de productores botados por robar invitados, por ejemplo, jamás saldrán al aire por la sencilla razón de que nunca hubo expulsión de productores por ese u otro motivo.

Sin embargo, la gente corre a veces el riesgo de la argumentación. En su réplica al artículo que esgrimió la secuencia de discursos de Castro para impugnar la "revelación" de que había estado tres meses convaleciente por recaída de cáncer intestinal, tras la I Cumbre Iberoamericana (Madrid, julio de 1992), el teniente coronel Sánchez señaló "que del 5 de septiembre de ese año [1992], que realizó un discurso en Cienfuegos, al 29 de octubre, que fue el otro discurso en la Asamblea Nacional (…) van 55 días, y ese fue el tiempo en que denunciamos la enfermedad de Fidel".

Así, rebajó la convalecencia de tres a dos meses bien delimitados, sin tener en cuenta que, además de discursos, Castro daba largas entrevistas. Y una de ellas tuvo lugar el 26 de septiembre de 1992, con María Schriver, sobre la Crisis de los Misiles (1962).

Sánchez tiene que jugar entonces con las tres semanas anteriores (6-25 de septiembre) o con el mes posterior (27 de septiembre al 29 de octubre), pero ya casi no le queda más remedio que reformular su testimonio de Castro sangrando por el ano atribuyendo la emergencia, en vez de al cáncer, a un flato colosal. Y frente a testimonios tan endebles, la televisión hispana de Miami suele correr otro riesgo: echar mano, mutatis mutandi, al viejo ardid castrista de que, detrás de cualquier hecho, está la CIA. Así, tras los argumentos en contra del testimonio del emigrado Sánchez se escondería "la mano de La Habana".

Coda

A pesar de todo, el televidente de Miami no debe apagar el televisor cuando percibe insultos a la inteligencia. La culpa no es sino del primate que todos llevamos dentro y que nos obliga a prestar atención al otro en pantalla.


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