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Variaciones en torno al cuento de la buena pipa

La apertura de un diálogo entre la Iglesia Católica cubana y el gobierno de la Isla ha supuesto, en casi las mismas dosis, esperanza y desazón

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Uno de los rasgos del presente político es que las jerarquías habituales son incapaces de establecer un orden reconocible. El orden político, anhelo moderno, está lo suficientemente devaluado en sí mismo como para que ya no sea un reclamo ni un objetivo de la moral que lo sostiene. No existe hoy ningún gran proyecto sociopolítico que sostenga su continuidad.

El resquebrajamiento de las élites programáticas se debe fundamentalmente a causas económicas y sociológicas. La primera nos ofrece un mundo disperso en cuanto a sus centros económicos, y la segunda al hastío social y el desgaste del modelo de bienestar enfocado desde cualquier ideología.

Los proyectos mundiales han desaparecido. No existe socialismo, del mismo modo que ha desaparecido el capitalismo clásico.

Los modelos de éxito se descuelgan de recetas. China en la medida que se conforma como tigre asiático, pronta a batir la hegemonía occidental, tiene que recrudecer su esencia represiva a fin de mantenerse en su estatus, del mismo modo que ciertos milagros como Brasil dependen demasiado de condiciones muy variables para garantizar la continuidad de su éxito. Estados Unidos, sacudido por la crisis y los accidentes, con un Gobierno cuyo liderazgo está cuestionado por la lentitud de su respuesta y las promesas incumplidas, va perdiendo fuelle, es menos tomado en cuenta y sus recetas han dejado de ser aplicadas como bálsamos milagrosos.

La dinámica actual supone un actuar, que sin dejar de ser político, se estructura sobre un anhelo de libertad en contra de las tendencias restrictivas y totalitarias emanadas desde los centros de poder. Vivimos una ruptura con los artefactos sociopolíticos que, independientemente de su ideología, buscan la institucionalización de los comportamientos sociales a través de aparatos jurídicos, control normativo, sistemas morales u órdenes jerárquicos.

Este es el mundo en que vivimos. Dispersión y presentismo: esperanza mutilada tendiente a cero.

Diálogos, besamanos e intrigas palaciegas

En Miami, los cubanos somos tan ingenuos como en Cuba.

Vivimos un momento crucial. La apertura de un diálogo entre la Iglesia Católica cubana y el gobierno de la Isla ha supuesto, en casi las mismas dosis, esperanza y desazón.

Aunque llama la atención, no sorprende, por esperada, la polarización de las opiniones. A estas alturas quien crea que este diálogo es un proceso desinteresado peca, no sólo de ingenuidad superlativa, peca, además de falta de sentido histórico.

Tanto para la Iglesia como actuante social, a quien no le cabe el mérito histórico del diálogo, al menos en lo que a Cuba se refiere, el proceso es en sí mismo una legitimación de su papel, ecuménico y social. El gobierno cubano, por su parte, escoge un interlocutor incómodo, pero con la suficiente presencia social para ser tenido en cuenta. Es una relación mutuamente ventajosa, que parece extraída de una novela gótica, y dónde se adivinan más manos y mentes de las que son visibles, o leíbles en los medios de prensa.

En la recién concluida X Semana Social Católica de Cuba, si algo quedó demostrado es una voluntad de acercamiento, y que de éste emane un proceso de soluciones a los conflictos que dividen la sociedad cubana actual. Estos conflictos van mucho más allá de la polarización entre Cuba y su exilio, se buscan soluciones para la precariedad en la Isla, para las carencias democráticas, para las arbitrariedades gubernamentales, para el ostracismo ideológico del partido único, se le da voz al exilio, no es su versión decimonónica y anquilosada, sino en sus actuantes moderados e inteligentes, aquellos que por encima de sus diferencias sitúan el bien común.

Según diferentes reportes, (1) el evento ha esclarecido un par de puntos importantes. El primero es que la Iglesia no media entre unos y otros, la Iglesia establece un diálogo en el que no traiciona su vocación, su objeto social. Y esto es importante porque toda institución se debe a su base social, y sin ésta se hunde en el desprestigio más absoluto. La base social católica en Cuba no está representada en los opositores, está representada en sus obispos y párrocos, que al defender el estado de los presos, el acercamiento a sus familias y su liberación, no enarbolan una exigencia específica de la feligresía, más bien expresan su vocación de reconciliación y esperanza.

El otro punto importante es la “existencia de estructuras reproductivas de hostilidades” que según Arturo López Levy obstaculizan cualquier proceso de acercamiento. A este tópico me referiré más adelante, pues ya pululan detractores, opositores y obstaculizadores.

Según el académico cubano americano, “Es importante concebir la reconciliación nacional como un proceso y no como acontecimiento", "El tema principal (la reconciliación) es cómo desmontar las estructuras de hostilidad vigentes, y avanzar hacia un ambiente de menor polarización"

Estas palabras de López Levy encierran, a su vez, dos consideraciones importantes. Por una parte establecer la vivencia de un proyecto más que un acto puntual. Un proceso permite revisiones, proyecciones e incluso retracciones, pero siempre establece un continuum. Además aparece el término reconciliación, no como un concepto estático, o anhelo objetivista, la reconciliación es estructura del mismo proceso que la busca.

Como en todo evento, entre sus luces, también sombras nos acechan. En una ponencia a seis manos los laicos residentes en la isla Roberto Veiga, Lenier González y Alexis Pestano, después de plantear el valor del perdón, de la cultura del consenso, y de la asunción de la diferencia en favor de lo que nos une, proponen que como “facilitadores” participen en este proceso, “los intelectuales, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Estado y la Iglesia”.

La militarización del aparato estatal y civil en Cuba no es un secreto. El papel del ejército como garante de la soberanía nacional nadie lo discute, pero su papel en la sociedad civil cubana es, cuando menos, cuestionable. No sé si esta última afirmación es un coqueteo barriobajero con las estructuras de poder o ingenuidad de manual.

La legitimidad de la Iglesia como actuante en este proceso no viene dada por una proyección histórica, se erige sobre una representatividad institucional con más de medio milenio de presencia en la Isla. La Iglesia, además, da una lección a tener en cuenta. Demuestra su vocación de diálogo y perdón, de reconciliación, poniendo el bien común por encima de sus diferencias. Los obispos pudieron hablar de los templos confiscados por el gobierno; los sacerdotes expulsados; las limitaciones que la ley y el Estado le imponen a su labor pastoral; los conflictos históricos con sus gobernantes, pero no, la Iglesia aparca sus rencillas y conversa, lo que todos deberíamos hacer.

Sin embargo, estos laicos, tres, están de acuerdo en otorgarle el papel de “facilitador” a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. ¿Cómo “facilitará” el proceso el ejercito? ¿Lanzando sus efectivos a las calles, reprimiendo a quienes, con todo su derecho, se opongan al diálogo o proceso, custodiando los carros jaulas cuando lleven a los presos a sus localidades de origen, protegiendo las puertas del despacho de Raúl cuando vaya el Cardenal?

Este proceso abierto, aún de escasos resultados, pero altamente esperanzador, debe recalcar su carácter civil, y el ejército debería despojarse de toda ideología. El papel de las Fuerzas Armadas, en cualquier país, es garantizar la soberanía nacional, independientemente del color gubernamental. Pero esto, en Cuba, es una utopía.

Otorgarle carácter civil a un cuerpo armado, e involucrarlo en un proceso como el que vivimos, que es lo que estos ponentes sugieren, es una aberración manifiesta de lo que la Iglesia misma propone y un camino donde los intereses no confluyen. Una propuesta visiblemente antidemocrática y ahistórica. El ejército no teoriza, sus términos, además de táctica y estrategia, se limitan a ordeno y mando.

En todos los supuestos Cuba es un país que no está en guerra, no hay confrontaciones armadas en las lomas de las serranías cubanas, no existe una lucha clandestina que asuste a los callejeros nocturnos; más allá de blogs y programas radiales, la confrontación entre cubanos no anuncia, ni de lejos, una guerra civil. Muchísimo menos en estos momentos dónde lo que sí se abre es un espacio alentador y futurible.

Uno de los grandes retos de la Cuba de hoy y de mañana será borrar el fantasma de sus soluciones históricas. Si bien el cuerpo jurídico de la Isla se ha encargado de escribirse y reescribirse no como un sistema preventivo sino como un cuerpo instrumental, no existe justificación posible desde una izquierda liberal y comprometida con su pueblo para el uso de la pena de muerte, las condenas excesivas y formas variopintas de represión del pensamiento opositor.

La Ley en Cuba es un artilugio que se adecua según necesidades puntuales. Si bien la estructura del ordenamiento jurídico cubano obedece a la lógica de una sociedad moderna, en la práctica, el principio de jerarquía normativa, que tiene en su cúspide la Constitución, es violado reiteradamente. La respuesta gubernamental al Proyecto Varela es una franca violación del principio jerárquico que toda sociedad democrática debería sostener, proteger y consolidar. La respuesta debió haber sido el absoluto respeto al artículo 88 g de la Ley de Leyes, en vez de organizar una payasada carnavalesca para perpetuar el modelo socialista, lo que significa persistir en el error.

La credibilidad de cualquier ordenamiento jurídico viene dada por su transparencia, su sintonía con los procesos sociales, y una estructura que si bien permita su renovación y perfeccionamiento no establezca capítulos coercitivos y perpetuos.

Limpiar el rastro de sangre que se ha enarbolado como estrategia de presencia y escarmiento será difícil. Desde los fusilamientos indiscriminados a las brigadas de respuesta rápida, desde el derribo de las dos avionetas hasta el hundimiento accidental del remolcador 13 de marzo, del Maleconazo hasta el fusilamiento de los tres jóvenes que secuestraron una lancha, desde las pintadas en las casas de los opositores hasta el encarcelamiento preventivo de los mismos.

Pero, del mismo modo, también será difícil borrar el atentado al avión de Cubana en Barbados, o las bombas puestas en hoteles cubanos, tampoco los ataques biológicos y paramilitares, los incendios provocados en establecimientos comerciales cubanos, los atentados a la agricultura y la ganadería cubana, así como otras formas de terrorismo “legal” como el embargo económico, leyes extraterritoriales y la impunidad que gozan autores confesos de crímenes, atentados y agresiones en nombre de la libertad de Cuba.

En ambos lados víctimas hay. Mucho habrá que olvidar y perdonar, palabra mediante, cubanía por delante.

Por otra parte sumar al diálogo a la intelectualidad cubana también comporta ciertos riesgos que se deben prevenir. El primero de ellos obedece a la lógica básica del canal mediante el cual aquella podrá sumarse al diálogo, es la paradoja del cómo y el por qué.

La supuesta vocación crítica de la intelectualidad cubana es más pregonada que conocida, también su abyección y plegamiento a las directrices verticales del Gobierno. Es un obstáculo que ha sabido sortear en muchas ocasiones y contra el cual ha sucumbido no pocas veces.

Cualquier diálogo que involucre a la intelectualidad debe tener en cuenta que su sentido político es arbitrario. El ejercicio intelectual comporta una crítica, sea cual sea su estructura o supuestos ideológicos que, además de estar permeada por el conjunto de conocimientos, la cultura y la personalidad del autor, se expresa a través de ciertos canales ofrecidos por la sociedad. Sumar al diálogo a la intelectualidad cubana supone la utilización de estos canales de distribución del pensamiento y, conociendo como éstos funcionan en Cuba, es bastante improbable que así suceda.

Las instituciones culturales cubanas no siguieron a pies juntillas el modelo al uso en los países comunistas del Este de Europa. Tras el telón de acero se intentó incorporar al intelectual crítico y a la cultura crítica que se pretendía desterrar, legitimando su espíritu transgresor, reciclando esa vieja técnica jesuita, tan aplicada en Cuba, de sumar al opuesto, reconducirlo, reeducarlo. La supuesta novedad del intelectual es, precisamente, lo que permite que las cosas continúen de la misma manera, como observó Gianni Vattimo con su particular agudeza. (2)

No podemos confundir las recientes declaraciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés o Alfredo Guevara como ejemplos de intelectualidad crítica. Estas declaraciones obedecen a factores coyunturales en nada relacionados con lo que supone el ejercicio crítico real. En cualquier caso, una crítica sólo es efectiva si llega a su receptor natural. Desgraciadamente los chispazos críticos se quedan en publicaciones y canales a los cuales la generalidad del cubano de la Isla no tiene acceso.

En Cuba, las instituciones culturales adoptaron la ideología política que se presumía crítica y se dedicaron a administrarla conforme a una plataforma establecida de antemano. Además de lo que Rafael Rojas denomina “el desmontaje intelectual de la República” la estrategia cultural cubana propició que los intelectuales deviniesen en rehenes de su propio voluntarismo, en una sutileza de la censura pocas veces vista en la historia. El intelectual cubano en la Isla se convirtió en instrumento, ya que su “verdad” individual esta prestada a la “verdad” totalitaria del sistema. Lo que más llama la atención es que, a todas luces, el intelectual cubano tipo, se siente cómodo en esta tergiversación de su papel.

El supuesto rol regulador de la lógica institucional y simbólica del intelectual crítico ha quedado invertido, siendo la institución quien atribuye y distribuye lo que de la supuesta “critica” resulte.

De sumarse al diálogo, la intelectualidad cubana deberá despojarse de las aberraciones que entraña el pertenecer a un aparato institucional regulador, asumiendo una postura verdaderamente crítica y jugando el papel que le toca. Utilizando todos los canales posibles, sin restricciones, debería explicar que tras lo inmediato y visible existen estructuras, fuerzas y poderes disímiles, que determinan los fenómenos. Develar, indicar, estructurar y ordenar los procesos que vive la sociedad cubana, exige sensibilidad política y conciencia del lugar que ocupa el intelectual en la sociedad.

Pataletas, cotorreos, y McGuffins cabareteros

La “existencia de estructuras reproductivas de hostilidades”, denunciada por Arturo López Levy, es un punto de importancia crucial en este proceso. Estas estructuras obedecen a la lógica estatista de ciertas fuerzas de resistencia tanto en la Isla como en su exilio. Ha sido muy valiente por parte de López Levy plantearlo en Cuba, pues aunque los más visibles son los sectores radicales enclavados en Miami no debemos olvidar que en Cuba también existen sectores de poder radicales y opuestos a cualquier cambio es el statu quo.

Oswaldo Payá, quien hasta ahora gozaba de todo mi respeto ha publicado una carta declamatoria y reivindicativa que es, en una misma, pregunta y respuesta. Según lo publicado por El Nuevo Herald, Payá se lamenta de que se excluya a la oposición del diálogo entre la Iglesia y el Estado. (3)

Payá, en esta pataleta, olvida que en este diálogo entre la Iglesia y el Estado cubano, hasta ahora, no ha habido ningún reclamo propio de la Iglesia y que ésta, en un acto verdaderamente generoso ha puesto el bien común por encima de sus reivindicaciones institucionales, que, como sabe el mismo Payá, son tantas que se atropellan. Deberíamos exigirle al propio Payá, al menos, la misma dosis de generosidad.

Pero esto no viene suelto, ya en otro artículo, el mismo medio de prensa que he citado planteaba la “exclusión de Oswaldo Payá de la X Semana Social Católica mientras la Iglesia invitaba a académicos cubanoamericanos” poco después aparece el texto de Payá. Todo en un orden perfectamente concebido, que de tan perfecto, poco margen deja a la casualidad. El texto crítica por igual al Estado y la Iglesia, al primero por el desconocimiento y exclusión de la oposición en el diálogo y a la segunda por atribuirse un papel político, que, hasta ahora, no está evidenciado en ninguna de las informaciones que han trascendido sobre el proceso.

Este señor, en un ejercicio intelectual sospechoso, se contradice, pues afirma: “También hemos aprendido de la Iglesia, que nadie debe pretender ser actor político desde la Iglesia, porque convierte a la Iglesia en parte política, cuando esta debe ser facilitadora del diálogo entre todas las partes” Señor Payá, facilitar el diálogo, eso es precisamente lo que la Iglesia está haciendo. La X Semana Social Católica, pese a no invitarlo, es un ejemplo de ello.

Por otra parte, Miguel Cossio, en el mismo medio citado, se suma a estos reproductores de hostilidades y carga, desde una supuesta perspectiva histórica contra el diálogo y el Vaticano. Además de citar a Payá y adherirse a su postura, intenta restarle valor al proceso porque involucra al gobierno cubano, a quien acusa, además de manipular a la Iglesia, de realizar movimientos y concesiones poco menos que cosméticas a fin de contrarrestar “la crisis de imagen que enfrentó el castrismo en el primer tiempo de este año, tras la muerte de Zapata Tamayo y otros acontecimientos conocidos”. (4)

Otras voces se suman a este coro de obstaculizadores, algunas desde la radio, algunas desde la televisión, todas intentan no perder protagonismo, aunque el exilio sabe que poco podrá hacer sin que los cubanos del otro lado se lo permitan. Si pretenden sumarse al proceso deberán primero ganarse a los de allá con gestos concretos, en vez de estigmatizar todo lo que de allí provenga.

La “Carta de los 74” es otro elemento que se agrega al arsenal de pretextos ruidosos. ¿A quién le puede parecer injusto e improcedente que se eliminen las restricciones que el gobierno de los Estados Unidos impone a sus ciudadanos para viajar a Cuba? ¿Quién puede oponerse a que se eliminen trabas para el comercio y la normalización de las relaciones entre dos países condenados inexorablemente a ser vecinos? Pues a quienes obtienen réditos políticos y económicos de la hostilidad permanente hacia Cuba, a nadie más.

Esta Carta ha traído a su vez la respuesta de otros doscientos y tantos opositores dentro de la Isla, artículos y manifestaciones de congresistas y también circula una denuncia hacia estas setenta y cuatro personas donde se les tilda de “traidores a la Patria”. Tampoco es casualidad que todo esto surja a la vera del diálogo, pero del otro lado de sus puertas. Mientras unos intentan aunar, los otros reinciden en obstaculizar.

Una de las firmantes, Claudia Cadelo, quien dentro de todo el movimiento bloguero, tan viciado y sospechoso, me parece sincera, honesta y comprometida, así lo manifiesta en Octavo Cerco:

“La polémica me fascina, justo en Cuba tengo otra amiga blogger que me llamó enseguida para decirme que en su opinión había que apretar la tuerca hasta que no hubiese ni agua para tomar, porque sólo así se caería la dictadura: ni a mí se me ocurrió decirle “fascista”, ni ella a mí “asesina castrista”. (…)

Desde que tengo uso de razón la política de la guerra fría sólo ha servido para que el Ministro de Relaciones Exteriores de turno repita un mantra infinito en cuanta cumbre hay por el mundo “bloqueo, bloqueo, bloqueo”, pero las cuentas privadas de los dueños del país siguen “creciendo, creciendo, creciendo”. Mientras, la izquierda Europea y Latinoamericana aplaude como si unas restricciones económicas pudieran justificar la dictadura más larga de occidente.

Esa es mi opinión: puede estar errada, puede ser correcta. Quizás sea ingenuo pensar que estas flexibilizaciones promoverían la democratización de Cuba, sin embargo, lo contrario termina por ser ―cuando se le mira fríamente― igualmente naïf”. (5)

Aunque, evidentemente, éste es un texto visceral, también es un termómetro de lo que hoy en Cuba se vive; la polarización entre quienes de manera moderada abogan por cambios, que en todo caso deberán ser protagonizados por los cubanos, y otros, también cubanos, que desde el rencor, no se conforman con menos que la asfixia, el dolor, y el sufrimiento para sus propios compatriotas. También renacen los anexionistas de siempre que abogan por el arbitraje de Estados Unidos en la situación cubana. (6)

Oscar Espinosa Chepe, en el texto publicado en Cubanet, titulado Talibanes en el exterior, ahonda en el espíritu de la carta y acusa la balcanización de la oposición cubana:

“Lamentablemente los talibanes tienen sus pares en el exterior, que les han brindado siempre todo tipo de justificaciones para machacar a la sociedad civil. Se trata de grupos cada vez más minoritarios, que guiados por el odio, y posiblemente otros factores menos justificables, durante años le han hecho el juego al totalitarismo. Ciertamente, en esos grupos, en un porciento elevado, se encuentran compatriotas, que habiendo sufrido mucho, y recibido en el pasado considerables daños y humillaciones personales y familiares, están obnubilados por las ofensas y responden con métodos equivocados, sin darse cuenta que contribuyen a la permanencia de esta pesadilla que por más de 51 años ha asolado nuestra sufrida patria.” (7)

Los que se oponen al diálogo son precisamente quienes no gozan de representatividad como exilio. Desterrados al banquillo de suplentes por blogueros de largos cabellos que ellos mismos desprecian, condenados a ser segundones en marchas y convocatorias, sin base social, porque en Cuba no los conoce ni Dios, y en Miami se van perdiendo las cenas importantes, no les queda otra que oponerse a todo, porque todo está contra ellos.

Este proceso, en los reproductores de hostilidades, cuenta con sus enemigos más visibles. Los políticos en Cuba deberán sortear sus ataques, demostrando mesura y paciencia. Estoy convencido que no es un diálogo exclusivista, la propia X Semana Social Católica así lo demuestra. A él deberían sumarse paulatinamente otros actuantes, voces que realmente deberían ser escuchadas.

En la forma gradual que sus gestores entiendan, sería esperanzador escuchar a los jóvenes de uno y otro lado, a los pequeños productores independientes, al protoempresario, en fin a la sociedad cubana toda, siempre que los fantasmas que acechan cejen en su empeño interventor y en la rabia repugnante de quienes no tienen ni protagonismo, ni base social.

Esperemos que los actuantes en Cuba se mantengan a la altura, que predomine la cordura, que no aparezca una reflexión desatinada que empañe lo logrado, que las expectativas se materialicen en hechos, que no se convierta en otro Mcguffin, y, que, parafraseando al poeta, al punto final de los finales, le sucedan, siempre, dos puntos suspensivos.



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