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Un Nobel dudoso

Al Gore recicla viejas teorías: No es la primera vez que una hipótesis sin verificación científica campea por sus respetos en el ámbito político.

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El Premio Nobel de la Paz 2007 se concedió ex aequo al vicepresidente norteamericano Al Gore y al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (PICC) de la ONU, por "impulsar el conocimiento y las acciones para contener el calentamiento global". Sin embargo, la causa primordial del cambio climático en la Tierra es la irregularidad de la radiación solar, que escapa del control de Gore y del PICC.

Ambos propugnan la vieja noción del "efecto invernadero", es decir, gases producidos por la actividad del hombre calientan la atmósfera y retienen el calor sobre la superficie del planeta, donde la temperatura no puede menos que incrementarse. Semejante teoría data de fines del siglo XIX, por obra y gracia del físico-químico sueco Svante Augustus Arrenius (1859-1927), quien obtuvo el Premio Nobel de Química (1903) en virtud de otra más atinada: su teoría sobre la disociación electrolítica.

Desde Arrenius se cree a pie juntillas en el "efecto invernadero", sin que jamás se haya comprobado con rigor científico. Los hombres de ciencia rusos han llamado la atención sobre la decisiva importancia de otros factores, ante todo la actividad y luminiscencia solar, así como las fluctuaciones del eje de rotación de la Tierra y la inestabilidad de las corrientes oceánicas.

Truls Gulowsen, director del grupo ambientalista Greenpeace en Noruega, ensalzó al Comité Nobel por "relacionar tan claramente los problemas climáticos con la paz". No es la primera vez que una hipótesis acaso racional, pero sin verificación científica, campea por sus respetos en el ámbito político. Gore y el PICC no han hecho más que reciclar la idea de Arrenius, tal y como prevalece en el Protocolo de Kioto (1997), del Convenio Marco sobre Cambio Climático de la ONU, firmado por casi 150 países.

Convalidar la mentira

Muchos gobiernos asignan hoy sumas astronómicas para combatir este efecto de la humanidad sobre la atmósfera, que entraña un comino para la temperatura del planeta. Y el Comité Nobel se ha gastado millón y medio de dólares en un premio que "no puede ser visto más que como una declaración política", según Bjorn Lomborg, profesor de Estadísticas de la Universidad de Aarhus (Dinamarca) y autor del libro El ecologista escéptico (1998). Lomborg demostró ya que el Oscar a la película de Gore, Una verdad incómoda convalidaba la mentira de que habrá un aumento inusitado del nivel del mar.

Igual sucede con este Nobel. El doctor en Física y Matemáticas Oleg Sorojtin (Instituto de Oceanografía de Rusia) asevera que por estos días arribamos al máximo de uno de los ciclos de calentamiento del planeta, que empezó en el siglo XVII, cuando nadie imaginaba que las emisiones artificiales de gases incidían sobre el clima.

Los rusos tienen el aval histórico de preocuparse más por el espacio exterior que por los problemas de acá abajo, y han descubierto dos ciclos de actividad solar: uno de 11 años y otro de dos siglos. Según Habibullah Abdusamátov, director del Laboratorio de Investigaciones Espaciales en el Observatorio de Púlkovo (Federación Rusa), el máximo de calentamiento acaba de sobrepasarse y hacia el año 2012 la temperatura comenzará a descender. Las fases de mínima actividad solar se esperan para el 2041 y el frío se mantendrá por lo menos durante medio siglo.

Así que el calentamiento global tiene su origen natural bien manifiesto y no depende del "efecto invernadero" derivado de la actividad humana. Dicen los rusos que en las capas densas de la atmósfera (troposfera) las cosas no son tan sencillas como piensa Gore. Antes que irradiarse, el calor se traslada por los flujos de las masas de aire, que no incrementan la temperatura global.

Aunque las emisiones industriales de dióxido de carbono (5-7 mil millones de toneladas anuales) se dupliquen, el hombre no sentiría aumentos de temperaturas hasta 2100. Por lo demás, el volumen de gas carbónico en el aire dista mucho de ser nocivo: desde mediados del siglo XX se correlaciona directamente con el alza de los rendimientos agrícolas.

A lo mejor si se contrarresta el "efecto invernadero", los huracanes, tornados y otros fenómenos naturales se atenúen, porque su intensidad depende en algo de la concentración del dióxido de carbono en la atmósfera, pero ese gas nada tiene que ver con el cambio climático global.

Botas de invierno y abrigos

La actividad solar supera en miles y miles de veces a toda la energía generada por la sociedad humana. Desde siempre viene anunciándose el fin del mundo por culpa de la humanidad, pero la humanidad siempre ha sabido arreglárselas para posponerlo. No habrá catástrofe climática global por (mala) acción del hombre.

Gore y muchos otros pretenden haber resuelto de un solo golpe un problema complicado y tan complejo, que quizás sea mejor dejar actuar por su cuenta a los mecanismos reguladores naturales. Supongamos que el planeta se ha calentado, como dice Gore. Entonces debe incrementarse la capacidad de vaporización del océano y, por tanto, el manto de nubes, que frena la energía solar y provoca una baja de la temperatura. A este razonamiento puede dársele la vuelta, como vulgar calcetín ecológico.

La racionalidad apunta más bien a tomar la naturaleza con aplomo y pragmatismo. Es irracional que cunda al pánico ante la teoría del "rápido deshielo" y hasta de la desaparición del Océano Glacial Ártico, si en ambos polos se comprueba empíricamente que los casquetes glaciares aumentan.

Gore y el PICC acaban de calentarle el cerebro a los miembros del Comité Nobel, pero tanto aquellos como estos tendrán a la larga que atenerse al sabio consejo de Sorojtin: "compren botas de invierno y abrigos".


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