Actualizado: 28/03/2024 20:07
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'Exitoso' modelo fracasado

Los cubanos pagan un alto precio por la negativa oficial a liberalizar la economía, en un país donde la riqueza de los ciudadanos es ilegal.

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Muchas veces nos preguntamos por qué si los cubanos son modelo de éxito y prosperidad profesional y económica en cualquier rincón del mundo —aun enfrentando los más difíciles obstáculos y dificultades—, la Isla vive una larga saga de fracasos, estancamientos y retrocesos que la han convertido en ejemplo de debilidad material y crisis vivencial para la mayoría de sus ciudadanos, donde el mayor referente de prosperidad es abandonar la nación.

En una ocasión, un amigo se alarmó ante la noticia de que el gobierno cubano había firmado un convenio de asesoría y colaboración en la rama agrícola con un "hermano" país africano. La razón lógica de su inquietud era que si la agricultura en Cuba era un verdadero caos que obliga a sufrir la permanente pesadilla de la escasez y los precios inalcanzables, ¿cómo puede ayudarse a otros en el desarrollo de tan importante sector económico?

La explicación fue sencilla: el problema en Cuba no es técnico ni académico, es estructural y sistémico. Son precisamente las estructuras y el sistema vigente los que impiden que el reconocido talento y capacidades de los profesionales, especialistas y técnicos cubanos se concreten en el avance económico, social y personal que tanto se necesita. Es fácil de entender porque esas mismas personas logran éxito y renombre en otras latitudes, ya sea en proyectos personales o misiones oficiales.

La autoridad única e inapelable que por varias décadas rige los destinos del país fue construida a costa de cerrar los espacios al libre desenvolvimiento de los individuos, suprimir la sociedad civil y condenar a la atrofia e inmovilidad a los poderes intermedios, locales y sectoriales —ministros, gobernadores, alcaldes, directores y gerentes carecen de la capacidad de decisión, la independencia institucional y los recursos que necesitan para cumplir su cometido— para lograr decidir todo, y por todos, sin asumir responsabilidades.

El verdadero objetivo

En los inicios mismos de la revolución, el alto liderazgo aseguró que por fin se alcanzaría el tan anhelado equilibrio pleno entre las libertades individuales, la soberanía nacional, el desarrollo económico sostenido —con la consiguiente prosperidad equitativamente compartida— y la justicia social; pero la historia parece haber demostrado que el verdadero objetivo era el establecimiento de un poder tan eterno como absoluto.

A todas luces, ambos cometidos son plenamente incompatibles, puesto que para alcanzar las más altas cotas de desarrollo económico, social y cultural, en una nación occidental como lo es Cuba, es irremisiblemente necesario garantizar la libertad y estimular la iniciativa, capacidades y ambiciones positivas de los ciudadanos.

Por otra parte, la hegemonía excluyente necesita anular al individuo y controlar todos los espacios de desenvolvimiento social y económico. De hecho, ese alto liderazgo ha logrado mantenerse en el poder por casi medio siglo a costa del desquiciamiento material y espiritual de una nación que se debate entre la intolerancia irresponsable de los gobernantes y la creciente desesperanza de los gobernados.

Varias grandes oportunidades ha tenido el gobierno cubano para concretar el tan esperado equilibrio entre prosperidad material y bienestar generalizado. Al triunfar la revolución en 1959, Cuba contaba con enorme estabilidad y potencialidad económica y el poder naciente con el respaldo mayoritario de la ciudadanía. Los cuantiosos montos financieros que las sociedades de Hacendados y Ganaderos aportaron en 1959 a la reforma agraria son muestra inequívoca de las expectativas que tenían amplios sectores en el naciente proyecto sociopolítico; pero el alto liderazgo de la revolución prefirió la polarización político-ideológica, el despojo y la confrontación.

Durante la década de los sesenta, mientras se definía qué naciones marcarían la vanguardia del concierto económico mundial, los gobernantes cubanos se empeñaron en toda suerte de experimentos voluntaristas y fallidos que, junto a la liquidación de la más mínima iniciativa independiente, lastraron para siempre las relaciones económicas. Ni siquiera los cuantiosos subsidios soviéticos pudieron salvar la Isla de la "anarquía revolucionaria", el derroche y las costosas aventuras bélicas alrededor del mundo, en un país donde, por demás, no existen sujetos independientes con espacios y capacidad para la crítica o el cuestionamiento a la gestión o los designios del poder.


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