Actualizado: 23/04/2024 20:43
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cuba

Economía

Enseñanzas para los cubanos de la crisis por la deuda en EEUU

Cuando la casa está ardiendo, lo de menos es averiguar quién tuvo la culpa

Comentarios Enviar Imprimir

Después de lo que podría considerarse una de las películas de horror de este verano, con la crisis del techo de la deuda de EEUU y el riesgo de que el país no pudiera cumplir sus compromisos financieros, a última hora —literalmente— se alcanzó un compromiso para abordar el problema.

No es una solución perfecta ni mucho menos lo que se consiguió tras un interminable maratón de propuestas, acusaciones mutuas, contrapropuestas, tremendismos y previsiones apocalípticas, pero finalmente se negoció una solución de corto plazo con la que todas las partes pueden vivir sin necesidad de cortarse las venas, y en la siguiente etapa se continuará trabajando en el tema hasta fin de año, aunque esto no impedirá “daños colaterales” ya provocados, como el cuestionamiento del nivel de calificación AAA de la deuda norteamericana, es decir, la confiabilidad crediticia de la nación.

Evidentemente, con independencia de la filosofía de gobierno que se sustente, ningún país, ni ninguna persona, puede vivir eternamente aumentando su deuda y gastando más dinero del que produce: en algún momento es imperativo reducir los gastos o aumentar los ingresos, y tal vez ambas cosas a la vez, para mantener la salud financiera.

El país deberá ahora sacar las conclusiones que correspondan sobre este proceso, y analizar hasta dónde el aferrarse a posiciones intransigentes puso a la nación al borde de una crisis que, de haber llegado hasta el final, hubiera producido una debacle absoluta no solo aquí, sino en todas partes: al fin y al cabo, cuando Estados Unidos estornuda el mundo entero se resfría, y algunos países hasta padecen neumonía.

Por tratarse de un tema tan importante y estratégico, no existió el más mínimo secretismo, y se discutió de manera abierta y en todas partes, no solamente en La Casa Blanca, el Senado y la Cámara de Representantes. Todos —gobernantes, políticos, periodistas, expertos y norteamericanos de a pie— expresaron sus criterios y opiniones para resolver el problema, y nadie tuvo temor de decir lo que pensaba. La “actualización” del modelo de gobierno de Estados Unidos es asunto de todos, porque afecta a todos, y no solamente de una élite iluminada que dice a los súbditos lo que hay que hacer y ordena cuándo deben aplaudir.

En la muy provinciana televisión de Miami se escuchaban en las últimas semanas dos versiones contrapuestas: los demócratas aseguraban que los republicanos eran malos, muy malos, malísimos, que no se preocupaban por el bienestar de los más débiles y solamente querían favorecer a los más ricos. Los republicanos, por su parte, aseguraban que los demócratas eran malos, muy malos, malísimos, que querían gastar el dinero de la nación como marineros borrachos, y que estaban llevando al país a la bancarrota. Para los republicanos, la Administración Obama había provocado la presente crisis; para los demócratas, Obama solamente había heredado el desastre que dejó George W. Bush.

Para ambas partes con ese enfoque pedestre la única solución posible era la que ellos proponían, y la de los otros estaba absolutamente equivocada y no funcionaría. ¿Nos resulta familiar ese enfoque? En ningún caso se buscaban méritos de la propuesta de la otra parte, pues bastaba con la que traía cada quien, que resolvería todos los problemas. Consenso y compromiso no tenían cabida en esos debates, más bien diálogo de sordos. Lo importante era ganar la discusión, no encontrar la mejor solución. Como en el béisbol, el empate no se aceptaba y había que continuar el juego en extra-innings, hasta que hubiera un ganador y un perdedor. Aunque el país se desangrara.

Afortunadamente, Miami no es Washington, y en la capital las posiciones enfrentadas se mantuvieron sin concesiones hasta que estuvo claro, a última hora, que ya en ese momento las alternativas se reducían a encontrar una solución de compromiso o dejar que el país cayera en bancarrota, y entonces el sentido común y los intereses nacionales se impusieron por sobre los partidistas y personales, y se logró un acuerdo, imperfecto, es verdad, pero acuerdo al fin y a al cabo.

El presidente Obama dijo que no era lo que deseaba, sino lo que se pudo lograr. El republicano presidente de la Cámara de Representantes dijo que, evidentemente, no era el mejor acuerdo del mundo. Ambas partes comprendieron que si no se puede lograr la solución deseada hay que negociar y hacer concesiones, porque cuando la casa está ardiendo lo de menos es averiguar quien tuvo la culpa: antes hay que apagar el incendio.

Las decisiones óptimas solamente existen en las matemáticas y en las aulas universitarias. En la vida real, y especialmente en política, se trata del imperio de lo posible, de lo que puede lograrse en cada momento, no de lo que desearía cada uno. Realismo y pragmatismo. Y para un país es más favorable un acuerdo entre todos que la imposición de un punto de vista, de una persona o un partido, sobre todos los demás.

Significativamente, no todos los legisladores pensaban igual y, naturalmente, no hubo unanimidad, ya que no se trata de la Asamblea Nacional del Poder Popular en Cuba. Aunque el proyecto se aprobó en el Senado con holgado margen de 74 a 26, en la Cámara el resultado fue más estrecho, 269 a 161. Sumadas ambas votaciones, el 35 % de los legisladores federales norteamericanos prefería que el país fuera a la bancarrota antes que aceptar una solución que no les satisfacía plenamente. Curioso sentido de las prioridades. Más interesante aún, mientras en la Cámara el voto de los republicanos (simpatizantes del Tea Party incluidos) fue más o menos 2 a 1 a favor del acuerdo, en ese mismo órgano la mitad de los demócratas votó contra el proyecto de su propio partido y del Presidente.

Los cubanos, tanto en la Isla como fuera de ella, —y en cierto sentido todos los latinoamericanos— podemos sacar cruciales enseñanzas de este complicado asunto, que nos pueden resultar muy útiles para abordar nuestros propios problemas. Con la casa cubana (y latinoamericana) ardiendo, apagar el incendio no parece ser la prioridad para muchos de nosotros.

Cuando el propio Raúl Castro declara que el país está “al borde del abismo”, las discusiones en los órganos del poder (partido, Gobierno, Asamblea Nacional) no son públicas, y se conoce de ellas por las versiones oficiales que aparecen posteriormente en la televisión y la prensa escrita. Siempre se parte del principio de que “la única opción es el socialismo”, aunque nadie pueda definirlo con precisión y otros pretendan “reinventarlo”, y se descartan todas las demás opiniones y propuestas sin ni siquiera analizarlas. Aun dentro de ese esquema, la solución son “los lineamientos” y nada más. Y todo, naturalmente, se aprueba por unanimidad.

En la oposición dentro de la Isla y en el exilio abundan los criterios diferentes, lo cual es muy saludable, pero casi siempre se parte del principio de que todos los demás están completamente equivocados, y que los únicos certeros son los del proponente, sea persona u organización. Cualquier punto de vista diferente se dice que “se respeta”, pero en realidad se ningunea. Y muchas veces parece que interesa más ganar el pulso que alcanzar lo realista, lo posible.

Dicen los norteamericanos que un buen compromiso tiene por resultado que todos los participantes en la negociación no se puedan sentir absolutamente satisfechos por el resultado, aunque todos lo hayan aceptado por ser lo más factible y realista. A lo que se puede añadir que una solución imperfecta es preferible a una perfecta Apocalipsis.

¡Cuántas cosas tenemos que aprender todavía del “imperio” para lograr algún día un buen gobierno, o al menos uno mejor que los que hemos tenido y tenemos en todo el continente!


Los comentarios son responsabilidad de quienes los envían. Con el fin de garantizar la calidad de los debates, Cubaencuentro se reserva el derecho a rechazar o eliminar la publicación de comentarios:

  • Que contengan llamados a la violencia.
  • Difamatorios, irrespetuosos, insultantes u obscenos.
  • Referentes a la vida privada de las personas.
  • Discriminatorios hacia cualquier creencia religiosa, raza u orientación sexual.
  • Excesivamente largos.
  • Ajenos al tema de discusión.
  • Que impliquen un intento de suplantación de identidad.
  • Que contengan material escrito por terceros sin el consentimiento de éstos.
  • Que contengan publicidad.

Cubaencuentro no puede mantener correspondencia sobre comentarios rechazados o eliminados debido a lo limitado de su personal.

Los comentarios de usuarios que validen su cuenta de Disqus o que usen una cuenta de Facebook, Twitter o Google para autenticarse, no serán pre-moderados.

Aquí (https://help.disqus.com/customer/portal/articles/960202-verifying-your-disqus-account) puede ver instrucciones para validar su cuenta de Disqus y aquí (https://disqus.com/forgot/) puede recuperar su cuenta de un registro anterior.