Actualizado: 27/03/2024 22:30
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El Rey y el vagabundo

Un perro vagabundamente digno: sin casa, pero sin amo

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Quien da pan a perro ajeno,
pierde el pan y pierde el perro.
Refrán

La foto no tiene desperdicio. Podría ganar el Pulitzer de este año. El rey Felipe y la reina Letizia caminan sobre los adoquines de la Habana Colonial. Los siguen enguayaberados funcionarios y guardaespaldas, todos de blanco, para diferenciarse del borbón, que va de guayabera azul cielo. A su lado Letizia, sonriente, veraniego escote, zapatos que parecen elegantes alpargatas hechas a la medida. Y de pronto… ¡un perro! Un indiscreto cánido colado en la instantánea, justamente detrás del Rey que lo ignora, no puede verlo, y algo dice a la Reina con ceño arrugado, como harto del calor y de tanta cola… no la del perro, el mejor amigo, tal vez el único amigo en este lugar. Un funcionario o un agente de la policía política —sutil diferencia—, hace un mohín de disgusto: ¿va a estornudar o a vomitar? ¿Será a causa del perro intruso, escapado, no perdonado, de la misma naturaleza del holocausto zoonótico?

Cualquier entretenido se preguntaría que hace un rey español por primera vez en Cuba en visita oficial después de 500 años. Pues es fácil. O mejor, lo ha dicho el monarca entre mojitos y comida furtiva en un restaurante privado de la Habana Vieja a los empresarios afincados en la Isla: “No ignoramos las dificultades a las que hacéis frente y que tenemos muy presentes. Nuestras autoridades están trabajando para aliviar su impacto sobre vosotros”. Compete al Rey, jefe de Estado, velar por los intereses españoles en la Siempre Fiel, como hicieron sus mayores durante cuatro siglos y medio.

Los en contra de la visita hablan de traición a la disidencia, y que los reyes han lavado la cara política a la dictadura. Y si bien eso está entre los efectos colaterales, el objetivo principal de su Majestad era asegurar la presencia económica en Cuba; como un cobrador del frac sin chistera ni chaqueta, decirle a los exsúbditos que en España no están muy abundantes para olvidar sus deudas. Sin duda, la aprobación del título III de la Helms-Burton ha puesto a muchos “gallegos” a temblar: hay una justificación adicional por parte de la Isla para demorar los pagos ante el recrudecimiento del llamado bloqueo.

Otra idea deslizada por el Felipe VI es la revitalización de las llamadas cumbres iberoamericanas, un foro social de presidentes que en los últimos años ha languidecido por ser, precisamente, hispano-descendientes —la debilidad institucional, el poco fijador democrático. La última cumbre celebrada en Guatemala —XXVI— tuvo la presencia de 14 mandatarios, apenas la mitad de los convocados. Siendo la Corona y España los creadores de esta suerte de Commonwealth hispanoamericana o Mancomunidad de Naciones hispanoparlantes —como hubieran deseado muchos intelectuales cubanos en el Siglo XIX— toca al Rey ir al país más díscolo, aquel que sería capaz de “ponerle malo el dao”, y convencerlo, dinero en mano, que es hora de retomar el camino de la cooperación trasatlántica.

Pero Felipe VI o Pedro Sánchez hubieran escogido otro momento: el contraataque foro-paulista ha tenido su primera importante baja en Bolivia, y se acerca, peligrosamente, la pacificación de Chile, el aborto de la insurrección en Colombia, el probable segundo aire de la oposición desleal venezolana, el apagamiento de la insurrección castro-chavista en Ecuador y Perú. Justamente en las mazmorras del Santiago de Cuba irredento, allí donde el Almirante Cervera hizo galas de obediencia y sacrificó los últimos buques de la otrora Armada Española, ha ido el Rey, que nada lo quiere saber, de José Daniel Ferrer. Difícilmente podrá el gobierno español, por demás bien girado ahora a la izquierda, reparar los daños colaterales hechos al barco de la monarquía española con esta visita que, sin ton, pero con mucho son, no ha recibido más que críticas de las fuerzas democráticas.

Por la parte cubana todo pudo ir mejor, excepto por el perro o los que caminan erectos. El borbón hizo a lo que vino: calmar a los empresarios y traer turismo rosa; las revistas del corazón tienen fotos para rato. También será muy difícil creerle a la disidencia cubana después que el próximo Alto Representante de la Unión Europea ha visitado el país varias veces y no ha dicho una sola palabra de los arrestos y el desastre socio-económico de la Isla. Josep Borrell es, junto a Sánchez, artífice de este tour real, y son en parte responsables de lo que suceda después de otorgar este cheque en blanco moral al régimen de la Habana.

Poniéndonos en los pies del que hace de presidente, la visita es de una necesidad vital para el desgobierno. No hay lado para el que se vire, que accedan a prestarle dinero. Se lo regalan. Es preferible para evitarse el viaje a la Feria de la Habana, a sufrir otra vez con el frac y la chistera negra, a sudar bajo 30 grados de temperatura. Donación de 25 millones para saneamiento y acueductos de los municipios al este de la ciudad —ya habían recibido 51 millones en 2018 para lo mismo—; 50 locomotoras rusas; luces donadas —de uso— por Turín para iluminar Galiano, una de las arterias comerciales que la Involución lleno de sombras chinescas; y hablando de China, $112 millones, otra vez para saneamiento y regadíos —a cada cual según su necesidad de higiene.

Aun así, el personaje del presidente tuvo que hacer una escena difícil, la más complicada de su carrera actoral. Fue en el Palacio de los Capitales Generales; enfrentarse como un hombrecito, autoestima mambisa por el piso, al discurso de un rey español que le daba lecciones de libertad y democracia cinco siglos después, sin pedir perdón por el genocidio de Valeriano Weyler en el Siglo XIX. Aunque el Designado vivió el Obamazo en el Gran Teatro de la Habana y nada sucedió entonces, ahora no tiene un Máximo Líder para cargar las tintas contra el borbón, tras oírlo decir que “es en democracia como mejor se representan y se defienden los derechos humanos, la libertad y la dignidad de las personas y los intereses de nuestros ciudadanos”. No, no hay nadie para escribir algo así como El hermano Felipe, o Los Dólares que nos amenazan —esto último para desgraciarle la jugada de las Tiendas Hernán Cortes II.

La foto del Designado, muy cerca del atril del Rey, tampoco tiene desperdicio —¿será el mismo indiscreto reportero del diario español El País? Quien hace el protagónico parece ajeno, perdido, póker face. El Rey y la Reina no se imaginan cuánto ha tenido que hacer este hombre para que la ciudad parezca digna de sus altezas reales. Nunca pudieran entender cuanto perro hubo que matar, y cuantos “deambulantes crónicos” —vagabundos— esconder. ¡Vete Canelo, vete, sale de la foto! —grita alguien por allá detrás. El Rey y un perro vagabundo. Un perro vagabundamente digno: sin casa, pero sin amo. Todo me lo han echado a perder esta gente, suspira él. Y le ordenan no despedir a sus majestades en Santiago de Cuba. Abrumado por el desencanto, a un tiro de piedra, prefiere irse a Caimanera. ¡Ay Miguel! ¡Tan lejos de España, tan cerca de Donald Trump!


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