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Traición, Revolución, Castro

¿Quiénes son en Cuba los verdaderos revolucionarios?

Las seis primeras reflexiones de las 18 del ensayo del autor publicado en Amazon: Un Cadáver Insepulto llamado Revolución

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1. La Revolución terminó hace más de medio siglo

Cuando en 1970 fracasara la llamada “Zafra de los Diez Millones”, una meta que no pudo ser cumplida a pesar de que se consideraba una cuestión de honor, y el propio caudillo se disculpó públicamente en tono de autocrítica, un joven maestro de una secundaria obrera habló durante un acto de la necesidad de “una revolución dentro de la Revolución”, por lo que estuvo a punto de ser arrestado. Ni siquiera dentro de la Revolución podía hablarse de otra revolución. Sin embargo, para entonces no nos dábamos cuenta de que aquella revolución ya se había acabado dos años atrás.

Cuando a Cuba comenzaban a llegar personas de la Unión Soviética, si se le preguntaba a alguno de ellos cómo iba su revolución por allá, reaccionaban: “¿Cuál revolución? ¡Ah, sí! ¿La de Lenin? Eso fue hace muchos años”. Para ellos aquello ya se había acabado hacía mucho tiempo, y solo hablaban de “socialismo”.

Para la Real Academia Española, revolución significa “cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”. Si definimos así esa palabra, simplificándola como transformación radical de las estructuras de la sociedad, esa revolución fue la que llevó a cabo el liderato que tomó el poder en Cuba en 1959 durante los primeros nueve años, hasta 1968 con la última medida radical que afectaba esas estructuras, la llamada “ofensiva revolucionaria” que decapitó a la clase media al expropiar a todos los trabajadores independientes, de sus propios medios de sustento. Y ahí se acabó la Revolución. No la ha habido desde hace más de cincuenta años. En otras palabras, lo que existe en el poder no es una revolución.

Entonces, ¿por qué los que gobiernan siguen hablando en nombre de algo que hace tanto tiempo dejó de existir? La pregunta solo tiene una respuesta, y muy simple: para ocultar, tras esa palabra, lo que realmente comenzó a existir en Cuba desde entonces: una tiranía, como mismo el dictador Batista había estado hablando de la “Revolución del 4 de septiembre” hasta 1958, a pesar de que él mismo la había traicionado 24 años antes. La historia, así, volvía a repetirse, pero más dramáticamente, como una espiral de traiciones.

La llamada Revolución Cubana es, por tanto, desde hace mucho tiempo, un cadáver insepulto que se exhibe por todas partes momificado, para hacer creer que aún vive.

2. La Revolución del 59 fue traicionada

En La Historia me Absolverá, que supuestamente reproduce el célebre discurso de Fidel Castro ante el tribunal que lo juzgaba por el ataque al Cuartel Moncada, describía así la República que se había perdido con el golpe del Diez de Marzo:

Tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades, Presidente, Congreso, Tribunales; todo el mundo podría reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos, y en el pueblo palpitaba el entusiasmo”.

¿Se restituyeron todos esos derechos y libertades cuando él llegó al poder en 1959? ¿Se alcanzaron las dos demandas principales por las cuales se fraguaron conspiraciones e insurrecciones contra la dictadura nacida del golpe de Estado de 1952, la restitución de la Constitución y la realización de elecciones libres?

No solo no cumplieron esos dos objetivos, sino que, aprovechando las demandas sociales de la Constitución de poner fin a los latifundios y repartir las tierras entre los campesinos desposeídos, hicieron creer, cual acto de birlibirloque, que las cumplían, pues ni eliminaron los latifundios ni repartieron las tierras, sino que entregaron títulos de propiedad a los que ya las tenían, ya fuesen aparceros o arrendatarios, y luego, en vez de poner fin a los latifundios, los convirtieron en estatales al absorber el Estado el 70 por ciento de las tierras cultivables, por lo que éste se convirtió en el único y más grande terrateniente que ha existido en nuestra historia. O sea, lo que hicieron fue reemplazar a todos los supuestos pequeños demonios, por un monstruo gigantesco que los devoró: eso que desde entonces se convirtió en el todo poderoso Estado totalitario.

Además. si tenemos en cuenta que la lucha insurgente de los años cincuenta de una juventud calificada de Generación del Centenario por estar inspirada en el ideario de José Martí, cuyo lema fundamental era “con todos y para el bien de todos”, los líderes sobrevivientes en el poder traicionaron esos ideales por la que dieron su sangre tantos cubanos, pues no solo expropiaron a terratenientes y capitalistas, sino además, a los trabajadores independientes, en un acto que fue el robo a mano armada más grande realizado en toda la historia de este continente.

Así, aquella dirigencia, sin elecciones libres, y sin permitir ninguna forma de oposición, dejó de ser revolucionaria y se convirtió en dictatorial, al frente de un estado totalitario que habría hecho palidecer de envidia a Hitler y a Mussolini, pues acaparaban en sus manos el control de todas las riquezas del país.

Con el fin de aquel proceso de nueve años de dramáticas transformaciones, de ejecuciones y encarcelamientos de muchos compañeros de lucha defraudados por aquella traición, lo que realmente había surgido había sido una dictadura totalitaria que desconocía todos los derechos fundamentales de los ciudadanos y un modelo económico disfuncional al generar un estamento burocrático ineficiente y corrupto al frente de todas las empresas expropiadas.

3. Hay que revisar y corregir la semántica

Aunque aquella revolución se acabó en los 60, llevaron a cabo otra: la revolución lingüística.

Para quienes gobiernan, esa tiranía era todavía una revolución que, a su vez, era sinónimo de patria, y por tanto, quien se oponía a esa tiranía era un “contrarrevolucionario” y un “apátrida”. A los campos de concentración de trabajo forzado donde eran enviados los homosexuales, los religiosos que rechazaban el Servicio Militar Obligatorio y a los jóvenes “conflictivos” como yo, les llamaban “Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP)”. A los trabajadores independientes se les llamó “pequeños burgueses”. Y como acabaron con todos los pequeños propietarios, todo el sistema de producción, transporte y distribución, acabó por derrumbarse, por lo que aumentó el desabastecimiento y empezaron a faltar muchos productos básicos, y en consecuencia, se crearon cartillas de racionamiento a las que se les llamó, como una burla sarcástica, “libretas de abastecimiento”. A las épocas de crisis aguda se les llamó “período especial”. Y así se fue aplicando esa curiosa técnica semántica de trastrocar muchas palabras.

Pero basta ya de engaños y vamos a hablar el idioma español correctamente. No permitan los opositores que les llamen “contrarrevolucionarios”. No le sigamos el juego a quienes trastocan los términos como estrategia de propaganda.

Si no hay revolución, entonces tampoco puede haber contrarrevolucionarios. En Cuba no hay contrarrevolucionarios, y si los hay, están en el Comité Central del Partido y no tras los barrotes de las cárceles, porque fueron ellos los que traicionaron su propia revolución. Entonces no puede llamárseles así a los opositores porque quieran cambiar radicalmente las estructuras de esa sociedad que ha devenido en tiranía, sino revolucionarios, porque esa, reitero, es la definición de revolución.

Si se habla de hacer cambios cosméticos, los opositores los rechazan indignados porque según ellos, lo que hay que hacer son cambios profundos, radicales, y tienen la razón, pero entonces, si en consecuencia, se les llama “revolucionarios”, acostumbrados ya a escuchar ese término como una mala palabra, se ofenden. ¿En qué quedamos, entonces? ¿Quiénes son los verdaderos revolucionarios? Pues esos opositores, gústele o no a quienes gobiernan y gústele o no a quienes se le oponen. ¿Quieren o no esos opositores cambiar radicalmente ese sistema? Pues eso, según la Real Academia Española, se llama revolución.

4. Ese régimen es reaccionario

Aunque la expropiación de ese sector fundamental de la población de trabajadores independientes que generó el desabastecimiento y en general la crisis estructural, luego, cuando faltaron las subvenciones de la Unión Soviética, esa dirigencia tuvo que hacer concesiones a la libre iniciativa económica de la población, pero con esa mentalidad estatista centralizada, ha continuado manteniendo restricciones burocráticas de esas actividades, en sentido contrario al desarrollo actual de las fuerzas productivas en el mundo de la Era Informática, tendiente a la descentralización y al empoderamiento de los pequeños productores, por lo que se trata de un poder eminentemente reaccionario.

Ese régimen marcha en sentido inverso al curso de la historia. Desde sus orígenes, ha llevado a cabo una política de perseguir a todos aquellos que se apartaban abiertamente de los patrones establecidos por ellos, ya sea por su orientación sexual, por sus prácticas religiosas o preferencias culturales, en una época en que cada vez en la mayor parte del mundo ese paradigma patriarcal está siendo rebasado por otra mentalidad donde todas esas formas de discriminación tienden a desaparecer.

Ese régimen no ha tenido en cuenta los urgentes reclamos medioambientalistas que en gran parte del mundo se están exigiendo, en particular el reemplazo del uso de las energías fósiles por las renovables, y a pesar de declararse en contra de la discriminación de las minorías, en la práctica ha creado un orden donde esas minorías se encuentran en desventaja y desplazadas de las posiciones claves de la sociedad, en particular negros, mujeres, religiosos y homosexuales.

Por otra parte, ese régimen niega, por su propia esencia, todo tipo de progreso y desarrollo. Al violar el derecho fundamental de libre expresión de diferentes perspectivas de la realidad en las diversas formas de manifestación intelectual o artística, imposibilita las contribuciones de diversas opciones de los conflictos y se queda limitado en un estrecho marco de decisiones.

5. Ese modelo es disfuncional

Ese régimen dictatorial surgido de aquella revolución, es insostenible por depender de un modelo económico disfuncional. Al mantener relaciones de producción que los incapacita para lograr un control efectivo sobre una desproporcionada burocracia sin incentivo productivo, cae en la contradicción de que, sin ser esa burocracia propietaria oficialmente de los medios de producción, mantiene el control sobre ellos, lo que genera la corrupción rampante, mientras el poder intenta mantener una mano de obra asalariada semiesclava por medios coactivos, al tratarse de un patrón único sobre los medios de producción y al mismo tiempo contar con la fuerza represiva de un Estado totalitario, por lo que los únicos interesados en la producción constituyen un pequeño grupo de quince o veinte personas en la cúpula del Partido-Estado. Al mismo tiempo, se apodera del 80 por ciento de los salarios de los cubanos que trabajan para empresas extranjeras o han sido enviados a otros países a los que se les vende esa mano de obra como una modalidad nueva de trata de esclavos.

Esa dirigencia, convertida institucionalmente en Partido Comunista de Cuba (PCC), no había logrado sacar al país, tras más de medio siglo post-revolucionario y varios períodos de reformas, de esa crisis estructural que solo se aliviaba cuando aparecía en el horizonte un protector dadivoso para sacarlos a flote mediante subvenciones.

Ya nadie cree seriamente que el problema resida en el embargo estadounidense, sobre todo hoy, al perder todo sentido hablar del “brutal bloqueo yanqui” cuando Cuba puede comerciar abiertamente con los granjeros de ese país.

Lo que queda finalmente al descubierto, como causa principal del desastre, es el modelo económico que ha regido hasta el presente, algo insostenible por sí mismo. Lo confesó el propio Comandante en Jefe poco antes de morir: “Ese modelo no sirve ni para los cubanos”. Y también dijo, hablando con los estudiantes, que la revolución podía ser derrocada desde dentro, con lo cual se refería a la burocracia estatal corrupta que corroe al sistema desde su interior.

Todos los países gobernados por Partidos Comunistas de Europa del Este, se derrumbaron sin intervenciones militares, sin insurrecciones armadas ni golpes de Estado y sin disparar un tiro, porque ni siquiera Rumanía fue una excepción por la “ilusión óptica” de que el “comunismo” se cayó con la ejecución de Ceaușescu sino el derrocamiento de un dictador durante una lucha de facciones dentro del partido gobernante. Un dirigente sucedió a otro y el partido cambió su nombre y todo siguió igual. Solo con la movilización pacífica de obreros y estudiantes pudo ponerse fin a ese régimen siete años después en las elecciones de 1996.

¿Por qué todos estos regímenes implosionaron sin una oposición violenta? Porque todos ellos se sostenían con un modelo económico disfuncional, condenados de antemano al fracaso. Incluso, el Partido Comunista Chino tuvo que realizar reformas capitalistas para poder sostenerse. Cuba no es una excepción. Si a esto se agrega una toma de conciencia ciudadana y en particular, el convencimiento generalizado de que la población ha vivido más de seis décadas engañada y que ya no se puede esperar nada de esta dirigencia ni aunque la renueven con nuevos rostros, sus días en el poder están contados.

6. Solo ha habido cambios de forma, pero no de esencia

Más que revolución, lo único que ha habido durante los últimos cincuenta años, han sido reformas. Unas tras otras se sucedían las reformas, pero el modelo quedaba siempre en pie, lo cual justifica el verdadero significado etimológico de esa palabra: Reforma es cambio de forma, pero no de esencia. Las estructuras siempre permanecían intactas. Porque justamente, lo que había que hacer era poner fin al control de las empresas del país por esa burocracia estatal, o sea, cambiar radicalmente las estructuras de esa sociedad. Pero eso no era aceptable, porque precisamente esa era la definición de una revolución. Y eso ya se había hecho en los años 60.

Y como ese liderato lo único que ha hecho durante los siguientes cincuenta y tantos años cada vez que la soga apretaba el cuello de la población, no ha sido otra cosa que “cambiar la forma”, solo para lograr un respiro, pero dejando la esencia intacta, ninguna de sus reformas ha sacado a la población de todas sus calamidades. Son ya tantas que más que “revolucionarios”, podríamos calificarlos - dejando de lado otros epítetos también merecidos -, el calificativo de reformistas, porque lo de revolucionario solo ha quedado en el recuerdo de las personas de la tercera edad sobre un pasado ya remoto supuestamente glorioso.


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