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'Exitoso' modelo fracasado

Los cubanos pagan un alto precio por la negativa oficial a liberalizar la economía, en un país donde la riqueza de los ciudadanos es ilegal.

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Desesperanza por decreto

Las autoridades de la Isla no sólo persisten en impedir la libertad empresarial y la liberalización de la fuerza de trabajo, sino que niegan o condicionan el acceso a varios de los elementos que definen el bienestar y la modernidad: la vivienda confortable, la recreación de excelencia, los automóviles, la telefonía celular e Internet están en Cuba reservados a los extranjeros o a una élite cada vez más reducida y distanciada de la sociedad.

La economía cubana y el futuro del país pagan un alto precio por la sostenida negativa oficial a liberalizar la economía, crear ese mercado interno y abrir los mercados de bienes de consumo y bienes de capital.

Los gobernantes cubanos parecen tener bien claro que una persona con patrimonio, con movilidad, comunicada e informada es una persona libre y mucho más difícil de manipular o coaccionar; por lo que a cuenta de mantener su dominio absoluto imponen a la sociedad el retraso, la desesperanza, la desvalorización y el escapismo.

Son varias y graves las manifestaciones y consecuencias de este inmovilismo inducido e interesado: la corrupción se generaliza como conducta predominante y lastra las referencias morales de la sociedad cubana. La estrechez y carencia material limitan de manera considerable las capacidades cívicas del pueblo cubano, la preocupación permanente por las cosas elementales y cotidianas impide a la generalidad de los ciudadanos pensar y sobre todo ocuparse de temas más esenciales y trascendentes.

Ni siquiera las personas que muy a pesar del sistema cuentan con apreciables recursos económicos se atreven a adoptar posiciones independientes y contestatarias, aun sintiéndose libres de la directa dependencia del Estado. En Cuba, la "riqueza" de los ciudadanos es ilegal y marginal, y por eso no genera autonomía y protagonismo cívico.

En Cuba, el trabajo y el talento han perdido su valor. El hecho de que los profesionales no cuentan aquí con espacios de ejercicio laboral independiente, con el reconocimiento social que merecen, ni con una remuneración acorde con su aporte a la sociedad, facilita al gobierno la posibilidad de enviar masivamente a especialistas y técnicos a los más diversos rincones del planeta, donde —en difíciles condiciones y a costa de enormes sacrificios— pueden obtener para sí y sus familiares los beneficios materiales con que no pueden siquiera soñar trabajando en Cuba.

El envío de enormes contingentes de profesionales, especialistas y técnicos de las más diversas ramas a países más o menos necesitados de tres continentes, reporta algunos considerables beneficios para los intereses del gobierno cubano. En primer lugar, apreciables recursos financieros. Por otra parte, con estas bien propagandizadas incursiones, pretende alcanzar la influencia política que finalmente no pudo lograr con varios años de exportación de la violencia revolucionaria.

Finalmente, las autoridades de la Isla parecen respirar tranquilas al saber que por mucho éxito y prestigio que signifique la labor de los profesionales y técnicos allende las fronteras, desde allí no podrán construir la independencia institucional y el protagonismo cívico tan necesarios para la sociedad y tan preocupantes para ese poder total con vocación de eternidad.

Una terrible encrucijada

Cuba hoy vive una encrucijada terrible. Los líderes incombustibles del agotado modelo saben que no abrir la economía profundizará la crisis hasta límites destructivos, pero que abrirla significará la pérdida irremediable de sus dominios y controles. La incapacidad tantas veces demostrada del sistema de generar riqueza y prosperidad, dimanada del pecado original del sistema de centralismo estatista, con su invariable hipertrofia burocrática, ineficiencia, improductividad, retraso tecnológico, falta de estímulo, con el consiguiente desinterés de los trabajadores y extendida corrupción, se une hoy a la necesidad de impedir, a toda costa, que el ciudadano se convierta en sujeto económico y, por inducción lógica, en un ente político alternativo y beligerante.

De momento, el alto liderazgo revolucionario va logrando lo que ha sido a todas luces su objetivo capital: perpetuarse en el poder, pero al alto precio de traicionar sus promesas originales y las esperanzas de todo un pueblo. Ese poder se ha mantenido hasta ahora absoluto e interminable, sólo a costa de disolver el prestigio y la credibilidad que una vez tuvieron sus beneficiarios, a costa de caotizar el presente e hipotecar el futuro de la nación que juraron liberar y enaltecer.


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