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Exilio, Oposición, Derechos Humanos

Por otra Cuba mejor: teoría y praxis

Se debe abogar porque La Habana ratifique los pactos internacionales, tanto de derechos políticos y civiles como económicos y sociales, que el gobierno cubano firmó el 28 de enero de 2008

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Después de habernos embobecido con tantos proyectos y campañas disidentes, desde el engaño de las firmas hasta el insulto del paro nacional, la higiene mental sugiere que “la oposición tiene que reinventarse,” como apuntó Antonio Rodiles, sobre la base de los derechos humanos.

No se trata de seguir desgastándolos conceptualmente en circos mediáticos ni de repartir más ejemplares de la Declaración Universal (1948). La pauta de acción se marca con los pactos internacionales (1966) tanto de derechos políticos y civiles como económicos y sociales, que Cuba firmó ya el 28 de enero de 2008.

Se viene dando largas a la ratificación, para no tener obligación de cumplirlos, y de seguro se ratificarán con reservas e interpretaciones a conveniencia, pero así y todo los pactos, por su índole jurídica y universalista, expresan un interés generalizable. Abogar por su pronta ratificación y discutir reservas e interpretaciones estrechas viene muy bien a exigir dentro el ajuste al Derecho Internacional y discutir con fuerza argumentativa en el exterior. Ningún panfleto ni coalición disidente tiene esa doble virtud para encarar el problema de legitimación del castrismo tardío.

Tres tristes tiranías

De legitimidad se habla ya sólo —como decía Habermas— con referencia al orden político, que además de mantenerse a la fuerza busca siempre justificación como bueno y justo. La apariencia de legitimidad de la dictadura castrista prevalecerá, sin jefe de Estado y Gobierno con apellido Castro, por efecto de triple tiranía.

La tiranía social campea por sus respetos en el pensamiento y en la acción al confluir minorías con estrechos intereses y mayoría inerte. El legado del castrismo clásico al tardío no es solo partido único, ideología oficial, represión política y monopolio sobre las armas, los medios fundamentales de producción y los medios de comunicación masiva. También es la población conformista.

La tiranía electoral se impone por ley de candidatura única e interpretación de las boletas anuladas y en blanco como votos sin validez. Así, el castrismo clásico ha paseado la distancia de cinco elecciones parlamentarias directas con la inmensa mayoría del electorado —el pueblo cubano políticamente visible— dando su voto a los candidatos únicos a diputado en cada distrito.

La tiranía constitucional priva de derechos a las minorías disidentes: las libertades reconocidas a los ciudadanos no pueden ejercerse “contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el comunismo”. Así no hay libertad para que las minorías busquen el favor de la mayoría en tal o cual opinión. Ni siquiera hay libertad para que el individuo cambie de opinión, pues quien pasa del bando de la mayoría a tal o cual minoría cae de inmediato en el bando de quienes no tienen derecho a convencer a los demás.

El triple salto opositor

El grupo político de Fidel Castro ganó la guerra civil y la oposición no tiene la fuerza del número. Sus voceros fraguan entonces la amalgama de la dimensión horizontal [derechos para todos] con la dimensión vertical de la democracia [transición a otro gobierno por algunos otros]. No advierten que la mayoría inerte y conformista decide la suerte de las minorías políticamente activas y el quid estriba en tener acceso al pueblo antes que a Internet.

La deslegitimación del castrismo tardío no puede abordarse ya en la perspectiva imaginaria de que la libertad y los derechos se conquistan con el filo del machete. Hay que mendigarlos de tal manera que la crisis de racionalidad del sistema económico rebaje la lealtad de masas a crisis de legitimación, esto es: que la mayoría supere la inercia política por combinación del malestar de la incultura económico-social y la argumentación racional de derechos políticos y sociales frente al orden político castrista.

No en balde la tiranía de los números electorales se conmovió más hondamente en la fase más aguda de la recesión económica mañosamente etiquetada como “período especial”. En la capital, casi la cuarta parte del electorado (1 millón 640 mil personas) no fue a votar o lo hizo en contra de la campaña gubernamental del voto unido (Tribuna de La Habana, 28 de febrero de 1993).

Ningún ademán disidente ha logrado capitalizar el descontento popular y jamás podrán hacerlo con las andanzas de circo mediático que datan por lo menos desde que Luis Conte Agüero anunció haber organizado “Centinelas por la Libertad” dentro de la Isla. Felipe Rivero despachó a Conte Agüero por pasar como “centinela” a toda persona que le escribía desde Cuba (The Miami Herald, 29 de noviembre de 1966), pero esa tradición crítica se perdió. Los circos mediáticos se arman hoy hasta con que “la UNPACU puso a temblar a la dictadura”.

La conexión entre teoría y praxis por otra Cuba mejor exige propuestas lógicas [pasar la prueba de discusión argumentativa], interpretaciones acertadas [ajustarse al contexto práctico] y decisiones atinadas [asumir los riesgos]. Nada mejor que ilustrar con contraejemplos.

  • Propuesta ilógica. El laureado historiador y ensayista cubano Rafael Rojas propuso que el Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social (2010) se utilizara “por opositores y reformistas para presionar a favor del cambio”, porque entrañaba “algo que ningún otro texto oficial había hecho: definir el socialismo”, y esa “nueva definición del socialismo cubano —igualdad de derechos y oportunidades— es idéntica a la definición de cualquier economía de mercado, Estado de derecho o democracia política del mundo” (“¿Qué es el socialismo actualizado?”, El País, 12 de abril de 2010).

Esta propuesta jamás encarnó ni entre opositores ni entre reformistas, pero no porque ellos tuvieran poco seso para entender “qué es el socialismo actualizado”, sino porque la propuesta en sí es un disparate. No tiene sentido presionar a favor del cambio con un pasaje libresco de aquel mamotreto del único partido, si la igualdad de derechos y oportunidades está disponible desde la Constitución socialista de 1976 como norma jurídica exigible en las relaciones de todos los ciudadanos con el Estado (Capítulo VI, Artículos 41-44).

Para pasajes librescos tenemos incluso otro de mucho más vigor intelectual: la definición de comunismo que dieron Marx o Engels y viene pregonando Armando Hart: “El movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual”. Así no hace falta ni discutir el principio constitucional del socialismo irrevocable.

  • Interpretación desacertada. Luego de ser entrenado en la Fundación Lech Walesa (Polonia) sobre la estrategia de apoyar “las exigencias de la gente común para lograr cambios económicos y sociales”, Guillermo Fariñas acudió con otros disidentes a dar apoyo a unos 200 cocheros de Santa Clara que protestaban por altos impuestos. Al preguntársele “si los disidentes y los cocheros habían logrado entablar algún tipo de relación como resultado de la protesta, Fariña prefirió no hacer comentarios” (“Disidentes usan una nueva estrategia”, El Nuevo Herald, 30 de septiembre de 2013).

Así escondió vergonzosamente que los cocheros repudiaron su presencia por estimar que sólo quería usarlos como trampolín político y que malearía la solución del problema del gremio. La propuesta polaca es lógica: para ganarse a la gente hay que respaldar sus demandas concretas, pero Fariñas no acertó a interpretarla en el contexto dado. Walesa se pudo encaramar en una cerca de los astilleros de Gdansk porque trabajaba allí. No se trata de irrumpir entre los cocheros como líder disidente, sino de que los cocheros se tornen disidentes y gesten sus propios líderes por interpretación correcta de que las tasas de impuestos deslegitiman el orden político castrista como injusto y malo.

  • Decisión desatinada. El Proyecto Varela se llevó a segunda vuelta el 3 de octubre de 2004 con más firmas inútiles (14.384 contra 11.020) que las entregadas el 10 de mayo de 2002 a la Asamblea Nacional (AN). Terminaría con el desatino de relanzarlo en Madrid, el 24 de octubre de 2008, pero aún peor fue urdir que la AN nunca dio respuesta y así correr por gusto el riesgo de perder credibilidad frente al castrismo.

Fidel Castro puso en blanco y negro: “Ese Proyecto Varela lo recibió la comisión, lo estudió, le respondió y lo que ocurrió es que sus promotores no quisieron recibir la respuesta”. (Biografía a dos voces, Debate, 2006, página 390). Así consta por lo menos desde el 17 de julio de 2003, cuando la respuesta de la AN al Proyecto Varela se colgó en Internet con las observaciones precisas de que la oficina del presidente de la AN entregó la respuesta el 18 de noviembre de 2002 y hasta procedió a remitirla por correo el 26 de noviembre de 2002, sin que “Oswaldo Payá diera a conocer jamás el contenido del documento”.

Amén de que ni Payá ni ningún otro promotor se apeó en ninguna parte con el artículo pertinente: “¡Mientes, Castro!”, nadie puede tragarse que la AN diera entrada al Proyecto Varela y no corriera el trámite burocrático de notificación de la respuesta definitiva, pero que sí se atreviera a publicarla en Internet. La respuesta negativa se notició incluso en Panorama, el boletín interno del único partido.

Coda

Más acá de la guerra, la praxis política cristaliza con la mayoría inerte como árbitro de la competencia entre las minorías activas. El problema de legitimación se resume en que la minoría gobernante no merece gobernar, pero no se resuelve si otra minoría se opone al gobernante con igual arrogante ignorancia.

Ya se adelantó la propuesta rigurosamente lógica de concentrarse en los pactos internacionales de derechos humanos para forjar otra Cuba mejor. Ahora toca propiciar interpretaciones acertadas en los diversos contextos vitales de aplicación. Así, la tiranía electoral tiene que enfrentarse con análisis que se precipiten en pautas de acción tan fundadas como sencillas: “Votar por cualquiera es votar por el castrismo; votar por el castrismo es seguir empeorando. Por otra Cuba mejor, ¡anula tu boleta! Nadie podrá verte ni pedirte cuentas después”.

Eso sí: la decisión atinada queda siempre en manos de quienes asuman los riesgos. Ninguna campaña ni llamamiento, proyecto o declaración, video o documental, obra pictórica o escénica, compele por sí a la militancia, pero arrancar con la lógica los pactos internacionales parece al menos ser buena estrategia para que llegue el día en que, como auguró Heberto Padilla, los vacilantes sabrán lo que no quieren, los balbucientes descubrirán su voz fuerte y los tímidos y los apabullados dejarán de ponerse de pie cuando entre el gobernante.


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