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Antropología-Historia

El lado oculto del 27 de noviembre

En recuerdo de los cinco afrocubanos que perdieron la vida intentando liberar del paredón de fusilamiento a los ocho estudiantes de Medicina.

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Veintisiete de noviembre del 2008, en la tarde. Hemos peregrinado hasta la esquina de Morro y Colón, en los límites de los municipios Centro Habana y Habana Vieja. Se supone que nos encontramos en una zona socialmente mala, de "alta peligrosidad" o "diferentemente beneficiada", según categorías policíaca o sociológica… Varían las clasificaciones, los contenidos son complementarios. El imaginario continúa percibiendo a los barrios de negros y mestizos como lugares de cuidado a los que es mejor no acercarse, en los que no es prudente entrar, a los que no está bien visto pertenecer.

Esta vez, hay hombres que percuten tambores y toman ron, en la calle, a los pies de una ceiba. Jóvenes que retocan un graffiti para que no se nos desdibuje la memoria. Parece fiesta, pero hay dolor… ¡Cuánto!... Sedimentado… Hay pasión, entrega, regocijo y conciencia. Generaciones de ayer y de hoy, obreros y profesionales, jubilados o no, estudiantes. Casi todos son hombres. Las mujeres, quizás, ante ojos extraños, parecemos intrusas o imprudentes, pero, aunque pocas, estamos por voluntad. Somos mayoritariamente negros y negras[1], aunque entre los protagonistas hay personas blancas, y están no por solidaridad sino por derecho. Los presentes conmemoramos y rememoramos… por fin, a puertas abiertas, todavía a plena luz del sol aunque, finalmente, nos envuelve la noche.

Llegamos hasta allí para recordar, públicamente, a los cinco afrocubanos que perdieron la vida intentando liberar del paredón de fusilamiento a ocho cubanos, blancos, estudiantes de Medicina, víctimas de los antagonismos entre la España colonial y el nacionalismo que despertaba en su colonia cubana. Los estudiantes fueron asesinados el 27 de noviembre de 1871, luego de ser encontrados culpables de mancillar la tumba de un militar español, aunque se sabía que únicamente habían estado en el cementerio haciéndose juveniles bromas entre ellos.

Es el tercer año en que nos encontramos, un día como hoy, en esa esquina. La primera fue en 2006, cuando no más de tres docenas de personas, mayoritariamente estudiosos y artistas, concurrimos a la cita, desconocida para la mayoría en tanto los medios de difusión —que no suelen cubrir actividades religiosas— ayer, como hoy, ignoraron el suceso.

En ese lugar, a escasos metros del memorial al yate Granma —que trajera desde México al entonces joven abogado Fidel Castro y a otros 81 expedicionarios hasta las costas cubanas, para dar inicio a uno de los últimos períodos insurreccionales en la Isla— y del Museo de Bellas Artes, entre un edificio que ocupa el Ministerio del Interior, una antigua tabaquería y el Hotel Sevilla, en el popular barrio de Colón —residencia tradicional de afrocubanos— quedó en 2006, como constancia del suceso, un graffiti en el cual, junto a simbólicas firmas diseñadas como pictogramas, propias de la Sociedad Abakuá[2], puede leerse en lengua efik[3]: "Bongo ita ekue juracatinde", es decir, "Todos los jurados en ekue[4] somos hijos de la misma madre", muestra del sentido unitario y solidario que sustenta esta institución.

Esa expresión de solidaridad pudiera considerarse la justificación para que —según el imaginario popular, nutrido de la memoria oral— fueran estimados como miembros de la Sociedad Abakuá los cinco afrocubanos que perdieron la vida en la operación suicida con la que pretendían librar de la muerte a los ocho estudiantes.

No pasa inadvertido el hecho de que las otras palabras incluidas en el graffiti —"Para limpiar la costra tenaz del coloniaje"— pertenezcan a Rubén Martínez Villena, líder político comunista asesinado, de quien no se conocen vínculos directos con el mundo afro. Queda la duda del por qué no ocupan ese espacio palabras pronunciadas por alguna personalidad cubana del mundo afrocubano, incluidos los abakuá, que han tenido representantes connotados en su Sociedad y en la esfera pública —destacados artistas, como el sonero Ignacio Piñeiro; Chano Pozo, internacionalizador de las tumbadoras en el jazz, y Francisco Scull (El Chori), fundador del grupo de rumba Yoruba Andabo—, o por alguien cuyas relaciones con esas culturas fueran tan explícitas que, en ocasiones —como sucede con el líder sindical igualmente asesinado, Aracelio Iglesias—, se asevera que han pertenecido a la Sociedad Abakuá sin que sea cierto.

Una de las hipótesis manejadas en las investigaciones históricas sobre el caso plantea que el acto se justificaba porque entre los estudiantes que serían fusilados se encontraban algunos que habían sido criados con los afrocubanos implicados. "Hermanos de leche" llamaban a los que eran amamantados por una misma nodriza —casi siempre negras esclavas recién paridas— con independencia del color de los vástagos y de su condición social, elementos que, no obstante, marcaban las diferencias entre estos desde el nacimiento, y que les deparaba futuros radicalmente opuestos en la adultez. Para unos era el estigma del color negro de su piel y el grillete que significaba su condición de esclavos o, incluso, de negros libres; para otros, la herencia del poder legada por la elite esclavista a la que pertenecían. Estigmas que se reproducen, todavía, entre sus descendientes.

"Hoy es día luctuoso para la nación", me dice un anciano que, prudentemente, esperó a que finalizara mi conversación y pidió permiso para abordarme. Yo asiento. "Entonces" —interroga— "¿por qué ustedes tocan, toman y festejan? ¿No deberían guardar luto por los otros?". Ha sido suficiente un momento para que este hombre, blanco, que es mi coterráneo y, luego lo supe, ha sido mi vecino, y cuyo aspecto me dice que tiene edad para ser mi padre, me ratifique cuán distantes podemos estar… Apenas once millones, que carnavaleamos juntos y seguimos desconociéndonos… ¿Hasta cuándo? ¿Cómo explicar que la historiografía insista en ignorar la mitad de uno de los hechos de mayor y ya más tradicional recordación en nuestra historia, es decir, los acontecidos el 27 de noviembre de 1871? ¿Por qué oculta la única expresión de cubanidad conocida que afloró en ese difícil momento, cuando el Ejército Mambí combatía contra el poder colonial por la independencia de Cuba? ¿Por qué la Oficina del Historiador de la Ciudad, del Dr. Eusebio Leal, tan preocupada por dispersar estatuas de personalidades del mundo por toda la capital, no ha colocado una identificación en este sitio?

Nos han enseñado a llorar por aquellos a quienes arrancaron sus vidas injustamente y que, comprensiblemente, murieron clamando inocencia y pidiendo clemencia. Hasta hoy, nos niegan el reconocimiento de quienes, en acto de probada valentía, entregaron sus vidas intentando salvar la de aquellos. Los estudiantes eran blancos. Sus posibles salvadores eran negros. Unos y otros eran cubanos. El sistema colonial nos separó en blancos y negros, ricos y pobres… lo que desde entonces marca históricamente la nación cubana. Estructura de poder que nació atrofiada y sobre esa base funcionó, para beneficio de quienes la impusieron y de quienes la heredaron… ¿Se intenta, certeramente, corregirla?

Es tal la densidad de las culturas afro en la conformación de la nación cubana y en su sustentación actual y posibilidades futuras, que pretender silenciarlas es absurdo, además de imposible. Relegar o mantener a sus protagonistas en el rol del subalterno, patentiza una posición de sostenida iniquidad y de ausencia de justicia histórica que no se corresponde con la realización ciudadana plena. El señor que me interpelaba reproducía el esquema falso, endeble e injustificable, de la nación criolla, blanca, católico-romana, masculina, homofóbica… la nación irreal que escenográficamente continuó visibilizando el poder, que mostró lo negro únicamente en sus perspectivas artísticas —de ser posible, folklorizándolas— y deportivas, mientras ha mantenido tras las bambalinas todo aporte al pensamiento político, filosófico, ético y al accionar histórico correspondiente. Todavía nos llega desde fuentes oficiales una imagen distorsionada de lo no blanco que afecta a toda la población cubana, imagen que permanece como consecuencia del racismo y que actúa a manera de fundamento de su reproducción.

En octubre de 2005, como parte de la política de legalización de determinadas instituciones que en los últimos años pone en práctica el gobierno cubano, la Sociedad Abakuá fue inscrita como fraternidad religiosa en el Registro Nacional de Asociaciones del Ministerio de Justicia de Cuba. Esta es la misma institución que el mestizo Andrés Petit abrió a los blancos en el siglo XIX (Petit fundó el primer juego o potencia abakuá para blancos el 24 de diciembre de 1863) y uno de cuyos integrantes, conocido como Chuchú, "se aventuró durante la República a emitir pasquines políticos en lengua efík"[5], una institución presente en todas las luchas emancipadoras de la Isla y que ha trascendido en la cultura artística y en el habla popular. Es una institución que nos revela el camino transcurrido en el transitar del ser africano hacia el ser cubano.

Hasta hoy, no obstante, muchos, incluso estudiosos, la consideran parte de la contracultura y le conceden el calificativo de "secta", contradicción insostenible dado el contenido etimológico del término, que significa "cortar, rechazar". Los especialistas afirman que una secta es "un grupo que viene de un tronco mayor"[6], entonces: ¿a qué se refieren los que califican como tal a la Sociedad Abakuá? Esta, desde sus orígenes, tuvo vida propia, no es la derivación de ninguna agrupación religiosa. En su utilización no hay que pasar por alto la connotación peyorativa de ese calificativo.

Como en la década de los sesenta, cuando el Maestro Walterio Carbonell alertaba sobre la necesidad de una reinterpretación de nuestra historia, muchos siguen sin entender "cómo se formó la Nación y la cultura nacional, y… qué es auténticamente nacional y qué no lo es"[7]. Se ha pretendido desconocer la movilidad de las identidades culturales, las cuales, "justamente por resultar de formaciones históricas específicas, de historias y repertorios culturales de enunciación muy específicos", pueden "constituir un 'posicionamiento', al cual nosotros podemos llamar provisionalmente como identidad" y que "cada una de esas historias de identidad está inscrita en las posiciones que asumimos y con las cuales nos identificamos"[8].


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