Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Ian, Ayuda, Estados Unidos

Al tratar con el gobierno de Cuba, las mejores intenciones llevan a los peores resultados

Este cambio es por la frustración que siempre termina produciendo cualquier intento honesto de tratar con unos funcionarios a los que lo único que les interesa es aferrarse al poder

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Durante años defendí el envío de la ayuda humanitaria de los exiliados que viven en Miami, tras el paso de un ciclón por Cuba. Ya no lo hago.

Este cambio es producto de la frustración que siempre termina produciendo cualquier intento honesto —por parte tanto de un grupo, una institución o un gobierno— a la hora de tratar con unos funcionarios a los que lo único que les interesa es aferrarse al poder; seguir explotando miserable al pueblo y tratar a la gente con el mayor desprecio: son los que se inclinan ante déspotas y multimillonarios mientras no hacen nada bien, quienes merecen el despido porque son incapaces de administrar una bodega.

Para los que llevamos décadas viviendo en este país, la elección al salir de Cuba fue fácil y difícil: empezar de nuevo. De una forma u otra todos lo hicimos. El restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos cambió esa ecuación. Ahora no queda más remedio que dejarlo todo al nivel de la familia y los amigos. Es algo bueno y malo a la vez.

Años atrás una miniserie de televisión alemana me recordó a Cuba. En una escena de Unsere Mütter, Unsere Väter una mujer recibe una visita inesperada y desagradable en su nuevo apartamento. Una muchacha llega preguntando por quienes vivían allí antes. La mujer contesta altiva y acusadora. Quién es esa que se interesa por los judíos que ella nunca vio, pero a los que despojaron de la vivienda donde ahora sobrevive con varios hijos, mientras su marido se encuentra en el frente. La escena se repite luego tras la caída de Berlín, solo que quien viene ahora es el hijo de esos judíos que seguramente murieron en un campo de concentración. De amenazadora la mujer ha pasado a estar temerosa, a ignorar cualquier conocimiento del pasado. De interrogadora pasa a ser interrogada. Y no responde. Simplemente niega.

Todo el que vivió en Cuba y tuvo que dejar su casa, sus muebles, hasta sus platos y cubiertos sin esperanza de recuperarlos, conoce bien las dos escenas.

Quizá no se repiten ahora en la isla, pero los temores continúan.

El gobierno de Barack Obama trató de pasar del ámbito familiar al ciudadano, y el fracaso no se debió solo al breve tiempo de la política de “deshielo”, la nueva administración de Trump, el no aclarado episodio de los incidentes acústicos, la epidemia y los políticos republicanos del sur de Florida. El principal culpable de que no avanzara más fue el régimen de La Habana.

Es ese mismo gobierno, que siempre ha considerado el paso de un huracán por la isla como un hecho político, el que ahora dice estar dispuesto a conversar con Estados Unidos y al parecer ha formulado una petición de ayuda. Pero no hay que olvidar que el régimen de La Habana siempre se ha otorgado el “derecho” de recibir y rechazar dicha ayuda, en otros términos que no sean la posibilidad de lograr una ganancia para su sobrevivencia.

Ahora es la familia el factor que define la porosidad fronteriza, que ha convertido a Miami en una especie de puesto de abastecimiento para la isla, donde el exilio —en su caracterización ideológica— se ha estado diluyendo, tiende a desaparecer; aunque perduran tanto las causas que les dieron razón de ser como las que hacen que en la actualidad continúe.

Entre ese existir —así como el aprovecharse de las leyes y medidas que lo facilitan en Estados Unidos— y el desvirtuar sus supuestos objetivos primarios se define el instante aquí y en Cuba; un lugar al que se vuelve, pero no se regresa.

Aunque esta explicación adolece de un problema, y es que enmascara el hecho de que el éxodo cubano tiene ahora fuertes motivos económicos, pero también continúa respondiendo a razones políticas. Al igual que La Habana, Washington actúa de acuerdo a sus intereses: mantener una estabilidad forzada en ambas costas.

Si al gobierno de La Habana le interesa realmente una conversación seria con Washington, lo primero que tiene que hacer es poner en libertad a todos los condenados por las protestas ocurridas en julio de 2021, así como todo tipo de preso político y prisionero de conciencia. No como muestra de buena voluntad ni a cambio de concesión alguna, sino simplemente porque las sentencias fueron injustas y las condenas más que exageradas. A partir de ese momento, las palabras colaboración y ayuda comenzarían a adquirir algún sentido.


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