Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Venezuela, Maduro, Negociaciones

«Déjà vu»: ¿Granada, Angola?

Ni Angola ni Granada eran tan valiosas para el régimen cubano, estratégicamente hablando, como Venezuela

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La peor decisión es la indecisión.
Benjamín Franklin

Los senadores Lindsey Graham (Carolina del Norte), y Rick Scott (Florida), ambos exoficiales de la Marina, y de los que pueden susurrarle al oído a Donald Trump, han hablado en las últimas semanas de una intervención militar en Venezuela. El primero, quien ha ocupado importantes puestos en comités senatoriales como el de servicios armados, ha ido más allá de la simple amenaza, y ha involucrado directamente a los cubanos castristas, triangulando el conflicto y a la vez la solución. Ha dicho que, si Cuba no abandona el apoyo militar y de inteligencia al Madurismo, la intervención armada de Estados Unidos será una opción necesaria. El también excandidato presidencial republicano ha comparado esa acción punitiva con la situación de Granada (1983) durante el gobierno de Ronald Reagan.

Ya que el senador Graham lo toca, no está de más recordar lo que sucedía en la década del 80 en el continente, y como la batalla de Granada se convirtió, de alguna manera, en un punto de giro en el equilibrio de fuerzas de la izquierda y la derecha americanas. Para aquellos días, mientras un fuerte conservadurismo se había instalado en Norteamérica después del desastre económico de la anterior administración, las corrientes políticas antinorteamericanas parecían indetenibles en América Latina. El fiasco doméstico norteamericano hizo que la izquierda guerrillera lograra expulsar al dictador de Nicaragua, y en una diminuta isla anglófona llamada Granada se instalara un gobierno que se decía socialista.

Por los documentos desclasificados en estos años, sabemos que los expertos militares y de inteligencia norteños empezaron a ver la construcción del aeropuerto en Granada —se habla también de una base marítima y de submarinos—, como una nueva colonización militar soviética en las Américas. Sea o no una coartada creíble, el gobierno norteamericano pidió a los colaboradores cubanos parar la obra, retirarse de la pequeña isla. Los líderes caribeños hicieron lo contrario: aceleraron la construcción y aumentaron el personal. Tras una trifulca fratricida entre los dirigentes granadinos, y la muerte de Maurice Bishop, la administración Reagan creyó que era la oportunidad para ponerle fin a ese experimento antinorteamericano.

Entonces sucedió lo que por mucho tiempo se temió pudiera ocurrir en cualquier momento: el enfrentamiento entre tropas norteamericanas y cubanas. La orden dada desde La Habana a más de setecientos colaboradores civiles, la mayoría con preparación militar previa gracias al servicio activo, fue resistir. Los cronistas hablan de una oposición tenaz, al punto de que al día siguiente los invasores debieron pedir refuerzos para doblegar la defensa cubana. El saldo para Cuba fue de 25 muertos y más de seiscientos prisioneros. Granada demostró que los colaboradores civiles cubanos pueden ser potenciales combatientes bajo cualquier circunstancia. En países conflictivos reciben entrenamiento y hay un fusil para cada uno. Granada también nos dijo, por boca del Extinto Líder, que la rendición de un cubano después de recibir la orden de combatir no es admisible, tampoco, bajo ninguna circunstancia.

El otro escenario militar con implicación de ciudadanos cubanos fue la llamada Operación Carlota, en la Republica de Angola. A diferencia de Granada, aquí sí hubo una fuerte presencia castrense, con armamento moderno y apoyo logístico soviético. También los soldados cubanos estuvieron muy cerca de enfrentar asesores y “contratistas” norteamericanos, que junto a tropas de Zaire y Sudáfrica, se disputaron el control de Luanda, la capital. La mayor guerra desatada en el África subsahariana duró 15 años y se llevó la vida de más de 2.000 cubanos, según cifras oficiales.

Conociendo la presencia en Venezuela de “cooperantes” cubanos, y según todos los informes de inteligencia norteamericanos, la presencia de asesores militares, ¿Qué sucedería si la administración Trump decide intervenir militarmente? Ni Angola ni Granada eran tan valiosas para el régimen cubano, estratégicamente hablando, como Venezuela. ¿La orden de La Habana a civiles sería evacuar o combatir? ¿Unirse el ejército bolivariano, defender las ciudades, y en caso de no poder, irse las montañas junto a la guerrilla colombiana? Una pregunta más, y definitoria: en caso de ofrecer resistencia a los invasores “gringos”, ¿los rusos apoyarían tropas cubanas cívico-militares?

Algunos hechos sucedidos en los últimos días parecen descartar un escenario parecido al de Granada o de Angola. Las conversaciones de Oslo, Noruega, apuntan a que los líderes de las grandes potencias buscan, por todos los medios, evitar una confrontación armada. Hay contextos más peligrosos que Venezuela y tiranos más indecentes, aunque parezca mentira. Solo Irán y Corea del Norte pudieran quitarle el sueño a cualquiera. Y esos sí son ejércitos. La visita del secretario de Estado Pompeo a Moscú hace solo unos días, apunta a que ha quedado en manos de los rusos ir por una solución todavía pacífica al conflicto venezolano. A nadie, y menos a los rusos, conviene una guerra en el país dónde han invertido miles de millones de dólares.

Pero la visita del canciller cubano a Moscú tras el ministro Pompeo sigue siendo, hasta ahora, el hecho más curioso de la semana —¿todo se “cocina” en el mismo samovar? Por segunda vez parece ser el Kremlin quien se encargue de bajar los humos al anquilosado régimen cubano; decirle, como hace cincuenta y seis años, que esto —Venezuela— hay que resolverlo pacíficamente, sin bravuconadas, sin apuntar los cohetes —regalados— al Norte. Rodríguez Parrilla pudo haber entendido el mensaje: apoyar el diálogo de manera “soberana”, es decir, sin interferencia cubana ni de ninguna otra potencia. Y hay más: si el requisito norteamericano para la no intervención es la salida incondicional de los civiles y los militares insulares, en la práctica lo mismo, hay que hacerlo —must be doing.

La Habana debe entender algún día que sus tiempos de gloria, con tropas y agentes de influencia por todo el Mundo han pasado. Que a lo máximo que pueden aspirar, por ahora, y para evitar un “tres por uno” —Nicaragua, Venezuela y Cuba— es llegar a un acuerdo con el gobierno de transición venezolano, dónde probablemente habrá que incluir algunos impresentables chavistas que garanticen el petróleo y sus derivados y no tener que “apagar el morro”. La colaboración civil cubana, históricamente, se convierte con el tiempo en un ejército de ocupación, agentes de influencia política que terminan siendo odiados, rechazados incluso por la población a la cual dicen servir. Y eso, por mucho que el Órgano Oficial se encargue de tergiversarlo, hay cientos de miles de excolaboradores cubanos que lo podrían confirmar.

En caso de que La Habana no haga caso, insistan en vivir de espaldas al pueblo, en ese mundo paralelo donde ellos usan trajes y guayaberas blancas y la gente camisetas raídas y short, deben saber que su cuota de tiempo político ha expirado. El sentido de sobrevivencia individual, egoísta, de morir con las botas puestas, pero en una cama, no les ha permitido siquiera hacer las imprescindibles reformas económicas para que los hijos y los nietos de los demás crezcan felices. Si a los cubanos en Venezuela se les diera ahora la orden suicida de oponer resistencia a la presumible invasión norteamericana, siempre habrá un Tortoló para dar la contraorden aunque le cueste la vida; esta vez nadie tendrá que “inmolarse abrazado a la bandera”… venezolana.


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