Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Las lagartijas decapitadas

Rafael Rojas: Recibiendo coletazos de los dos extremos.

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No recuerdo bien cuando conocí a Rafael Rojas, pero me parece que fue por allá por 1994, en Ciudad México. Luego le retiré la palabra por ponerse a escribir lo que no sabía del caso del CEA, pero él nunca se enteró porque no lo vi más en todo ese tiempo y cuando me lo encontré en Atlanta buscando un cuarto para dormir pagando poco en un hotel carísimo, me pareció que al menos la CIA no lo estaba subvencionando.

Entre él y yo hay algunas diferencias. Nos separan tres lustros y experiencias vitales diferentes; yo soy socialista y el es un liberal/social; él es espantosamente ecléctico desde el punto de vista teórico y yo soy aburridamente marxista; y así… Pero nada de ello me ha impedido disfrutar leyéndolo o escuchándolo, siempre anotando ideas novedosas, con las que se puede estar o no de acuerdo, pero que siempre invitan a pensar.

Sin embargo, esta vez, mi interés por Rafa y su obra viene de esa peculiar situación en que se encuentra, recibiendo coletazos de los virtuosos desenfrenados de los dos extremos.

Así, está el caso de un autoproclamado ambientalista, cubano que reside en un país centro-europeo, que no pierde oportunidad para recordar a sus diezmados lectores que Rojas es "procastrista" y simpatizante del gobierno cubano. Como nota al margen, debo confesar que me alegró leer estos artículos, pues conocí al autor hace años en La Habana cuando era un joven de ojos grandes, boca semiabierta y de imaginación muy parca, cuya principal motivación intelectual era alimentar un búho senil con lagartijas decapitadas que cazaba en los solares yermos de Fontanar.

Como para entonces el joven tenía más de 20 años, pensé que no tenía solución, pero me equivoqué: evidentemente se ha superado: del búho pasó al ambientalismo y ya sabe escribir con un mínimo de coherencia gramatical. No sé si con el paso de los años ha podido cerrar la boca cuando miraba de frente. Pero de cualquier manera este tipo de artículo me movió a conocer más la obra de Rojas, y ver cómo era que supuestamente "coqueteaba" con el gobierno cubano.

Y luego viene La Jiribilla

A mí me parece que La Jiribilla tiene sus perfiles positivos. He leído en ella artículos vigorosos sobre los problemas del país —algunos altamente innovadores— y noticias interesantes sobre la dinámica cultura cubana. Y en particular la abro todos los sábados y siempre hay cosas de utilidad. Pero desafortunadamente, también La Jiribilla tiene sus chicos boquiabiertos que alimentan búhos con lagartijas decapitadas.

Aún recuerdo aquellas indecencias olímpicas que fueron las burlas a un actor cubano emigrado —ciertamente un buen actor— que tuvo que ponerse a vender autos en Miami; la organización de un concurso de improperios a Jesús Díaz y que mantuvieron on line aun después que Jesús falleciera o, para volver a mi amigo Rafa, la apertura de un espacio insultante a él y que llamaron "Crónicas Rojas". Recuerdo incluso que —aun cuando no soy un conocedor de bellezas masculinas— la foto que pusieron de Rafael era algo más fea que el original.

Y ahora, súbitamente, aparecen dos artículos atacando el Premio Anagrama que le concedieron por su libro Tumbas sin sosiego. No he leído estos ensayos, aunque espero hacerlo y, con más fortuna discutirlos con Rafa libando algunos de los brebajes medievales que a ambos nos gustan y que espero que él pague. Pero más allá de las preferencias intelectuales y políticas de cada cual, hay un límite para el desacato. Y ese límite lo han vuelto a violar los chicos de las lagartijas decapitadas de La Jiribilla.


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