Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Sociedad

La conciencia intranquila

La influenza A, como la conjuntivitis o el dengue, es un fantasma viral que recorre la Isla.

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Viernes tras viernes, yo compraba el Granma para ponerme aún más paranoico al leer el parte oficial de los casos cubanos de gripe H1N1. Pero ya ni eso. El detalle es que ya no hay datos.

El virus de la influenza A ha dejado de tener influencia entre nosotros. Tal vez como noticia no vende: son rezagos clínicos de nuestra mentalidad de mercado, supongo.

Sin embargo, una amiga me llama desde Matanzas medio aterrorizada. Cuenta de un vecino fallecido fulminantemente en horas. También de niños. De cuarentena y puestos de mando en los hospitales. A lo peor exagera, eso no importa. Lo obvio es que ni ella ni su bebé quieren morirse en esta temporada planetaria de caza (Vade Retro, Guadaña).

Como fiel lector del periódico Granma, yo también le quito importancia al asunto. La tranquilizo con mis mejores falacias argumentales (no por eso menos sinceras): me desespera la idea de que ella esté tan lejos de mí y se esté sintiendo tan insegura desde su ignorancia de sí saber lo que pasa alrededor.

Por lo demás, le recomiendo que evite las grandes aglomeraciones de gente (en Matanzas dudo que quede alguna: en La Habana acabamos de tener el jolgorio de Juanes). Y le imploro o impongo que nunca nunca nunca coja camiones ni guaguas, porque el proletariado te tose en pleno rostro y sigue su viaje tan campante como si nada (incluso se ofenden hasta llegar a los puños si alguien protesta por el salivazo).

Cuelgo el teléfono. En el noticiero de televisión de los viernes creo que también releían el parte de la prensa oficial sobre la epidemia cubana de H1N1. Pero ya ni eso tampoco. H0N0: Habanada nuestra que estás a punto de ingreso, innominado sea siempre el nombre de tu enfermedad…

La influenza A, como la conjuntivitis o el dengue, es un fantasma viral que recorre la Isla de cabo a cabo. Los programas del Estado para combatirlos están vigentes de gratis, por supuesto, pero serán tan funcionales como lo permitan su personal emergente y un presupuesto de emergencia.

Así que, por el momento, seguimos careciendo de una narrativa coyuntural. Nos falta el relato realista que reflexione sobre este o aquel fenómeno patológico. Por eso fermentan tan bien entre el público (nosotros, los sobreleyentes) la fe fundamentalista y la falsa ficción. Por eso mi amiga llama desde Matanzas aterrorizada y medio, y por primera vez no le da pena conmigo pronunciar a pelo la palabra perdida Dios.

Y es que todos queremos sobrevivir a esta temporada planetaria de caza (Vade Retro, Granma). Aunque sea para seguir leyendo el periódico de página en pánico, displicente pero disciplinadamente hasta el fin de los viernes: la no-noticia también vende, y mucho más que cualquier esquela estadística sobre esta o aquella patología fenomenal.

La crisis de Cuba se me antoja entonces de una naturaleza no tan grave como groseramente gramática. Un tema que pasa no tanto por la noción de legalidad o elegibilidad, por ejemplo, sino por nuestra limitadísima legibilidad en tanto nación.

El que lee, puede. Toma, lee (aunque este axioma agustino siempre me sonó a castigo físico: un manotazo que te obliga a leer). Toda lectura es libertad residual de asociación, lo que en Cuba resuena casi como un delito o al menos un acto predelictivo. Por este camino, hasta el periódico más despótico no puede evitar convertirse en un arma de infinito filo liberal. La letra impresa es perversa. Y leer por ausencia podría ser ahora nuestro más radical ejercicio cívico de alfabetización.

Sin embargo, aunque hago el máximo esfuerzo para evitarlo, no logro dormir con la conciencia tranquila tras calmar por teléfono a mi amiga madre en Matanzas. No me adapto a los silencios clínicos de nuestra mentalidad de Estado, supongo: no adopto del todo los protocolos cínicos a la hora de cubanamente leer.


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