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Disidencia, Elecciones, Oposición

O’Grady: periodismo ideológico al garete

Solo los números electorales de boletas anuladas y en blanco —con tendencia en alza de menos de 459 mil (2013) a casi 716 mil (2015)— servirían para deslegitimar al régimen

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Hay que agradecer a la editora y columnista Mary O’Grady haber allanado el camino a las predicciones sobre la transferencia de poder en Cuba con su artículo de opinión “Los demócratas de Cuba necesitan el apoyo de EE.UU.” (The Wall Street Journal, lunes 25 de enero de 2016).

Desde el titular mismo se presta servicio ideológico al anticastrismo irracional de quienes prefieren andar con qué puede o deber hacer por ellos un Estado extranjero antes de dilucidar qué pueden o deben hacer ellos en su Estado nacional.

Ese titular distorsiona historia y política. EEUU viene apoyando a los demócratas genuinos y hasta falsos de Cuba desde mediados de 1959, pero la bandería de Castro ganó la guerra civil hacia 1966 y la oposición pacífica no se ganó al pueblo en el medio siglo siguiente, a pesar del apoyo de EEUU, que tan solo en las últimas dos décadas invirtió unos $300 millones en programas para la transición a la democracia y otros $700 millones en Radio y TV Martí.

Por imperativo de la eficacia de las inversiones, la Casa Blanca tenía que tomar nota más tarde o más temprano [que fuera la administración a Obama es puramente circunstancial] de que los demócratas cubanos ni logran el favor popular ni arrancan una sola concesión a la dictadura. Obama se atuvo entonces a esta observación de Martí: “Toda tensión prolongada es falsa”[1].

Noción de actor político

El artículo de O’Grady gira en torno a su entrevista con Antonio Rodiles, quien puntualizó: “No podemos permitir la transferencia de poder”. La periodista quedó complacida y no formuló la pregunta que se caía de la mata: ¿Y cómo piensas impedirla, Tony?

La distorsión de historia y política continuó con que el acercamiento entre Washington y La Habana “envía una señal de que el régimen es un actor político legítimo” para el futuro del país.

Para su legitimidad futura, el régimen de La Habana no necesita reconocimiento de Washington; basta con que detenta el poder en el presente con respaldo, aparente o real, de eso que llaman pueblo, que no respalda a la oposición que se pasa la vida invocándolo.

El entrevistado explicó que los extranjeros “entienden que es mejor tener una buena relación con el régimen, y no con la oposición, debido a que esa es la gente que va a tener el poder político y económico”. Irónicamente, la oposición se apoya sobre todo en los extranjeros. La excusa de que no tiene apoyo masivo dentro como consecuencia de la represión y de que el pueblo es esclavo del Estado se desvanece con que tampoco los exiliados prestan apoyo en masa. Ningún opositor de visita puede pasar cepillo entre ellos como hacía Martí.

Al plantear el entrevistado que “si les podemos mostrar que nosotros somos los que tenemos el poder para transformar al país, esta gente seguro preferirá estar con nosotros”, O’Grady siguió plantada ideológicamente sin preguntar cómo se podría mostrar esa calidad política.

El mensaje que falta

Solo por picardía se vocifera sin más que cese la represión, algo que viene haciéndose por décadas, a sabiendas de que no cesará tan solo por exigírselo al Gobierno. Además de denunciarla hay que pensar en cómo acabar con ella, pues de lo contrario se darán vueltas y más vueltas en ese ciclo de represión y oposición que dura ya más de medio siglo.

Una cosa es luchar por la democracia en su dimensión horizontal —reclamar igualdad de derechos y denunciar trato injusto— y otra muy distinta empinarse en su dimensión vertical —quiénes deben gobernar— como portadores del “poder para transformar el país” e inventar que “este es el momento decisivo [para] la misión de los cubanos a favor de la democracia”.

Esta monserga no encierra otra cosa que vanagloriarse antes de ir a la guerra en vez de hacerlo a la vuelta, pero O’Grady ni siquiera preguntó por qué no había cuajado la arenga de mediados del año pasado: “Si #TodosMarchamos los domingos, el miedo y la dictadura se acaban. Hagámoslo”. Como era de esperar en un país donde nadie sigue a las víctimas, los domingos de represión van ya por 40 sin reportarse cifras de incorporación ciudadana, sino de más o menos el mismo número de marchantes y arrestos cada domingo.

Así, el único resultado son 40 vueltas más en el ciclo casi sexagenario de represión y oposición, esta vez pidiendo una ley de amnistía que la Asamblea Nacional jamás dictará. Así no se muestra ningún “poder para transformar el país”, sino la insensatez tradicional de promover leyes en contexto totalitario sin buscar primero cómo cambiar el parlamento.

Como el propio entrevistado aseveró que “necesitamos cambiar el mensaje”, pudiera empezar ya por transmitir aquel que la oposición siempre ha desdeñado: “Votar por cualquier candidato es votar por el castrismo; votar por el castrismo es seguir como estamos: ¡Anula tu boleta o déjala en blanco!”.

Rebeldía sin conocimiento de causa

Solo los números electorales de boletas anuladas y en blanco —con tendencia en alza de menos de 459 mil (2013) a casi 716 mil (2015)— servirían para deslegitimar al régimen. Los números que viene manejando la oposición —ya sean de domingos de represión, arrestos en tal día o mes o año, presos políticos en listas confusas, firmas recogidas para proyectos inútiles, seguidores en Twitter, dotaciones de premios y cualesquiera otros de politiquería simbólica— ni sirvieron para ganarse al pueblo ni sirven ya para ganarse a los extranjeros.

Pero O’Grady ni siquiera sabe qué dictadura hay en Cuba: “Si los Castro esperan transferir el poder a la siguiente generación —ya sea a Alejandro, el hijo de Raúl, o a un Tom Hagen cubano, el consigliere de la familia Corleone en la película El Padrino— de la misma forma que la KGB rusa obligó a Boris Yeltsin a entregar el poder al veterano de la KGB Vladimir Putin, tendrán que hacerlo pronto”. Aquí se conjugan magistralmente:

  • La falsa perspectiva de que los Castros esperan transferir el poder —como si no vinieran haciéndolo tras disponer de tiempo de sobra para planificar al detalle— y tendrían que apurarse, como si el ritmo de transferencia no estuviera marcado ya por el Congreso del Partido, en abril de este año, y las elecciones generales en 2018.
  • La falsa alternativa sucesoria del hijo de Raúl Castro, como si no estuviera descartada de antemano por la elección en 2013 de Miguel Díaz-Canel como vicepresidente primero, que hoy mismo sucedería por ley a Raúl en caso de muerte o enfermedad.[2]
  • La falsa analogía con el traspaso de Yeltsin a Putin, como si la Rusia multipartidista y caótica de 1999 guardara semejanza con la dictadura de partido único vigente en Cuba.

El entrevistado adujo y O’Grady convino en que otro gallo cantaría “si Obama no le estuviera ofreciendo al régimen legitimidad y dólares, a la vez que se rehúsa a reconocer oficialmente a la oposición”.

Sin haber sido reconocidos ni siquiera por los vecinos en sus barrios, muchos opositores se creen que por oponerse al Gobierno dentro y salir en los medios afuera merecen ser reconocidos —como si fueran Estado en cierne o fuerza beligerante— por el gobierno de EEUU más allá de asignación de fondos y declaraciones protocolares, como si desde la primavera de 2009 no constara este reconocimiento oficial en el Departamento de Estado: “The traditional dissident movement is not likely to supplant the Cuban government (…) We will need to look elsewhere, including within the government itself[3].

Coda

Puesto que los opositores actuales no ha superado “el movimiento disidente tradicional” de marchar los domingos, urdir plebiscitos, abundar en declaraciones, pedir leyes y demás ademanes sin atinar a ganarse al pueblo, Washington sabe que no encarnan ninguna alternativa política y tiene que buscarla dentro del propio Gobierno.

Entretanto el periodismo sirviente de O’Grady transforma palabras en palabrería para oponerse a la tiranía política del castrismo con la tiranía ideológica del anticastrismo de pasquín sin ninguna idea viable.

En consecuencia se puede predecir ya que los opositores no podrán impedir que las próximas elecciones generales en Cuba generen “la transferencia de poder” —que no será otra cosa que dar continuidad al castrismo sin jefe de Estado y Gobierno con apellido Castro— ni podrán mostrar “poder para transformar al país” aunque los ciento y pico de domingos que median hasta febrero de 2018 sean de marcha y represión.



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