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Cuba, Crisis, Reformas

Tiempo de Crisálida

Las grandes victorias requieren de una gestación natural y laboriosa

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Hemos dicho más de una vez, que el modelo económico establecido en Cuba en los años 60, siguiendo el ejemplo de otros países de Europa y Asia, no es sustentable, y, por tanto, es generador constante de crisis económicas que tienden a conducir al país a profundas crisis y a corto o largo plazo, a un colapso del sistema, como fue evidente en la Unión Soviética y en el resto de los países de Europa del Este. China tuvo también que abandonarlo implementando elementos capitalistas. El porqué no es sustentable, lo hemos explicado en publicaciones anteriores[1], pero trataremos de resumirlo así: una burocracia que por su magnitud no puede ser fiscalizada eficazmente por la élite del Partido-Estado, ejerce un control absoluto sobre las empresas que administra sin ser oficialmente propietaria de ellas, por lo que carece de verdadero incentivo productivo, y, en consecuencia, se genera una corrupción que da lugar al derroche y al pésimo mantenimiento de los medios de producción.

De ahí los llamados períodos “especial” y “coyuntural” de los últimos treinta años. Para contrarrestar los efectos negativos de períodos como éstos, el régimen acude regularmente a dos recursos: a éxodos masivos y a reformas económicas superficiales y temporales. Los éxodos permiten aliviar las tensiones internas, y por los lapsos de tiempo en que se repiten, puede percibirse la duración de los procesos de desgaste provocados por la insostenibilidad del sistema: catorce o quince años, como se ve bien claro en los tres primeros: Camarioca, Mariel y el de los balseros.

Las reformas se basan, fundamentalmente, en permitir legalmente pequeñas propiedades privadas y aperturas limitadas de libre mercado. La palabra “reforma” significa cambiar la forma, no la esencia del sistema, que siempre permanece inalterable. Por eso, estos métodos, aunque inicialmente logran cierto alivio, no significan una solución permanente y radical al problema de fondo, porque no cambian la naturaleza de insostenibilidad del modelo, por lo que siempre, a la larga, vuelve a presentarse, nuevamente, la profundización de la crisis y el peligro del colapso, por lo que podemos decir que ese régimen está destinado a desaparecer.

Hemos dicho antes que las manifestaciones del 11 de julio fueron el principio de un nuevo proceso revolucionario a pesar de haber sido aplastadas por una brutal represión. Pues bien, así mismo fue aplastada la acción insurreccional del 26 de julio de 1953, y, sin embargo, fue también el acto inicial del proceso que puso fin a la dictadura anterior. En aquel momento, los opresores de entonces cantaron victoria cuando los sobrevivientes fueron a parar a la cárcel, sin percatarse de que lo que se estaba produciendo era un tiempo de maduración para que aquella semilla germinara y fructificara en nuevos actos insurreccionales, como el tiempo en que tarda un capullo para el aleteo de la mariposa.

Esto se ha repetido muchas veces, en Cuba y en el mundo, empezando por el desastre del 10 de octubre de 1868 cuando la mayoría de los insurgentes fue abatida por los disparos del fuerte de Yara, y Céspedes vio que se había quedado con solo una docena de hombres desmoralizados, por lo que les gritó: “¡No importa, doce hombres bastan para lograr la independencia de Cuba!” Esas derrotas han dado lugar a que siempre en Cuba se hayan celebrado fechas históricas que más bien deberían haber sido luctuosas.

Pues hoy ocurre lo mismo. Tanto los que decían que las manifestaciones serían seguidas en poco tiempo por otras que pondrían fin a ese régimen, se equivocaron, así como los que creyeron que con la brutal represión todo había acabado, sin percatarse, unos y otros, que las grandes victorias requieren de una gestación natural y laboriosa. Estamos en tiempo de crisálida.

Por tanto, esos métodos de éxodos y de tímidas aperturas no son soluciones definitivas, pues solo se implementan para ganar tiempo. ¿Tiempo para qué? Pues para encontrar una fuente de ingresos adicionales que permita la sobrevivencia. Sin esa fuente, de nada le valen esos recursos.

Hasta no hace tanto, esa fuente siempre había aparecido. En los primeros tiempos había sido el alto precio del azúcar en el mercado mundial, cuando todavía Cuba era el principal exportador de ese producto, pero luego siempre contó con las subvenciones de un país aliado. En los 80 se sostuvo gracias a los precios preferenciales del azúcar pagados por la Unión Soviética, y en los primeros años del siglo XXI, gracias al petróleo venezolano, hasta que el régimen de Maduro cayó también en un abismo.

Hoy, en medio de la más aguda de todas las crisis, la nomenclatura ha acudido a los métodos de siempre: el éxodo y las aperturas privadas. Esto permitiría un nuevo respiro.

Todo podría repetirse igual que antes… si no fuera por dos circunstancias nuevas: Primero no se ve a la vista un aliado con suficientes recursos como para convertirse en un nuevo suministrador permanente de ingresos; y segundo, ya no existe el mismo apoyo con que contaba antes entre la población.

Para entender esto último es preciso ver en qué medida y cómo se manifestaba ese apoyo y cómo se manifiesta hoy. Si nos fijamos bien, la población en Cuba puede dividirse en tres capas en cuanto a su actitud en relación con la nomenclatura cubana dominante. Vamos a analizar esas tres capas, desde 1968, en que culmina el proceso revolucionario cubano con la última medida de transformaciones radicales, la llamada “ofensiva revolucionaria”, que acabó de dar forma al modelo de centralismo monopolista de Estado impuesto dictatorialmente, durante más de medio siglo, hasta el año 2021 cuando se producen las manifestaciones del 11 de julio, fecha que, desde mi perspectiva, marca el inicio de un nuevo proceso revolucionario frente a ese régimen. Y escojo ese período porque durante ese tiempo esas tres capas mantuvieron, cada una, más o menos, las mismas proporciones:

La Primera capa es la de apoyo incondicional a ese sistema, cuyo por ciento ha oscilado entre un 10 o un 20 por ciento, ya sea por fanatismo o por convicción ideológica.

La Segunda capa, la más grande, ha mantenido una actitud que podríamos calificar de apoyo condicional, porque realmente está motivado por la necesidad de mantener sus medios de vida, así como otras pocas ventajas, por lo que es la masa poblacional que ha practicado lo que conocemos como “doble moral”, o sea, no está de acuerdo con el sistema, pero en la práctica se mantiene integrada en sus organizaciones oficialistas y asiste a las marchas o concentraciones convocadas, aunque muchas de esas personas mantienen la esperanza de aprovechar cualquier oportunidad para emigrar. Su magnitud, a mi juicio, ha oscilado siempre entre un 60 y un 80 por ciento.

Finalmente, la Tercera capa es la que manifiesta abiertamente su desacuerdo con el estatus vigente, por lo que se mantiene en un segmento marginal, compuesta de personas conocidas como “desafectas”, muchas de ellas, familiares de presos políticos, otras con miras a emigrar por las diversas vías que se presenten, y otras, integradas en la oposición, principalmente organizaciones disidentes. Su proporción podría calcularse también entre un 10 y un 20 por ciento.

Por supuesto que otros pueden tener diferentes opiniones en cuanto al estimado de estas magnitudes, pero si se analiza sin prejuicio, no creo que diferirían mucho de la que hemos presentado, aunque no es fácil determinar quiénes pertenecen a la primera capa y quiénes a la segunda por la conducta de simulación que ya hemos mencionado. Tampoco esas magnitudes son estables y varían según la situación general, como los períodos de mayor profundización de las crisis, y muchas personas pueden pasar de una capa a la otra según sus circunstancias particulares. De acuerdo con estos estimados, durante este período, un promedio de un 85 por ciento de la población ha estado apoyando a ese régimen, por una razón o por otra.

Pero como veremos, estas magnitudes cambiaron radicalmente entre 2020 y 2021 de acuerdo con las protestas masivas y los índices oficiales de los resultados de plebiscitos y elecciones durante los tres últimos años, partiendo de un razonamiento muy simple, pues si bien se puede dudar de esos resultados cuando declaran victoria, no se puede dudar cuando dan a conocer los índices que no los favorecen y solo se cuestiona la medida en que ese fracaso se produjo.

Estos datos son importantes para entender mejor lo que estamos afirmando, porque siendo conservadores, una gran parte de la segunda capa, la más numerosa, dejó de practicar la doble moral, esto es, ha dejado de mantener ese apoyo condicional y ha pasado a engrosar la tercera capa, la de la oposición abierta, por lo que un estimado muy conservador de esos cambios para cada una de esas capas sería 10 por ciento para los de apoyo incondicional, 30 para los de apoyo condicional y 60 para los desafectos.

Entonces, a pesar de las reformas y éxodos masivos, si ese régimen de modelo económico disfuncional ha perdido lo que a la larga podía salvarlo del colapso: un proveedor externo permanente y ya ha perdido la representatividad de la mayor parte del pueblo que lo sostenía, está ya destinado a derrumbarse, porque cuando las medidas tomadas para suavizar las tensiones pierdan su efecto, no habrá que esperar mucho para que se produzca una explosión social de mayores proporciones que la primera, y lo único que podrá salvarlo, si para entonces quedara tiempo, sería un cambio profundo de las estructuras de esa sociedad, una sustitución radical de ese modelo insostenible, por lo cual hemos afirmado que después del 11 de julio, pase lo que pase, es un antes y un después, o sea, las cosas no podrán seguir siendo como hasta ahora. En otras palabras, lo que se impone es otra revolución, y lo único que habría que determinar es si esa revolución se hará desde el poder o contra el poder.


[1] Léase, por ejemplo, el ensayo Un Cadáver Insepulto llamado “Revolución” publicado en Amazon, cuyas seis primeras reflexiones fueron publicadas en esta revista con el título de “¿Quiénes son en Cuba los verdaderos revolucionarios?”


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