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Nuevos estudiantes

Arriban a la universidad los nacidos durante el derrumbe socialista, la generación 'demencial' que empezó a estudiar en el período especial.

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Los nuevos ingresos en las universidades cubanas nacieron después de la caída del Muro de Berlín, después del desmembramiento y fin del "campo socialista" y la URSS. Tienen 18 ó 19 años, arribaron al planeta alrededor de 1988. Sus padres sólo han conocido la "revolución", un gobernante, un partido...

Acaba de iniciar sus clases la promoción "especial", popularmente conocida por "demencial", en alusión a los sucesos de los balseros en 1994, al giro hacia la sobrevivencia donde "escapando" sustituyó a "inventando".

¿Podría desconocerse esta emergente promoción cuando se valora la situación cubana de ahora mismo? Sí, desgraciadamente. Los disparates comienzan cuando se ignora o soslaya el almanaque, algo común entre "cubanólogos", sobre todo entre viejos y maduros que han "envejecido", sin redundancia, aunque con delicadas comillas irónicas.

Por las ruinas del socialismo real, entre reggaeton, rap y hip hop, los adolescentes caminan y tropiezan hacia un título en la precaria educación terciaria que padece el país.

Los lugares comunes podríamos soslayarlos. Ya se conocen abrumadora, trágicamente. Aunque el miedo —allá dentro— siga disfrazándose con nuevas caretas, incapaces de justificar las evidencias de que la cobardía prima entre las vergüenzas cubanas.

Porque quizás lo más desolador en las universidades, todas controladas por el Ministerio de Educación Superior, no es la escasez de claustros capaces o bibliografía actualizada, de dinámicas de grupo efectivas o pedagogía interactiva... Tampoco las precarias condiciones materiales que forman el ámbito cotidiano.

Hipotecas al Alma Máter

Por encima de tales tópicos, se halla lo peor: una derivación del miedo. La parálisis, he ahí el axis. Estatismo finisecular o estatalismo de casi medio siglo: inercia, acrecentada por la "ausencia" del Comandante desde julio de 2006, que para los jóvenes sólo significa una vaga conversación de sobremesa con padres y abuelos.

Pero tal indiferencia —lógico, natural mecanismo de defensa— no elimina el fenómeno, como el almirante japonés que quiso tapar la flota enemiga abriendo un abanico. Ahí siguen los buques, las hipotecas al Alma Máter. Ya aprendieron —tienen cierto entrenamiento del Preuniversitario, de la Secundaria Básica y de la Primaria— que ninguna autoridad docente se atreve a cambiar ni una pizarra, muchísimo menos un plan de estudio o la subordinación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).

Quizás ahora el gerundio sea "esperando"... En cualquier caso ese verbo es lo único que se mueve en el país. Esperar radicaliza el inmovilismo. Y ellos lo saben mejor que nadie. La "trova" que le "bajan" padres y abuelos revolotea en torno —parecida a las auras tiñosas sobre un cadáver— al no hacer nada que altere la calma chicha, tan temida como los huracanes por los navegantes de la colonización.

Observan la resignación como un fenómeno tan normal como la tienda en chavitos —16 CUC es el salario mensual promedio— o la guagua fantasma. Sobre ella apenas algunos logran sacudirse el marasmo, casi siempre mirando el mar. No hay opción, y la propaganda no cesa de repetir que cualquier cambio puede ser peor.

Cambio: dudar... El adoctrinamiento ideológico a la nueva matrícula universitaria ha tratado de extirparle la duda, no ya metódica, no ya ni marxista. Las excepciones son tan raras como el por ciento de disidentes activos. La certeza de que el Poder es omnímodo y de que su estructura siempre es piramidal, se la han inculcado con saña de poeta inédito.

Trágica farsa nacional

Un amigo, profesor de una de las antiuniversidades en la zona occidental de la Isla, al que le pregunté por las peculiaridades de sus alumnos, me comenta que "les da igual", que los "no vale la pena" abundan más que "la culpa es del bloqueo yanqui". Me dice que de aquellos jóvenes rebeldes de los primeros sesenta —los Cinco Picos que subían el Turquino o que se movilizaron cuando Girón— si acaso sobrevive la misma pasión, pero por emigrar.

Comenta —ahora no sé si con razón— que son más vulgares, que la urbanidad es un recuerdo, ahora preñada de malas palabras que forman su escaso léxico cotidiano, tanto de varones como de hembras, en un ambiente donde la promiscuidad y ciertas drogas blandas —cocimientos de flor de campana— no necesitan de turistas o remesas, de hijos de generales o de altos gerentes.

Hay en ellos —según datos empíricos, necesitados de una investigación científica interdisciplinaria— una mezcla de fatalismo geopolítico con desplazamiento de culpas hacia las generaciones precedentes. Víctimas de un fenómeno mundial donde la globalización tiene mucho de escepticismo, de recalentamiento y contaminación ambiental, parece que sólo esperan "existir", no vivir.

Triste panorama, inmerecido. Son víctimas de la hipocresía que los rodea. Desde ella se mueven con natural simulación, en la trágica farsa nacional. Saben ponerse de pie, aplaudir, hacer como que leen las "reflexiones" del convaleciente caudillo. Levantan los hombros, comparten una sonrisa de confabulación, y a lo suyo. Encontrar un cínico entre ellos es poco probable, tan escaso como el acceso a internet y a los blogs juveniles.

Ahora que Encuentro en la Red ha tenido la feliz y democrática iniciativa de incorporar comentarios de lectores a los textos, parece saludable concluir esta breve reflexión con un haz de preguntas, de invitaciones a ahondar en el incandescente tema:

¿En qué se distingue la generación universitaria emergente de sus antecesoras? ¿Cómo corre su vida diaria? ¿A qué aspiran mientras transcurran los años de estudio? ¿Cómo valoran a sus padres y abuelos? ¿Cuál nivel real de conocimientos obtendrán? ¿Cuál inserción en la vida laboral imaginan para dentro de cinco años, cuando se gradúen? ¿Qué piensan del exilio y de Cuba? ¿Cuántos actúan por inercia, al saber que sus salarios de egresados serán, de no cambiar el sistema, tan miserables como los que sus padres perciben ahora mismo? ¿No les dará asco el miedo nacional a la élite gobernante?

Mi escepticismo, sin embargo, deja la esperanza de una última pregunta: ¿Cuántos de ellos ya no empiezan a incorporarse a los movimientos de resistencia contra el quietismo?


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