La “crispación” del debate político, una socialización de la cultura política revolucionaria
Los cancerberos ideológicos, junto al discurso oficial, son los primeros responsables de una esfera pública “contaminada” de intransigencia y difamación
Al margen de las formas de represión militar y física a los oponentes, en el nivel del discurso público y desde el inicio de la Revolución, el enfrentamiento entre los adversarios políticos fue radical y discursivamente beligerante para criminalizar (ofensas, insultos, difamaciones) a los que no aceptaban el cambio revolucionario.
A los que dejaban el país se les fue clasificando como “gusanos”, “traidores a la patria” “mercenarios” “vendidos a una potencia extranjera”, “contrarrevolucionarios”, “diversionistas ideológicos”, “escoria”, “agentes de la CIA”.
Lo que al principio se utilizó solo contra los que inicialmente abandonaban el país, se extendió a toda discrepancia del discurso oficial. Luego de los años 90, con la aguda crisis y la emergencia de nuevos actores autónomos, estos sean blogueros, activistas culturales y/o civiles que hagan críticas sustanciales al régimen político y de todas las tendencias políticas, reciben las mismas etiquetas.
Las restricciones institucionales y legales, como bien señala Rafael Rojas que delimitan lo permitido, y las represalias a los que enjuician y/o se enfrentan a las políticas gubernamentales, han creado la paradoja en el campo del activismo cubano, que hablar de “derechos humanos” (sociales, culturales, económicos, civiles y políticos) y pronunciarse por ellos en una petición civil a entregar en el Parlamento cubano, —con todo el respaldo de la legalidad vigente—, es una frontera precisa de deslinde entre “los amigos” y los “enemigos”, siempre desde los criterios de las autoridades cubanas pero se expande a toda la opinión pública permitida[1].
La práctica política y sus límites.
El monopolio de los medios masivos de difusión y el reconocimiento de legitimidad solo a los que participen en los canales “legales” (Partido, UJC, organizaciones de masas y espacios públicos permitidos) y un sistema de sanciones económicas, legales, e institucionales para los que no respeten los límites de lo establecido por el discurso oficial y la legalidad vigente, facilita las estrategias discursivas superficiales y/o difamatorias y el intento cada vez menos fructífero de invisibilizar a los opositores internos en la esfera pública permitida en el interior del país.
Es necesario hacer una distinción entre las condiciones de diálogo de intelectuales y activistas civiles con relaciones imprescindibles con las instituciones estatales (para publicar, salir al extranjero a eventos con pasajes pagados por el Gobierno cubano, o contar con el permiso de salida —otorgado discrecionalmente y gestionado por las instituciones culturales—, participar en determinados foros y espacios públicos permitidos e incluso crearlos) y el resto de los intelectuales, artistas y activistas que no tienen esa relación y por lo tanto no tienen esas vías de reconocimiento e integración. Tampoco el resto de la población cuenta con esas prerrogativas, lo cual significa que cuando nos alejamos del ámbito artístico e intelectual reconocido y/o permitido por el poder, los discursos cambian y se radicalizan enfrentando las represiones, intimidaciones, arrestos y difamaciones permanentes, o en el mejor de los casos, el silencio y la invisibilidad de su existencia como parte de la sociedad civil.
Los “duros” de adentro.
En este grupo podemos analizar a Machado Ventura, Enrique Ubieta, Iroel Sánchez, Percy Alvarado y en ocasiones Miguel Barnet (por supuesto, la lista lamentablemente es más larga). Sus estrategias discursivas no se explican por sus historias de vida, sino porque ocupan puestos importantes en las instituciones políticas o culturales del país o son agentes de la Seguridad del Estado. A partir de esas posiciones dictan y/o influyen en la política de “contención” contra los intelectuales y el resto de los activistas civiles de todas las variantes ideológicas.
Estrategias discursivas.
Machado Ventura criminaliza la crítica en su discurso del 26 de julio este año, prohibiendo hacer balances críticos de las reformas porque esto significa apoyar la “conspiración del enemigo”[2].
Enrique Ubieta infantiliza y/o criminaliza la discrepancia con sus puntos de vista porque es un “contagio” con el capitalismo. Dicho sea de paso no define qué es socialismo, qué es revolución, y por su falta de rigor conceptual y su falta de argumentación racional, el socialismo y la revolución son el gobierno actual y él es el único anticapitalista “puro”[3]: Levanta el estandarte de la independencia nacional y deja guardada en la gaveta, la invisible soberanía ciudadana.
En la misma estrategia discursiva “dura” encontramos a Iroel Sánchez, que difama de todos los opositores y no presenta pruebas de nada, con la construcción permanente de “la conspiración internacional” como línea argumentativa[4].
Miguel Barnet criminaliza de “mercenarios” a Yoani Sánchez y a Oscar Espinosa Chepe como razón para no permitirles asistir a LASA[5].
Percy Alvarado, alumno aventajado en hacer el ridículo nacional, la emprende contra blogueros activistas e intelectuales con amenazas de “medidas activas” propias de las técnicas de la Seguridad del Estado[6]:” lo sabemos todo”, “tenemos mucha más información de cada uno”
Tienen en común, un discurso de amenazas, descalificaciones, difamaciones sin presentar pruebas, lo que obliga a una pérdida de tiempo y energía para rebatir sus pobres argumentos y/o sus largos y aburridos escritos en contra de sus “víctimas”, pero tienen una posición de poder que en otras circunstancias, quedarían relegados al olvido. Son los estalinistas del discurso público, los cancerberos ideológicos que dictan los límites de la crítica.
Estos cancerberos de los intereses del Estado y el Gobierno cubano, siempre de espaldas a las necesidades y reclamos de la población, atacan los espacios públicos permitidos y/o a los activistas e intelectuales que actúan en esos espacios y denigran a los intelectuales y activistas de todos los grupos opositores.
Son los primeros responsables, junto al discurso oficial, de “contaminar” y coartar la esfera pública cubana con los discursos de la intolerancia y la difamación. El diálogo respetuoso y argumentado racionalmente es su principal enemigo, las conspiraciones y las sospechas sus tácticas predilectas.
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