Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Crónicas

El Teorema de Sandra

Ahora la moda es disgustar al semejante, irritarlo, dificultarle las gestiones más simples.

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Una calle en Holguín, el 25 de julio de 2009. (REUTERS)

Una calle en Holguín, el 25 de julio de 2009. (REUTERS)


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Contaba una señora haber visto cuando, a la salida del agro, se le salía de la jaba una libreta de racionamiento a una joven médico. Recogió la libreta y, dando voces, ya salía detrás de la médico a entregársela, cuando un tipo gordo y todavía joven, poniéndose un dedo en la boca, le indicó silencio. Entonces, le quitó la libreta, fue a la alcantarilla de la esquina y la dejó caer con la mayor tranquilidad en aquel pozo atiborrado de agua de las lluvias de días atrás.

Hecho esto, el gordo se volvió hacia la señora con los pulgares hacia arriba en los puños cerrados, en son de victoria, y en silencio. La señora, por lo que contaba, no pudo menos que pensar en El hombre siniestro, de Prohías: tira cómica que en los años cincuenta había sido muy popular en Cuba.

Más o menos por ahí anda la cosa: según episodios parecidos de los que oigo hablar, ocurridos en hospitales, estaciones de ferrocarril, comercios, escuelas, oficinas públicas y en la calle. Episodios cuya repetición parece avanzar con la fuerza ciega de los tsunami, nada casuales.

Se trata de un novedoso sabotaje, conocido como el Teorema de Sandra. De aplicación exclusiva en el plano de las relaciones humanas, persigue fines muy curiosos: disgustar al semejante, irritarlo, dificultarle las gestiones más simples, hacerlo fracasar en todo cuanto se proponga, de modo que se odie, se aborrezca, deteste haber nacido, y estalle al fin.

Pero que estalle para qué. No se sabe.

Tampoco se sabe si el Teorema de Sandra es un programa político, o un "virus" introducido en el "disco duro" de la población por uno de esos "informáticos" de la psicología callejera, con fines de diversión.

Se sabe que quienes han hecho del mismo una religión, esperan que los ciclones de este año sean tan crueles (o más, si fuera posible) que los del pasado. Brincan de alegría ante la llegada del calor del ardiente verano —que esta vez viene precedido por la amenaza de nuevos apagones que ya parecían cosa del pasado—, aplauden la anunciada regulación del transporte —que haría que los progresos alcanzados quedaran minimizados—, y cuando van al agromercado y observan los precios excesivos de la insuficiente agricultura, de repente les late el corazón, como a los niños ricos al mirar debajo de la cama el Día de Reyes.

En fin, aplauden cuanto sea negativo o pueda hacer daño, en el orden que fuere.

La señora que había visto al gordo arrojar a la alcantarilla la libreta de racionamiento de la médica, no entendía a los sandristas.

"Dios castiga esas cosas", decía. "O no", le replicó con mucha autoridad un sobrino carpintero, que la oía muy interesado, dando a entender que él tenía el email de Dios.


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