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Cuba, Castro, Batista

Tíbiri tábara de Batista con Castro

El mito de que Batista perdió la guerra contra Castro por culpa del embargo de armas impuesto por Washington se desguaza al revisar el diálogo entre el “Che” Guevara y el coronel Joaquín Casillas en Santa Clara

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El 2 de diciembre de 1956, el capitán Caridad Fernández, jefe del escuadrón de la Guardia Rural en Manzanillo, envió temprano un radiograma sobre el desembarco de unos cien hombres en Belic. El general presidente Batista siguió como si nada.

Ese día cenó en casa de su primer ministro, Jorge García Montes, junto con el próximo premier, Andrés Rivero Agüero, así como los jefes del ejército y de la marina, general Francisco “Pancho” Tabernilla y almirante José Rodríguez Calderón, respectivamente. De sobremesa se puso a jugar canasta hasta las tres de la madrugada.

En eso llegó el brigadier “Silito” Tabernilla con parte militar actualizado. Batista pidió un mapa y alguien extendió sobre la mesa uno comercial de las gasolineras Esso: “A ver, Pancho, ¿por dónde fue el desembarco?” Marcado el lugar, Silito propuso desplegar toda la tropa disponible entre Pilón y Niquero y empujar los expedicionarios hacia el mar. Batista repuso: “Silito, tú estás loco. Tú-no-vé que en la Sierra Maestra no hay quien viva”.

Teatro de operaciones

Ese mismo día llegó a Santiago de Cuba el coronel Pedro Barrera con las tropas movilizadas por los sucesos del 30 de noviembre. El comandante Juan González arribó por la noche con casi 100 hombres a la zona del desembarco, pero dos semanas después Batista ordenó la retirada gradual. Barrera regresó a La Habana y la Guardia Rural quedó encargada de limpiar la Sierra Maestra.

Ya se había olvidado de Fidel Castro cuando el 17 de enero de 1957 la guerrillita de este tomó el puestecito militar de La Plata. Para el 24 de febrero salía el primer reportaje de Herbert Matthews sobre Castro y su guerrilla en The New York Times. Batista llamó a Rafael Díaz-Balart para verificar y este dijo que la foto no parecía de Fidel. Sin más se largó el desmentido de la “entrevista apócrifa”.

Sólo que el NYT sacó en sucesión dos reportajes más de Matthews y Batista ordenó entonces al coronel Barreras volver a Oriente para exterminar a la guerrilla. Barreras preguntó qué hacer si Castro caía en combate. Batista repuso: “¡Quémalo! Que el aire se lleve sus cenizas y nadie sepa dónde está su tumba. No quiero otro Guiteras”.

El plan de exterminio de la guerrilla incluía reconcentrar a los campesinos de la Sierra Maestra en las ciudades. La prensa dentro y fuera tachó enseguida a Batista de ser otro Weyler. A las 48 horas, Batista reculaba y suspendía las operaciones.

En vez de, como había propuesto Silito, empujar con 500 y pico de soldados a Castro hacia la costa, Batista prefirió empujarlo hacia la Sierra Maestra, donde nadie podría vivir. Ahora necesitaba 10.000 soldados para sacarlo de allí. Y en vez de un mapa Esso en el otoño de 1956, tuvo ante sí el plan Fin de Fidel (FF) para el verano de 1958.

“EI plan es magnífico —dijo Batista al jefe de operaciones, general Eulogio Cantillo— pero es una lástima que sólo podamos llevarlo a cabo en su cuarta parte”, esto es: con la cuarta parte de las tropas, parque, aviones y demás recursos. Abundó en que no podía dejar sin custodia militar tales y cuales fincas ni centrales en plena molienda ni carreteras y puentes terminados o en construcción.

Antes de arrancar la ofensiva, Washington canceló los envíos de armas a Cuba. Había esperado con suma paciencia que Batista acabara con Castro, pero no podía sacrificar más su prestigio internacional con el general presidente que suspendía y volvía a suspender las garantías constitucionales. Un mes antes de imponer el embargo, el Departamento de Estado mandó un emisario con el recado de buscar alguna solución, pero Batista dejó hasta que la mala noticia tomara por sorpresa a las tropas a principios de abril. Así y todo, 14 batallones y 7 compañías bien pertrechados se desplegaron finalmente contra Castro en la Sierra Maestra. A poco de iniciarse las operaciones, Castro envió una circular a los jefes de sus columnas guerrilleras: “Esta ofensiva será la más larga de todas. Después del fracaso de ésta, Batista estará perdido irremisiblemente y él lo sabe”. Así mismitico fue.

Teatro de elecciones

Batista quedó entonces a la defensiva, pero sin carecer de armas y parque. El mito de que perdió la guerra contra Castro por culpa del embargo de armas impuesto por Washington se desguaza con el pasaje histórico del diálogo entre el comandante rebelde Che Guevara y el coronel Joaquín Casillas en breve tregua durante la batalla de Santa Clara (1):

Che: Coronel, vengo a pedirle que se rinda para evitar más derramamientos de sangre.

Casillas: Comandante, mientras yo tenga una bala no me rindo (…) Con las armas que yo tengo usted no puede vencerme.

Che [sonriendo levemente]: Coronel, usted tiene las armas, pero ya no tiene quién las empuñe.

Así que Batista se aprestó a montar las elecciones generales del 3 de noviembre de 1958 y lo haría con fraude por duplicación. En una casa cerca de la Posta 10 del Campamento Militar de Columbia se instalaron máquinas de imprenta y se apilaron cuños con las firmas de los secretarios y presidentes de todas las juntas electorales. Cada noche, a eso de las ocho, un tal Sotomayor, imprentero del Tribunal Superior Electoral, traía las matrices usadas por el día para tirar las boletas. No en balde Batista había mandado a comprar en USA el doble del papel necesario.

A medida que se imprimían de nuevo las boletas, soldados bien seleccionados marcaban los casilleros de los candidatos a representantes y senadores prefijados por Batista, amén de poner los cuños y firmas correspondientes. Los paquetes de boletas duplicadas se trasladaban en camiones al aeropuerto militar de Columbia e iban en avión hasta los municipios para reemplazar las boletas originales y asegurar el triunfo de los candidatos de Batista.

Al notificársele este plan, Justo Luis Pozo, líder del batistiano Partido Acción Progresista (PAP) y alcalde de La Habana, replicó: “En La Habana no se utilizarán esas boletas. Yo no las necesito”. Así fue. Pozo ganó fácil la alcaldía. Entretanto salió electo presidente el candidato de la coalición batistiana, Rivero Agüero (428.166 votos), contra el dialoguero Carlos Márquez Sterling (95.447), el viejo Grau San Martín (75.789) y el pamplinero Alberto Salas Armaro (8.752)

Coda

El 20 de diciembre de 1958, el agregado militar de Cuba en República Dominicana, coronel José Estévez Maymir, dio a Batista este recado del Generalísimo Trujillo: “Estoy en disposición de desembarcar tres batallones del ejército regular dominicano en Santa Clara y otros dos mil hombres en la Sierra Maestra. Son tropas frescas, bien entrenadas y equipadas, que puedo movilizar mañana mismo y enviarlas en aviones transporte. Hay que arrasar con Castro”. Batista respondió: “No quiero trato con dictadores”.

Ese mismo día averiguó con Wincy, jefe de la fuerza aérea y hermano de Silito, cuántos asientos estarían disponibles para irse rápido de Cuba. Wincy dijo que 108, en aviones de Aerovías Q [2]. Batista comentó: “Esas personas tendrán que agradecerme algún día haberles salvado la vida”.

Notas

[1] Bohemia, enero 11 de 1959, p. 117.

[2] Desde mayo de 1957 Batista tenía el paquete de control (75% de las acciones) de Aerovías Q y tenía también buena tajada de acciones en Cubana de Aviación. Había entrado en el negocio de aerolíneas hacia 1955 al comprar “Cuba Aeropostal”. Cf.: Jiménez Soler, Guillermo: Los propietarios de Cuba en 1958, Ciencias Sociales, 2007, 64-74 passim.


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