Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Elecciones, Díaz-Canel, Castro

Estrategias alternativas ante las próximas elecciones

Nada nos asegura que los números del abstencionismo aumenten para marzo, por lo menos de manera significativa

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El próximo 26 de marzo, cumpleaños sesentaicuatro de la Seguridad del Estado, habrá elecciones parlamentarias en Cuba. Ante esta nueva convocatoria electoral, la estrategia con mayor respaldo entre la oposición es la de promover el abstencionismo[i], dado el sostenido aumento del número de personas que no asiste a votar desde la elección parlamentaria de marzo de 2018. Tendencia mantenida en las dos convocatorias del pasado año 2022, y que en La Habana, en noviembre, llegó casi al 50 % del padrón electoral.

Sin duda no cabe abandonar una estrategia que ha tenido resultados. Abandonarla sería un grave error. Pero la experiencia enseña que nunca es aconsejable mantenerse apostándolo todo a un único caballo. Siempre se deben tener otras estrategias alternativas a mano, sea para evitar que el adversario pueda concentrar toda su atención en aquella que llevamos principalmente, o para tener opciones abiertas hacia donde desplazar de inmediato nuestros esfuerzos, en caso de que la estrategia principal comience a fallar.

Toda estrategia abstencionista tiene límites objetivos. Hay un sector de la población que sea porque su trabajo, su negocio, o sus estudios dependen de la buena voluntad del régimen; por comprometimiento ideológico, que todavía hay quien cree vivir en un proyecto justo, o que va a alguna parte; o por simple rutina, nunca dejará de acudir a votar. Y sin duda hay un importante porcentaje de la población fuera de La Habana y de las ciudades más importantes, al cual se lo puede controlar más fácilmente por el régimen; entre el cual la credibilidad a la propaganda del régimen es más efectiva; o cuyos integrantes suelen ser más rutinarios y apegados a lo que siempre se ha hecho.

No lo podemos saber a ciencia cierta, pero no se puede descartar que incluso si el régimen mantuviese el mismo nivel de presiones y movilización de estos dos procesos electorales de 2022, relativamente bajo, ya no sea posible avanzar mucho más por la vía del abstencionismo; ni en La Habana, ni en el interior. Debemos, porque calcular jugadas políticas es no atenerse al escenario ideal, considerar incluso el peor, en que el régimen esta vez lanzara una campaña mejor coordinada sobre los votantes, para presionarlos a asistir —a fin de cuentas esta vez se vota nada menos que en el día del seguroso, y de seguro los compañeros no querrán quedar mal en esa fecha tan entrañable para ellos.

Nada nos asegura que los números del abstencionismo aumenten para marzo, por lo menos de manera significativa, y esta realidad, aunque no implica el abandono de la estrategia principal, si aconseja encontrar un grupo de estrategias alternativas.

Una de esas estrategias podría ser la de desafiar al régimen para que agregue un paso más a este próximo proceso electoral: el someter la elección de Miguel Díaz-Canel por la Asamblea Nacional, para un segundo periodo presidencial, a un posterior plebiscito popular, el cual sea quien tenga la última palabra. El régimen, por supuesto, nunca lo aceptará, porque simplemente no puede hacerlo dado el escaso apoyo de Díaz-Canel, pero eso precisamente es lo que se debe buscar mostrar.

El régimen cubano, por sus compromisos y por su historia, no puede declararse de modo abierto una autocracia, así que sería un error no explotar las tensiones que surgen a su interior a consecuencia de sus esfuerzos para demostrar que no lo es, ante una realidad y una crítica argumentada, y basada en hechos concretos, que constaten que si lo es. Toda la estabilidad del régimen cubano se basa en su habilidad para hacer vivir en una realidad alternativa a mucha gente, tanto al interior como al exterior de sus fronteras, por tanto la mejor manera de socavar sus fundamentos, ideales, es enfrentarlo continua e incansablemente a su realidad. En este caso a la realidad de que no puede permitirse hacer algo tan relativamente sencillo como someter a su candidato presidencial a la sanción electoral de la ciudadanía.

Debo señalar que Díaz-Canel sin lugar a duda volverá a ser nominado. Será nominado e impuesto presidente, en abril, con el voto unánime de todos los miembros de la nueva Asamblea Nacional del Poder Popular. No hacerlo, buscar a estas alturas un reemplazo, desataría una lucha por el poder y el inevitable afloramiento de facciones. Tengamos en cuenta que Raúl Castro, el único en capacidad de imponer a todos ese reemplazo, probablemente haya perdido ya no pocas de sus capacidades mentales —la insistencia de los medios oficiales de solo mostrar al nonagenario en fotos no tiene en la práctica casi ninguna otra explicación. Por otra parte, a estas alturas una buena parte del poder real, dado por las relaciones personales entre los funcionarios del régimen, tiene que haberse desplazado hacia el propio Díaz-Canel; y resulta evidente que este le ha tomado el gusto al puesto. Por lo tanto, lo único que pueden hacer los muchos intereses dentro del régimen es aceptar la solución más estabilizadora, la de la unidad monolítica. No importa si alrededor de un incapaz manifiesto como lo es el actual presidente y primer secretario del Partido. Solo interesa impedir las divisiones en la cúpula del régimen. Porque como ya se sabía desde Platón, esto implicaría su casi segura caída y sustitución por otra forma política.

Lo importante aquí es destacar que pueden hacerlo, a pesar del escaso respaldo popular de Miguel Díaz-Canel, incluso entre los progubernamentales, porque el sistema electoral cubano se presta para ello. En definitiva, según lo dispuesto por la Constitución y la actual Ley Electoral, Díaz-Canel solo tendrá que enfrentar a los electores de la circunscripción por la cual se lo nomine candidato a diputado a la Asamblea Nacional. Ya electo diputado, la Comisión de Candidaturas Nacional lo presentará a dicha Asamblea como candidato único para presidente, la cual candidatura ese órgano legislativo procederá a aprobar por la consabida unanimidad, para declararlo así presidente. O sea, como el presidente cubano llega al cargo tras enfrentar a menos del 0,3 del electorado nacional, no hay mayor peligro en presentar a alguien con tan escaso apoyo como él. Basta con concentrar los recursos y esfuerzos del aparato propagandístico y represivo del régimen en tan diminuta cantidad de habitantes —de que antes de este 26 de marzo los privilegiados residentes de la circunscripción por la cual se nomine a Díaz-Canel van a recibir mucho más pollo, detergente y aseo que el cubano promedio, pueden apostarlo.

Y conste que no hemos tenido en cuenta cierta trampa en la Ley Electoral, que hace casi imposible que un candidato pueda ser derrotado en el sistema de listas electorales hasta ahora empleado.

Una campaña alrededor de la propuesta de que se agregue un segundo paso a los comicios de 26 de marzo venidero, en la cual a posteriori de la elección del Presidente por la Asamblea Nacional este deba someterse a un referendo popular, en que la ciudadanía tenga la última palabra y la posibilidad de responder si, o no, a la pregunta de si se está de acuerdo con la elección de la Asamblea, será muy popular. Recordemos que el votar por su presidente ha sido un reclamo constante de amplios sectores de la población. Incluso un reclamo tolerado, que no necesariamente ha conllevado para el reclamante el trato de opositor.

La propuesta puede hacerse también de manera concreta como un pedido a la Asamblea Nacional, en enero o los primeros días de febrero, o simplemente ser presentada por la oposición como un recurso retórico para demostrar el carácter profundamente anti democrático del sistema electoral cubano. En el primer caso el objetivo no sería el obtener una respuesta positiva del régimen, que sabemos de antemano no dará, sino obligarlo a actuar, a acallar mediante la represión un pedido completamente legítimo, desde cualquier ángulo o posicionamiento político que se lo mire —excepto, claro, el autoritario puro. Por ejemplo, una combinación de un sector de la oposición interna tratando de presentar un pedido a la Asamblea Nacional, y del Exilio haciendo campaña internacional para que el régimen les conceda esa pequeña demanda a los cubanos de la Isla, y luego para exigir el fin de la represión contra demandantes, pondría de nuevo al régimen en el banquillo de los acusados, como en noviembre de 2021.

Si se usa como elemento del discurso, presentarlo como un desafío directamente dirigido a Miguel Díaz-Canel, tendría un gran efecto… quizás hasta el punto de que el régimen se vea obligado a aceptar.

Resaltar como el sistema electoral cubano se presta para que un presidente muy impopular pueda ganar de nuevo la presidencia, es un modo de desenmascarar concretamente al sistema electoral cubano, y los fundamentos autocráticos del régimen. Obligarlo a reprimir por una demanda menor para cualquier observador externo, y de hecho completamente legítima según el propio ordenamiento constitucional vigente, es una oportunidad que no se puede desaprovechar.

Otra posibilidad a aprovechar para montar una estrategia alternativa tiene que ver con el cambio en el número de diputados para la próxima legislatura. No se ha aclarado cómo se hará, pero es probable que el régimen tenga que abandonar el sistema de listas electorales, en que se nos entrega una boleta con el nombre de varios candidatos a diputado, quienes no compiten entre sí, solo están ahí para que el elector decida si se convierten o no en diputados[ii]. Si así ocurriese, si se eliminara el sistema de listas, quedará de manifiesto una de las principales trampas en la legislación electoral: la que tiene que ver con que la ley declare solo válidas las boletas en que se ha votado por uno, por varios, o por todos los miembros de la lista. O sea, que solo cuenta el voto de quienes están de acuerdo con al menos uno de los presentes en boleta. De eliminar las listas, al menos en los municipios que tienen alrededor, o menos, de los 35 000 electores establecidos por candidato, y por tanto uno solo, será evidente la trampa, ya que en ese caso solo las boletas votadas por el candidato en cuestión serán válidas, lo que implicará que todos los diputados en tales circunscripciones ganarán con el 100 % del voto válido —solo podrían perder si nadie votara por ellos.

Incluso si el régimen no se desprendiera del sistema de listas, no se debe desaprovechar la oportunidad de resaltar la verdadera razón de por qué se ha visto obligado a dejar a medias la reducción en el número de diputados, y asumir grandes diferencias en la representación parlamentaria entre los municipios más poblados —menor—, y los menos habitados —mayor. De hecho esto parece ser lo decidido, dado que en base a la nueva relación de diputados por habitante estos no debían llegar a 300, y sin embargo se elevan, según trascendidos, a nada menos que 470. En esta nueva situación municipios tan poco poblados como Encrucijada, con menos de 25.000 electores, tendrían tantos representantes como Placetas, con más de 50.000…

Estas estrategias tienden a ser despreciadas, porque lo que cabe es derribar de una vez y por todas al régimen. Sin embargo, quienes sostienen tal punto de vista, radical, no presentan ninguna estrategia concreta para lograr ese derribo mañana mismo, o incluso esta misma tarde, antes de comida. Su única estrategia parece ser esa esperanza tan cubana de que todos nuestros problemas se resolverán cuando nos saquemos el premio gordo en la bolita. De este modo lo único que hacen, además de irse a alguna manifestación… en Miami, Washington, o ante alguna embajada cubana en Europa, es cooperar con el régimen en desacreditar toda estrategia que no resuelva el problema de una buena vez, y por todas.

Es una falsedad que alguna guerra se haya ganado a la primera, y aquellas en que tal cosa se ha logrado se lo deben los vencedores a que el adversario ya estaba en descomposición total para el comienzo de la misma; lo cual no parece ocurrir ahora con el régimen cubano. Las guerras, sobre todo cuando se vuelven de desgaste, como sí es nuestro caso, solo se ganan en una sucesión de pequeñas batallas y escaramuzas, de aburridas resistencias cotidianas, de triviales gestos de resistencia cívica. Tomemos el ejemplo de nuestras propias guerras separatistas —en esencia también una guerra civil—, contra el en teoría decadente poder español, como estuvieron presentándolo nuestros separatistas por más de 50 años, las cuales no se ganaron sino treinta años después de iniciadas, y ello con la consabida intervención de los Estados Unidos —para bien, o para mal.

Por otra parte los cubanos tendemos a creer en que si sentimos algo con fuerza, los demás humanos, incluso en una colonia lunar, tienen que sentir lo mismo. Es como si creyéramos que existe una unidad mística entre los sentimientos de los individuos. Lo cual parece ser consecuencia de nuestro extremo carácter gregario, en que nos pasamos nuestras vidas imitándonos los unos a los otros, y en ello encontramos la suprema felicidad cubana. Nos es inconcebible, en consecuencia, admitir que si sentimos algo particular por el régimen cubano, por lo que nos ha pasado a nosotros en concreto a resultas de su existencia y control sobre la Isla, no necesariamente un ajeno a la realidad cubana debe sentir lo mismo que nosotros, por ese régimen.

La realidad es que no hay ninguna unión místico-simpática entre los humanos, y la única manera de hacer entender a los otros nuestra particular situación es presentarles hechos y argumentos. Dado que nuestra realidad no es la suya, ya que no están en nuestros zapatos, tenemos que insistir una, y otra, y otra vez con diferentes hechos y argumentos, buscando que de alguna manera esos hechos y argumentos nuestros invoquen en ellos recuerdos, estados sentimentales, semejantes al que ahora sentimos, para que logren en algún momento solidarizarse con nuestras aspiraciones y luchas.

El mejor modo de mostrar algo erróneo, o tramposo, es al pedir su corrección. Esto como estrategia, como acción, muy probablemente no provocará el colapso inmediato del régimen, pero lo pondrá un tanto más cerca.


[i] Me refiero, claro, a la oposición que está por hacer algo, no a criticarlo todo sin proponer nada… por lo menos más allá de la consabida perreta o el tan recurrido brete.

[ii] Al menos en teoría, porque como explicamos unas líneas más abajo es casi imposible que un candidato a diputado no salga electo, en razón de lo establecido por la Ley Electoral para el conteo de los votos.


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