Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Navidades, Iglesia, Celebraciones

De cómo el «Cubagrinch» se robó la Navidad

Fue y ha sido tarea permanente del régimen cubano, como cualquier sociedad materialista, vaciar de contenido espiritual, religioso, las festividades navideñas

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Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré
conservarla durante todo el año.
Charles Dickens

Preocupado por el mercantilismo y el materialismo galopante en la sociedad norteamericana, Theodor Seuss Geisel, más conocido como Dr. Seuss, creo el personaje del Grinch —similar a gruñón— en 1957. Fue tal la acogida a esta imagen anti navideña, quien odia a los suyos y vive alejado del mundo real, que ha sido llevado al cine y a la televisión en varias ocasiones. Con este antihéroe, el Dr. Seuss nos recuerda que el gruñido del odio y la soberbia terminan por sucumbir a la alegría del espíritu humano. También advierte a cada uno de nosotros que podemos llevar un Grinch adentro, y es tarea permanente, si queremos ser felices y vivir en libertad, reconciliarnos con nosotros y con los demás.

Fue y ha sido tarea permanente del régimen cubano, como cualquier sociedad materialista, vaciar de contenido espiritual, religioso, las festividades navideñas. En el caso de Cuba, donde el único propietario de las emisoras de radio, televisión y la prensa es el Estado, la misión de descristianizar la Navidad es sumamente fácil y desalmada —sin alma, sin arrepentimiento.

En la Isla, hace medio siglo, no se exhiben películas ni documentales referentes a la Natividad de Jesucristo, la vida de los apóstoles, o la historia de la Iglesia —excepto cuando es para condenarla. Tampoco se puede encontrar en las tiendas, todas de un solo dueño, el Estado, nacimientos y postales religiosas. Hubo una época, cuando comenzó la indefectible dolarización, que se atrevieron a vender arbolitos y bolas de Navidad. Algunos centros laborales se hicieron los tontos y los colocaron en la entrada; al año siguiente, desaparecieron.

Mucho se ha escrito sobre la confrontación Iglesia-Estado en la Isla, y si era posible la sobrevivencia de la institución eclesial con todos los derechos y deberes en una sociedad comunista. Hoy sabemos casi con certeza que eso es una falacia o una treta de sobrevivencia política. Cuando hablamos de derechos, hay que aclarar que la Iglesia, como cualquier otra institución en democracia, tiene derecho a brindar la educación que los padres deseen para sus hijos; tiene derecho a tener sus medios de comunicación y no ser interferida en su prédica; tiene derecho a celebrar procesiones y reuniones sin más permisos que aquellos que garanticen su propia seguridad; tiene derecho a brindar asistencia social y de salud a través de hospitales, guarderías y asilos de ancianos.

Resulta insostenible el argumento de que el Cristianismo y la Navidad o cualquier otra religión pueden desarrollarse normalmente en un sistema comunista. En los regímenes totalitarios no hay lugar para dos “buenos”. Como sabiamente dijera el cardenal Ortega, los sistemas marxistas no pueden compartir el corazón de los seres humanos. Son religiones materialistas que reclaman del individuo absoluta devoción, incluso la entrega de sus seres queridos para total adoctrinamiento. Cuando descubren que además del Líder, la persona también sigue a Jesucristo o a otros guías religiosos, deja de ser confiable y automáticamente se convierte en persona de interés ya sabemos para qué “institución”.

Quizás todo comenzó en el lejano 1959, hace 60 años, cuando se celebró en La Habana el Congreso Nacional Católico, y fue tal su magnitud, el fervor manifestado por más de un millón de personas —apenas entonces seis millones de cubanos—, que la tarea de descristianizar para poder fidelizar al pueblo se vio como una misión impostergable. Existían por aquellos primeros días algunas rispideces entre barbudos y prelados por los fusilamientos excesivos, expeditos, y el tema de la educación. Este último enfrentamiento quizás el más notorio, protagonizado en parte por Monseñor Pérez Serantes, hoy en la Isla un desconocido. Pérez Serantes es un verdadero héroe católico santiaguero, a quien Fidel Castro debía su vida tras el asalto al Cuartel Moncada. En Cuba nada o muy poco se ha dicho de eso.

Tal vez muy simbólico del cambio de religiosidad fueron aquellas bolas de Navidad que quien escribe creyó ver de niño: pintadas con trazos fuertes las caras de unos barbudos en traje verde oliva. En la medida que se combatía a la iglesia en el terreno ideológico y social —para 1961 solo quedaban en Cuba de dos a tres decenas de sacerdotes de más de 800 en 1959—, en las casas empezaba a guardarse el cuadro de Corazón de Jesús en el escaparate de la abuela. La imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre del portal fue a parar al patio. Para cubrir la pared, un retrato del Difunto, y en la puerta de los hogares, donde antes estuvo la imagen de la Patrona de Cuba, un letrero: esta es tu casa Fidel.

Logradas las metas descristianizadoras en los sesenta, fue fácil desaparecer la Navidad del 70 con la fracasada Zafra de los Diez Millones. Y ya no hubo más fiestas, con excepción de las del Primero de Enero, fecha escogida para celebrar una navidad apócrifa: allí donde ha nacido para siempre y por los siglos de los siglos la Revolución cubana. Los niños y jóvenes cubanos de hoy no tienen la menor idea de lo que es la Navidad ni lo que representa para casi la mitad de quienes habitan la Tierra.

Pero quizás tengan razón en obrar así. Los regímenes comunistas materialistas están vacíos de espiritualidad y de sentido de la trascendencia. Son ellos mismos y nadie más. Se consideran, nadie sabe en virtud de qué, el Alfa y el Omega de la Historia. Y como no son el principio y el fin de nada, pasan la vida gruñéndole a todo el mundo, alejados y molestos, culpando de su improductividad y mísera creatividad a los demás. Ojalá muy pronto esos corazones de piedra, como el del Grinch, puedan hacerse de carne y volver a latir con el resto de la Humanidad. Ese día la Isla entera será un gigante árbol de Navidad, Nacimiento incluido.


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