Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Maraña gestual

Bobby Rush, The Cuban Five y el dilema de canjear espías por disidentes encarcelados.

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Bobby Rush dio la nota en el septeto de congresistas norteamericanos negros que viajó a la Isla, el sexteto que afinó el "sentido del humor" de Raúl Castro y el trío que amenizó la velada en la casita de Fidel Castro.

Al mérito de ser el único vencedor de Obama en elecciones para cargos públicos (Primer Distrito de Illinois, 2000), Rush suma haber roto (1974) con el Partido Panteras Negras. Durante su militancia (desde 1967) pasó seis meses en la cárcel por tenencia ilegal de armas de fuego, y su memoria afectiva entró así en relación simpática con los cinco espías penitentes de la Red Avispa: dijo conocer "el sufrimiento de los presos políticos" y prometió abogar por que EE UU diera "muestras de compasión y hermandad".

Concierto barroco

Rush es otro buril que talla la joya falsa de cinco caras para encandilar a la opinión pública: Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González serían agentes "enviados a Miami para recoger pruebas contra los responsables de acciones terroristas contra Cuba", por decirlo al estilo de José Pertierra.

Toda el álgebra verbal para defender a The Cuban Five gira en torno al temprano alegato de Fidel Castro: su derecho "a informarse sobre la actividad de los grupos terroristas de la mafia de Miami" (CNN, octubre 20 de 1998). Así y todo, Castro no puede ejercerlo a su gusto y sin previo consentimiento de EE UU.

Ningún Estado tiene derecho a infiltrar por la libre a sus agentes en otro, y sólo a este último corresponde prescribir cómo vigilar a la gente dentro de su territorio. De lo contrario, se vendría abajo el Derecho Internacional Público.

Por lo demás, Castro nunca admitiría que agentes de la CIA se infiltraran clandestinamente en la Isla para recoger información sobre, por ejemplo, más de ochenta fugitivos de la justicia estadounidense, entre ellos Ishmail Alí, cabecilla de "Los Cinco de Islas Vírgenes", quienes asesinaron a ocho turistas en Saint Croix (septiembre 6, 1972).

Alí escapó de la cárcel, secuestró un avión y se refugió en Cuba. ¿En qué andará? ¿Pintando cuadros como Posada Carriles, o en concursos de poesía como Alpha 66?

El colmo de Castro estriba en pretender que The Cuban Five sean agentes demediados. Enseñados desde chiquitos a que "detrás de [cualesquiera] hechos, está la CIA", estos agentes se habrían infiltrado en EE UU para espiar tan sólo a "grupos terroristas" de exiliados. Habría que reconocerle entonces a la inteligencia castrista entrenar más allá de la condición humana, para no sucumbir a la tentación de espiar al imperio mismo, al archienemigo con quien Castro confiesa hallarse desde siempre en "situación virtual de guerra" (Looking for Fidel, 2004).

De paso habría que tragarse que la superagente en el corazón del imperio (Ana Belén Montes) era de otra camada, a pesar de que el agente especial Stephen McCoy (FBI) demostró que "el estilo de trabajo y comunicación de Montes con la inteligencia cubana corresponde al mismo patrón de comportamiento (…) de la llamada Red Avispa".

Ni qué decir del avispa-poeta Antonio Guerrero, quien desde su altura notificó así al mando su amistad con un jovencito de apellido Bryan: "Lo más importante: es hijo de un militar jefe en la terminal naval de la base aérea de Guantánamo (…) Debido a los lazos militares de esta relación continuaremos desarrollándola y ofreceremos información a medida que la consigamos (…) Va a empezar su servicio militar en la Fuerza Aérea. Me dijo que fue asignado a Texas, pero no sé a qué base (…) Lo más importante es crear una relación que seguramente nos dará importante información en el futuro".

Rostros del reverso

El revuelo por The Cuban Five acalla no sólo que la conspiración para espiar en contra de EE UU está implícita en la infiltración clandestina, sino también que primero fueron arrestados de un golpe diez agentes de la Red Avispa (septiembre 12, 1998), y después Luis y Margot, que trabajaban con Fernando González.

The Other Cuban Five confesaron tener la misión de espiar instalaciones militares. Alejandro Alonso trató infructuosamente de colarse en una de ellas. Joseph Santos y su esposa, Amarilys Silverio, trabajaron con Labañino en la infiltración del Comando Sur, incluyendo sus redes informáticas. Otro matrimonio de espías, Linda y Nicolo Hernández, buscaba información en la base aérea de Homestead (Florida) y en el cuartel de Fort Bragg (Carolina del Norte).

Luis y Margot eran los esposos George y Marisol Garí: él intentó laborar en la base aérea de MacDill (Tampa), mientras ella aprovechaba su empleo en el servicio postal para interceptar correspondencia entre cubanoamericanos. Así mismo fueron expulsados dos "diplomáticos" de la Sección de Intereses de Castro en Washington, entre ellos el primer secretario, Eduardo Martínez Borbonet.

Hay otros cinco que incitan a dar más vueltas en el redil jurídico: los cinco millones de dólares que Leonard Weinglass y demás abogados defensores cobraron por el primer juicio. No en balde buscan anularlo y realizar otro en sede neutral, para que suene otra vez la contadora. Esta maniobra pudo haberse desbaratado con sólo llevar a cabo el juicio fuera de Miami, por ejemplo: en Fort Lauderdale, donde es fácil escoger doce jurados sin noción alguna de quién es Fidel Castro. Porque, a fin de cuentas, el precedente judicial que viene como anillo al dedo acusatorio contra la Red Avispa reza: "las pruebas de cargo son suficientes para barrer con la defensa" (Hernández contra Nueva York, 1991).

Arte del trucaje

Por algo la defensa mediática cifra su esperanza en el poder ejecutivo. Una de las propuestas más absurdas viene de Alejandro Armengol: The Cuban Five "no debieron ser juzgados [en EE UU], sino devueltos a Cuba". De este modo, los agentes de Castro que como Labañino se denominaban a sí mismos "ilegales", habrían merecido el mismo trato reservado por la costumbre internacional a quienes, como Martínez Borbonet, posan de diplomáticos.

El propio Armengol urde la solución de canjear a los espías por disidentes encarcelados, siguiendo la pauta del opositor soviético Natan Sharansky, quien fue liberado treinta minutos antes de que se llevara a cabo un canje oficial de agentes prisioneros entre Washington y Moscú.

Pertierra refina el truco con el reciclaje de otra idea de Fidel Castro. Según Lars Schoultz, hacia 1978 Castro susurró a los diplomáticos estadounidenses Robert Pastor y Peter Tarnoff: "No entiendo por qué ustedes llevan tan recio a los puertorriqueños. Los EE UU podrían hacer un gesto y liberarlos, y entonces nosotros podríamos hacer otro gesto sin conexión alguna, simplemente como gesto humanitario unilateral" (That Infernal Little Cuban Republic, 2009, página 324).

Para septiembre de 1979, el presidente Jimmy Carter liberaba a los puertorriqueños condenados por entrar a tiros (marzo 1, 1954) en la Cámara de Representantes (Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda e Irving Flores) y atentar (Noviembre 1, 1950) contra el presidente Harry Truman (Oscar Collazo). A los diez días, Castro hizo lo mismo con cuatro ciudadanos americanos presos en Cuba por delitos contra la Seguridad del Estado: Lawrence Lunt, Juan Tur, Everett Jackson y Claudio Rodríguez.

Pertierra explica el ardid en franco desprecio a la opinión pública: "Con el intercambio directo de prisioneros se corre el riesgo de que el público considere los delitos equivalentes, pero un gesto unilateral seguido de otro de la contraparte atenuaría la crítica". Pasa por alto que, ya en aquella ocasión, el truquito del canje fue puesto al desnudo por uno de los reos estadounidenses. Everett Jackson declaró: "Fui deportado. Me niego a ser cambiado por alguien que atentó contra el presidente de los EE UU".

Coda

No debió (ni debe) objetarse enjuiciar a The Cuban Five fuera de Miami. Ni vale la pena sumar otra cadena perpetua a Gerardo Hernández por complicidad en el asesinato (febrero 24, 1996) de cuatro pilotos de Hermanos al Rescate, si no van a juzgarse a los autores intelectuales (Raúl Castro y Rubén Martínez Puente) y ejecutores del crimen. Lo que puede prevenirse es que la secuencia gesto a gesto para liberar a The Cuban Five no tenga, como premisa mayor, que Castro reconozca sus agentes infiltrados como espías.


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