Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Roberto Zurbano

La polémica contra Zurbano y sus colegas como “muro de contención”

La falta de compromiso político ciudadano con las soluciones es un mal endémico en el campo intelectual en general, pero en Cuba funciona además con la “mordaza” de la autocensura y la irresponsabilidad ciudadana

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La reciente polémica desatada contra Roberto Zurbano, director del Fondo Editorial de la Casa de las Américas, por su artículo aparecido en The New York Times, nos revela la intransigencia del campo intelectual cubano partícipe de la Revolución, frente a un criterio que no utilice los “itinerarios discursivos” permitidos por el poder, ni “los canales adecuados para su difusión”.

Estos se han constituido a la largo de cincuenta años en que las coyunturas permiten algo más o algo menos, pero siempre hay que tener un “orden discursivo” y un “lugar pertinente”, so pena de ser “escandaloso”, “anatematizado”, “expulsado” del campo intelectual, con las consecuentes represalias: el ostracismo, la cárcel y/o el exilio.

El orden discursivo exige comenzar por aclarar todo lo que ha hecho la Revolución sobre el tema y siempre desde el punto de vista positivo, luego dejar en claro qué se hace en la actualidad sobre el asunto, para al final señalar, que efectivamente quedan cosas pendientes por hacer. Siempre sin precisar cuales serían las políticas públicas que definirían un cambio en el orden de cosas, porque los intelectuales cubanos con una deferencia ideológica inexplicable, le dejan a las autoridades políticas o a los “expertos- técnicos” las propuestas concretas y las soluciones.

La falta de compromiso político ciudadano con las soluciones es un mal endémico en el campo intelectual en general, pero en Cuba funciona además con la “mordaza” de la autocensura y de la irresponsabilidad ciudadana, salvo excelentes excepciones en la izquierda, centro y derecha del espectro político nacional.

Si al inicio de la Revolución y desde el orden legal se prohibió la discriminación racial, el punto de partida de los afrocubanos estuvo en desventaja. Eso lo saben todos los especialistas en el tema dentro y fuera de Cuba y esta constatación habla de la necesidad de una política expresa de “discriminación positiva” que no se hizo al inicio y a la que no se refieren los intelectuales en la polémica contra Zurbano.

El problema de la discriminación racial no es sólo un problema cultural heredado, aspecto en lo cual se centran todos los especialistas que critican a Roberto, sino también sociológico. El análisis de Zurbano va dirigido esencialmente al componente económico, social (autonomía e integración social) y político —quienes representan los intereses de esta parte importante de la población— y en ese sentido todo lo que logró la revolución se detuvo en la década de los ochentas —congelamiento de la movilidad social— y empezó a decrecer de manera galopante en la década de los 90.

Hoy existen más figuras afrocubanas y mujeres en las estructuras partidarias y estatales, pero eso no significa que representen los intereses de sus “minorías” y en el caso que nos ocupa, los afrocubanos, después de los ochentas, están en los escalones más bajos de la sociedad. Si eso lo comparten con otros grupos, no significa que no se deba hacer una agenda particular. Esta misma autocensura existió en parte del marxismo occidental que pospuso y subordinó la liberación de la mujer a la lucha de clases, y demostró ser un error demasiado grave por ausencia y demasiado costoso desde el punto de vista político. De esta manera, no fueron los marxistas los que hicieron avanzar la solución del problema sino que el movimiento feminista de los países desarrollados y de la periferia, han sido los propulsores de los avances alcanzados.

Los colegas de Zurbano como “muro de contención” frente al problema

Lo primero que resalta en la polémica es la acusación a Zurbano, de no haber dicho las posibilidades de ascenso social que facilitó la prohibición legal y oficial de la discriminación racial en Cuba. Esta crítica que pudiera ser inocua en otro contexto implica en el caso cubano demasiadas consecuencias en el ámbito político y físico para el colega Zurbano, y hacerlo de la manera que lo han hecho sus colegas intelectuales, es condenarlo al ostracismo, perder su empleo y ser expulsado del medio intelectual adscrito a las instituciones. Esto es algo en que deberían pensar sus colegas antes de enfilar un coro de críticas públicas y desde las instituciones, a Zurbano.

Desconocer los dispositivos de seguridad del poder, según la definición de Michel Foucault, no puede ser un acto de inocencia con tantos intelectuales condenados al ostracismo en las últimas décadas en Cuba: es ser partícipe de esos mecanismos de seguridad y colaborar junto a esos dispositivos como un muro de contención sobre el problema, con el catálogo de represalias correspondientes para los enjuiciados, en este caso Roberto Zurbano.

Varios de los colegas que publicaron en La Jiribilla, continúan con el viejo enfoque de que no es posible pensar en demandas para los afrocubanos por separado, porque esto le hace el juego “al enemigo”. Esta visión de “unanimidad” con relación a cualquier temática ha sido una aspiración y normalización de la élite política del país, pero es verdaderamente extraño que los intelectuales cubanos, defensores de la pluralidad, se conviertan en custodios de “la unanimidad” en los enfoques y propuestas sobre el tema de la discriminación racial.

Le critican a Zurbano haber publicado su artículo en The New York Time erigiéndose en censores de dónde un intelectual cubano pude pronunciarse o no, con la misma mentalidad de guerra fría que ha durado demasiado tiempo en el campo intelectual cubano adscrito a las instituciones y que reproduce la mentalidad de la élite política del país.

Que Zurbano publique en ese periódico, en Kaos en la Red, en Havana Times, en Cubaencuentro, en Diario de Cuba, en El País, o en La Jiribilla siempre que su autor no sea censurado a tener un punto de vista impuesto por el medio en cuestión, debe dejar de ser una cuestión que delimite a los “amigos” y los “enemigos”.

Esta “urticaria” con relación a medios de difusión que no sean los estatales nacionales, reproduce la criminalización de la información si no es dictada desde las instituciones estatales y estoy segura que no le hubieran publicado a Roberto Zurbano su artículo en La Jiribilla, si no se hubiera producido la contra respuesta de cuatro o cinco artículos en su contra. He aquí otro dispositivo de seguridad para publicar en Cuba. Sus criterios se conocen de rebote, si bien la va, porque no cumple los itinerarios discursivos aprobados. Los criterios de Zurbano se conocen en el campo intelectual cubano a partir de leerle en clave negativa. No puede acceder directamente a las publicaciones permitidas porque entonces, no sería publicado.

Otra crítica latente es que los problemas “se ventilan en casa” adicionando una mordaza más al debate del asunto. Que un aspecto tan importante como la discriminación racial se confine al ámbito “privado” como se pretende —léase entre los de adentro y sin publicidad negativa—, es una manera de disminuir su prioridad y posponer su solución —muro de contención—, con la misma visión machista, patriarcal, y hasta mafiosa con que los golpeadores de mujeres y abusadores de toda índole defienden con toda fuerza la delimitación de lo público y lo privado, dejando en este último espacio la posibilidad de la mayor impunidad.

Ojalá los colegas de Zurbano se centraran más en las propuestas de política públicas concretas para disminuir el amplio y variado desbalance de los afrocubanos con relación a otros grupos poblacionales, y se apresuraran menos a saltar en grupo contra un colega que tiene todo el derecho a pensar diferente y a no respetar un “orden de discurso” impuesto y unos “canales pertinentes” que no funcionan.


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