Actualizado: 27/03/2024 22:30
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EEUU, Armas, Segunda Enmienda

Estados Unidos de América: ¿Armas por qué y para qué?

Último de una serie de cuatro

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Teniendo en cuenta todo lo anterior, el argumento al que aluden los impulsores de la reforma y los defensores de la intocabilidad de la Segunda Enmienda, debe asumirse de dos formas: literalmente, de acuerdo con La Biblia o, en su defecto, vinculado con las circunstancias en las cuales se redactó la Constitución (1788) y esa enmienda en específico, es decir, 1791. En ambos casos estarían excluidos de entrada los fusiles de asalto y otros primores de la industria militar moderna.

La Biblia menciona como armas desde la quijada de un asno (en la muerte de Abel por Caín y la destructora maza de Sansón), hasta lanzas, espadas, hondas, flechas y escudos: nada más.

En 1791, cuando se adopta la Segunda Enmienda, el arma más avanzada allí era el Fusil estriado o Mosquete de Pennsylvania, que tan buenos resultados ofreció a los colonos insurgentes contra las tropas inglesas, las cuales tenían un arsenal menos efectivo. Este fusil tenía 19 milímetros de calibre, un alcance letal de 80 y uno máximo de 200 metros; con él, un soldado bien adiestrado podía realizar un disparo en quince segundos, aunque cada treinta descargas el disparador debía proceder a limpiar su arma, para eliminar los residuos dejados por la deflagración. Ese fusil se cargaba con pólvora por la boca del cañón, luego se introducían la bala o los perdigones, y se procedía a presionar todo con una vara o baqueta. El percutor primero fue de mecha y luego de pedernal. Era un arma útil para la caza y la casa.

Además, si nos atenemos estrictamente a lo expresado por la Segunda Enmienda en 1791, debería no sólo tolerarse que los ciudadanos tengan el derecho a armarse, sino que para garantizar el mismo, el propioEstado debería proporcionarle las armas, pero dentro del espíritu y la época de 1791, precisamente según dice el texto sagrado de la Constitución.

Así pues, de acuerdo con esto, el Gobierno de Estados Unidos suministraría a sus ciudadanos los suficientes e idénticos Mosquetes Pennsylvania que usaron los Padres Fundadores, quienes redactaron la Constitución y esa Enmienda, para lograr la Independencia. Eso garantizaría el cumplimiento al pie de la letra de su histórico mandato. Al mismo tiempo, de ese modo, se proscribirían el resto de las armas, porque no están expresadas ni contempladas por el texto constitucional original, de acuerdo con el principio aceptado que este debe respetarse como la misma Biblia entre los cristianos más ortodoxos. No se alteraría el texto, y además éste se cumpliría de forma mucho más precisa y fiel.

Si se toma hasta sus últimas consecuencias la Segunda Enmienda, el Estado no sólo refrendaría la posesión de armas, sino que debería asumir la obligación de suministrarlas, al menos una para cada ciudadano, como se efectúa en Suiza, pero esto tendría que hacerse siguiendo puntualmente la letra de los padres fundadores, es decir, en completa congruencia y fidelidad, exactamente como las que ellos utilizaron, es decir, los trabucos, mosquetes, pistolones y escopetas empleados a mediados del siglo XVIII.

El resto de las armas, cumplida esta obligación constitucional, deberían proscribirse y ser incautadas para preservar el monopolio de la violencia legítima que corresponde al Estado como parte del Pacto Social, según señaló Hans Kelsen, distinguido catedrático de Teoría General del Estado en las prestigiosas universidades de Heidelberg, Harvard y Berkeley.

Aunque lo anterior pudiera parecer una reductio ad absurdum, en realidad no lo es, pues ya se intentó: en un fallo de la Suprema Corte en 2016 (Jaime Caetano v. Massachusetts, Nº 14-10078. Decided: March 21, 2016), a propósito de las stun guns (paralizadores), se decidió que la Segunda Enmienda aplicaba y al mismo tiempo se descartó la propuesta de regresar al sentido y consecuencia original de dicha Enmienda, pues prevaleció el criterio de “salvaguardar la defensa individual”, ya que era el propósito de origen.

El Justice ponente fue Samuel Anthony Alito (1950), a quien algunos llaman “Scalito” aludiendo a un legislador anterior.[1] Dictaminó: “The Court has held that ‘the Second Amendment’ extends, prima facie, to all instruments that constitute bearable arms, even those that were not in existence at the time of founding.”

Al remitir a su referente, Alito puntualiza: “This reasoning defies our decision in Heller, wich rejected as ‘bordering on the frivolous’ the argument that only those arms in existence in the 18th Century are protected by the Second Amendment”.

Basaba Alito su dictamen en este análisis elaborado: “Electronics stun guns are no more exempt from the Second Amendment’s protection, simply because they were unknown to the First Congress, than electronic communications are exempt from the First Amendment, or electronic imaging devices are exempt from the Fourth Amendment”.

Es tan amplia esta Segunda Enmienda, que incluso hasta los Caballeros Jedi de “Stars War” con sus espadas láser están protegidos por ella.

Hay poderosas razones tanto a favor como en contra para sostener la Segunda Enmienda íntegra y prístina, pero en el seno de la Suprema Corte, que será en definitiva la última instancia donde podrá debatirse, deberán considerar la conveniencia actual de su modernización, y jerarquizar el derecho a la vida sobre el derecho a la libertad, para poner en evidencia la contradicción inherente de los defensores a ultranza de la Segunda Enmienda, pues todo texto de producción humana, y más si son las leyes, son no sólo susceptibles de actualización y reforma, sino necesariamente revisables en cada momento histórico: si esto se produce periódicamente en el territorio de las Ciencias Puras (Newton revisa a Galileo y después es revisado por Einstein, quien a su vez es revisado por el recién fallecido Stephen Hawkings), no encuentro argumento razonable alguno que impida hacerlo también en las Ciencias Sociales.

Un Estado civilista auténtico —aunque sea confesional— debe considerar las leyes no desde la inmutabilidad de una ortodoxia religiosa, sino como instrumentos históricos y, por tanto, actualizables. Pero los defensores de sostener la Segunda Enmienda también podrán argumentar que el derecho a la libertad también incluye el derecho a la vida y así deberá ser considerado.

Pero como en esta vida y el mundo traidor que anima “todo es según el color del cristal con que se mira” (Campoamor), también el kolimador jurídico debería considerar que no hay muchos miembros registrados de la NRA condenados por violencia armada ni multihomicidios. Tampoco los republicanos parecen tener siquiera la exclusiva de esos terribles espectáculos sangrientos: recientemente, el agresor de los legisladores del Great Old Party que practicaban baseball hace unos meses, era un activo y combativo demócrata registrado, entusiasta voluntario de la campaña de Bernie Sanders.[2] Sin embargo, este suceso criminal no desencadenó demasiadas protestas ni pronunciamientos.

Otro control pudiera ser el precio de las municiones, el cual, siendo suficientemente elevado, quizá contuviera a los potenciales agresores: cumplirían el derecho constitucional de la adquisición de las armas y su tenencia, pero considerarían —con gran prudencia económica— su uso.

Si hoy existen chips localizadores en tarjetas de créditos, automóviles y teléfonos celulares, ¿por qué no podrían incorporarlos a las armas? Algo así se intentó hace unos años, pero fue un estruendoso fracaso con aquella operación llamada “Rápido y furioso” que en Octubre de 2011 cubrió de ridículo al entonces Procurador General Eric Holder y, de paso, a un avergonzado Presidente Barack Obama, quien a pesar de las duras críticas recibidas, se negó tozudamente a remover del alto cargo a su antiguo asesor legal. Se supone que, en estos últimos siete años, la tecnología de localización haya mejorado lo suficiente como para no incurrir en otro fiasco de este tipo.

Así como hay causales que discriminan algunos ciudadanos de sus derechos civiles (criminales condenados, psicópatas), ¿por qué no pensar en una categoría de personas que no pueden en ningún caso poseer armas por su peligrosidad? Quizá esto debería extenderse hasta a los bebedores, quienes difieren mucho en sus reacciones ante el alcohol… Los decididos y animosos padres fundadores que redactaron la Constitución y sus Enmiendas, no pudieron prever que entre los honrados ciudadanos del futuro pudiera haber algún sociópata como Charles Manson…

No hay una solución fácil, ni inmediata, y que pueda agradar, complacer o convencer a todos, para un problema histórico y consustancial al consolidado y probado régimen republicano de Estados Unidos. No puede achacarse a ningún presidente en particular su solución, porque es imposible por sí solo para cualquiera. Hasta Trump, entre cuyas virtudes no destaca precisamente la mesura, hace pocos días ha propuesto tímidamente considerar este asunto. Y el mismo gobernador de Florida ha iniciado una serie de controles para la venta de armas.

Si algo nos debería haber curado de espantos a todos, son las elecciones en Estados Unidos: con una tremenda frecuencia han sorprendido a la misma nación y al mundo. Allí todo es posible: “Lincoln, ¡un leñador!”, “Kennedy, ¡un católico!”, “Johnson, ¡un sureño!”, “Reagan, ¡un actor!”, “Carter, ¡un cacahuatero!”, “Obama, ¡un negro!”… ¡¡¡Trump!!!

Debe plantearse un debate serio, sin estridencias ni protagonismos, atenido a los principios jurídicos que han dado cuerpo y sustancia a la democracia americana, y no prejuzgar para no entorpecer un diálogo constructivo entre ciudadanos razonables que cumplen sus leyes.

Son los males de la libertad, si se quiere. Su cuidado y ejercicio es un deber que requiere constante desvelo y suficiente energía para su defensa. La libertad —como dijo Manuel Azaña— no hace más felices a los hombres: sólo los hace más hombres.


[1] Anthony Gregory Scalia (1936-2016), fue propuesto por el presidente Ronald Reagan. Se distinguió por su postura considerada “conservadora”. Alito remite su fallo al precedente Federal Government and the States, District of Columbia v. Heller (2008) y otros.

[2] Fue sin dudas un desagradable “regalo de cumpleaños” para Donald Trump: el miércoles 14 de junio de 2017, James T. Hodgkinson disparó contra un grupo de legisladores republicanos que practicaban baseball en el sector de Alexandria, en Virginia, a pocos pasos del Capitolio. Fueron heridos, de gravedad, el legislador Steve Scalise, quien sobrevivió, y otros cuatro hombres.


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