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Las lagartijas decapitadas

Rafael Rojas: Recibiendo coletazos de los dos extremos.

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En primer lugar hay un artículo de alguien llamado José Sanz donde se usa como testimonio contra el libro de Rafa una supuesta opinión achacada a Vicente Verdú, quien habría confesado públicamente que no había otorgado su voto (como jurado) a este libro por considerarle "una mala guía telefónica". Lo que, de ser cierto, sería una falta monumental de ética y un derroche de arrogancia que sólo merece el desprecio. Y sólo utilizable por quienes, partiendo de un vulgar pragmatismo arropador de la debilidad, perciben al-enemigo-de-mi-enemigo-como-mi-amigo, sea este Verdú, Sadam Husein o Humala.

Luego llega otro a cargo de Ernesto Pérez Castillo. Se trata de un cuentista no muy imaginativo, pero simpático, y reconozcamos que no ser pesado ya es una ventaja en este mundo. En este caso el articulista traba un combate heroico contra fragmentos de la obra de Rojas, a veces mezclando cosas ininteligibles, a veces adoptando poses heterodoxas y siempre presentando una argumentación muy poco sofisticada, reñida tanto con el castellano como con la teoría.

Así, el cuentista considera que clasificar a la intelectualidad republicana en liberales, comunistas y conservadores es propio de los textos de la Academia de Ciencias de la URSS, que el término "guerrillero" enaltece en sí mismo a quien lo posee y ningún "malo" puede ser guerrillero, que Ortiz no era liberal porque empleaba comunistas, y que un ejemplo de la afluencia económica de los terroristas exiliados era que podían pagar ¡2 mil dólares! en efectivo a un salvadoreño por poner una bomba en un hotel habanero.

Y así, un listado interminable de argumentos retozones, todos (recordando al viejo Marx) "por debajo de la crítica" y tras los cuales habría que reconocer que con semejantes enemigos Rafael Rojas no necesita amigos.

Prescindir del arrebato
Concluyo con tres consejos aprovechando que soy más viejo que los tres aconsejados:

A La Jiribilla, que prescinda de esos arrebatos de virtud excesiva, que sólo conducen al pecado. La sociedad cubana, su cultura y sus intelectuales necesitan el otro tipo de cosas que publican y divulgan.

A Pérez Castillo, que siga ejercitándose en el cuento —digamos que nos cuente qué pasó con Mariceli tras la muerte del casi/doctor— y no haga más "filosofía barata".

A Rafa, que siga escribiendo, por supuesto, pero sobre todo que me mande el libro. Yo no compro libros de los amigos porque los míos se los regalo. Y Lichi y Velia saben que los leo.


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