Actualizado: 25/04/2024 19:17
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La transición consumada

Al abandonar el pueblo su voluntad de autogobierno, Cuba ha dejado de existir.

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La lenta muerte de Fidel y la insensible supervivencia de Raúl le han dado al gobierno cubano su indefinición mejor. La hora final de Castro ha cumplido quince años y sus últimos días fluyen reflexivamente hacia la penúltima espera, mientras los cubanos seguimos rumiando la transición con la fe de los cristianos ante la segunda venida.

Requerirá fe.

Algunas generaciones tienen la suerte de asistir al nacimiento de una nación. No hablo de ese largo proceso en que los hombres se aclimatan e imbrican unos con otros hasta alcanzar la proyección de su identidad común, sino del breve intervalo en que ese proceso cuaja en una voluntad política. Cuando esa voluntad falta, las naciones languidecen, se desvanecen, se malogran.

A estas alturas, poco importa si el gobierno raulista se ejerce de manera individual o colegiada, con el control totalitario de la población o con un mínimo margen de independencia económica que facilite la gestión administrativa del Estado. El pacto social vigente en la Cuba de hoy es el consenso de que el mando corresponde a una élite político-militar de la que cabe esperar medidas favorables al bienestar de la población, pero no el sometimiento a la voluntad de la población.

Al abandonar como pueblo su voluntad de autogobierno, Cuba ha dejado de existir. El proyecto nacional fue un proyecto muy preciso: la República de Cuba. Esa "República" ha quedado despojada de sentido, como adorno en el nombre oficial del Estado. Pero el sinsentido alcanza y corroe la nación.

Si la desaparición biológica de Fidel y Raúl Castro se nos aparece ahora como el único escenario plausible de un reclamo popular a favor de los cambios, es porque la respuesta a la pregunta del gobierno está garantizada mientras exista en la Isla una figura creíble capaz de ejercer el mando en sus actuales términos. Es el vacío de poder, no el carácter del mismo, lo que amenaza la estabilidad del Estado.

Por términos del poder en la Cuba de hoy hay que entender algo más que la estructura de control implantada a partir de 1959. El liderazgo del país pasó de los caudillos de la "república en armas" a los veteranos de la primera república. De los veteranos a los revolucionarios del 33. De los revolucionarios del 33 a los del 59.

Al hacer su entrada triunfal en 1959, Fidel Castro se inviste con esa doble tradición de caudillo militar y líder revolucionario que ha sancionado históricamente a los gobernantes cubanos. Es ahí donde descansa la solidez de su mando y la perfecta simbiosis que ha conseguido con el pueblo, a pesar de los sucesivos exilios y disidencias. El aparato represivo dirigido contra estos jamás hubiese funcionado sin ese "prestigio histórico" que avalaba ante el pueblo su ilimitada autoridad.

Quizás el destino de Cuba fue producir un Fidel Castro. Nos guste o no, es un destino cumplido. No debe extrañarnos si esto concuerda muy poco o nada con las expectativas de los intelectuales para la Isla. La frustración de Cuba en su esencial político es la frustración de sus intelectuales en la esfera pública. Cuba es una realidad histórica innegable, pero la república de Cuba fue un discurso marginal con leve repercusión en la sociedad.

La verdadera transición, irreversible y consumada, fue la gradual desaparición de la república como aspiración colectiva, y la asimilación y consolidación de la autocracia a fines del siglo XX.


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