Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Política

Conversaciones cubanas

Extenuados de propaganda y promesas incumplidas, los ciudadanos se acercan a las religiones y ponen sus esperanzas en Obama.

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Por inverosímil que parezca, las conversaciones en hogares, calles y centros de trabajo en toda Cuba se concentran en Barack Obama, desde que iniciara su batalla por vencer a la admirada Hillary Clinton en la nominación demócrata a la presidencia de Estados Unidos. La atracción fue subiendo de tono, según se desarrollaba la contienda frente al contrincante republicano John McCain. El entusiasmo se desbordó cuando ganó la máxima magistratura. Increíblemente, los temas nacionales pasaron a último plano.

Al día siguiente de ese 4 de noviembre de 2008, se comentó que muchas personas brindaron por la victoria. La mayoría de los cubanos no habían vivido la expectación de unas elecciones, mucho menos de las efectuadas fuera de la Isla.

El fervor actual por Barack Obama refleja la ilusión ante la llegada de un probable "salvador", sin poder precisar de qué manera se producirá la salvación. La fértil imaginación isleña va desde el origen racial y social de un hombre talentoso, que pudo llegar a la cima del país más poderoso y rico del mundo —porque allí hay oportunidades y se reconoce el talento y el esfuerzo—, hasta la eliminación de las trabas relacionadas con los viajes de cubanoamericanos y las remesas que ellos podrían enviar.

Una parte apreciable de la población presiente que el camino de la normalización de las relaciones propiciaría la disminución de tensiones dentro de Cuba, al privar al régimen del pretexto de la agresión extranjera para reprimir. También podría favorecer la liberalización interna. No obstante, las expectativas no pueden volcarse únicamente en las posibilidades de Obama. Un factor esencial será si las autoridades cubanas están realmente dispuestas a negociar. En circunstancias anteriores han creado dificultades insuperables. Indudablemente, los obstáculos a vencer son grandes en ambos lados.

Ni el misterio de Fidel…

El fin de año y el principio de 2009 debieron haber acaparado la atención de la gente, por la celebración del aniversario 50 del triunfo de la revolución y el porvenir. Más aún, el escueto mensaje de Fidel Castro con tal motivo, la ausencia de sus "Reflexiones" y fotos, en ocasión de las visitas de los presidentes de Panamá y Ecuador, que hubiera sido objeto de amplios comentarios dos meses atrás.

Ni siquiera revolvió a la gente el anuncio del teniente coronel Hugo Chávez, escuchado por la radio y los canales "de afuera", de que el Comandante no haría más apariciones públicas debido a su lamentable estado de salud. Hay quienes presienten la ausencia definitiva del líder histórico, pero no hay sobresaltos. Lo que existe es la decepción, provocada, entre otras cosas, por Raúl Castro, por la nueva ley de jubilación y por los llamados a "más sacrificios" en los próximos 50 años.

La gente está extenuada de tanta propaganda y promesas incumplidas. Los cubanos se acercan cada día más a las religiones en busca de esperanza y, al parecer, también al presidente norteamericano. No se ha tomado aún plena conciencia de que la solución de los problemas nacionales no está allende los mares, sino que depende de las demandas pacíficas de todos los ciudadanos para ejercer sus derechos. Todavía el miedo es demasiado profundo y la autocensura extraordinaria.

La solución de los grandes problemas está, en primer lugar, en manos de las actuales autoridades, que han deshecho el país. Son ellos quienes, desde el poder absoluto, tienen el deber de restituir a los ciudadanos la posibilidad de utilizar sus potencialidades y conocimientos, así como de opinar y expresar ideas distintas —como reconociera el propio Raúl Castro en Brasil, al parecer refiriéndose a otros—. La confrontación de opiniones puede sacar a la sociedad de la inercia e impulsar el imprescindible desarrollo.


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