Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Fidel Castro

La más reciente resurrección de Fidel Castro

Los adivinadores quedan en entredicho una vez más

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Una vez más, Fidel Castro “resucitó”, para desgracia de los agoreros sensacionalistas con “fuentes” informativas aparentemente ubicadas en lo más profundo del aparato de la seguridad cubana o del buró político del Partido.

Tras seis meses y veintitrés días sin aparecer ni dar “señales de vida”, lapso en el que indudablemente tiene que haber habido tanto dificultades con la salud como inducción de mensajes de desinformación hacia afuera de la Isla, en menos de 48 horas se publicó la noticia de un encuentro de cinco horas de Castro con un chavista venezolano venido a menos, el envío de su voto a las elecciones municipales al Poder Popular, varias fotografías del comandante-jardinero en sus predios, tomadas por un hijo suyo, y un rencoroso artículo en la prensa oficialista (que esta vez no se llamó “reflexiones”). Todo esto después del anuncio de la “actualización migratoria” del régimen y pocas semanas antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y la Cumbre Iberoamericana de Cádiz, a donde ya parece confirmado que no asistirá Raúl Castro.

“Resucitó” después de 206 días, pero ni entubado ni con muerte encefálica, como aseguraban algunos atrabiliarios venezolanos y varios blogueros cubanos, quien sabe si alguno buscando desesperadamente quince minutos de fama; resucitó con 86 años, salud precaria, e innegable deterioro físico por la vejez, evidente en las fotografías, aunque demostró que mantiene intacta su capacidad para tergiversar los hechos y odiar a diestra y siniestra.

Su reaparición fue suficiente para los fundamentalistas del anticastrismo, conocidos también como autistas políticos, y que pululan en los foros digitales con comentarios anónimos: que el señor en la foto dentro del “van” no era Fidel Castro, sino su hermano Ramón; que la foto en que se ve al tirano con un periódico Granma es puro “Photoshop”; que si mentalmente está liquidado; que por qué no fue a votar personalmente, sino que envió su voto; que si padece Alzheimer; que no firma el artículo él mismo, sino que se utiliza un cuño; que por qué no le hacen una entrevista en vivo; que fue la esposa quien escribió el último artículo. Más o menos como preguntarse por qué el régimen hace lo que le da la gana y no lo que gustaría a los comentaristas con pseudónimo en la prensa digital.

No querer reconocer lo que está delante de los ojos no es una conducta demasiado inteligente. Todavía recuerdo la cantidad de “expertos” que analizaron la foto de Fidel Castro con Cristina Fernández de Kirchner, para “demostrar”, calculando píxeles, tamaños, ángulos y luces, que “no podía ser” Fidel Castro quien aparecía en aquella fotografía. O el grafólogo colombiano que aseguró que la firma de Fidel Castro en una carta a Hugo Chávez era falsificada. Hay quienes no aprenden ni a cabezazos.

A fin de cuentas, esta obsesión con la muerte de Fidel Castro refleja una ilusión tan vana como poco práctica: creer que la muerte del tirano significa el fin de la dictadura y la caída del régimen. Ese es el combustible que alimenta siempre las leyendas de las muchas muertes (y correspondientes resurrecciones) de Fidel Castro.

Sin embargo, hace ya casi seis años y cuatro meses que “murió” políticamente, que tuvo que renunciar a todos sus cargos a causa de la enfermedad que casi le cuesta la vida, y que está alejado desde entonces de las actividades diarias del Gobierno, sin que haya terminado la dictadura o esté en peligro de caerse el régimen. La sucesión se llevó a cabo como estaba previsto, sin tremendismos ni escándalos. Y las tribulaciones del régimen son más o menos las mismas del último medio siglo, en ocasiones mayores, en ocasiones menores. Esta realidad no tiene nada que ver con si nos gusta o no nos gusta decirlo: nuestras frustraciones y pataletas no modificarán los acontecimientos, ni a favor nuestro ni a favor del Gobierno.

Tanta desilusión y desencanto no deja ver realidades mucho más evidentes y perfectamente perceptibles, como el hecho claro de que el fidelismo y sus rémoras se desmontan continuamente en la Isla por parte de Raúl Castro y el neocastrismo: desaparecieron las escuelas en el campo, la batalla de ideas, las microbrigadas, los trabajadores sociales, las tribunas antiimperialistas, las marchas del pueblo combatiente, la revolución energética, la propiedad estatal masiva en la agricultura y los servicios personales. Se ha ido eliminando poco a poco la libreta de abastecimientos, se autorizó la presencia de cubanos en hoteles, y la posesión de teléfonos celulares y computadoras, se entregan cientos de miles de hectáreas de tierra en usufructo y se entregarán más, se crean cooperativas urbanas de servicios, se autoriza la venta de casas y autos, se elimina la confiscación de propiedades a “los que se van”. Toda la maligna obra de Fidel Castro se va desmontando poco a poco, mientras algunos que dicen tener fuentes muy secretas pronostican su muerte con fecha y hora, y otros discuten si quien aparece en las fotos es verdaderamente Fidel Castro o su hermano Ramón.

Si algún guardián de textos sagrados me llama “raulista” por el párrafo anterior, y de ahí deduce que sugiero que Cuba se está democratizando con Raúl Castro, no pienso ni perder tiempo en responderle. Tampoco a los que me consideren de “la mafia de Miami”. La realidad no tiene nada que ver con los extremismos.

Sigamos con la realpolitik: con una persona de 86 años de edad y enferma, a pesar de todos los cuidados y la alimentación especial que le prodigan con el dinero de todos los cubanos (mientras la salud pública y todo en el país se deteriora por minutos), un desenlace fatal podría llegar en cualquier momento, como conclusión biológica inexorable. De ahí que, si los agoreros continúan pronosticándolo continuamente, en algún momento adivinarán. Pero que el burro sople y haga sonar la flauta una vez no le convierte en flautista.

Por otra parte, los profetas dejan pasar otro hecho evidente: la figura legendaria de Fidel Castro en el imaginario popular se va convirtiendo cada vez más en la de un anciano desecho, enfermo, achacoso, malhumorado, y mentiroso: aunque dice que no ha escrito “reflexiones” en más de cuatro meses para no ocupar espacio en la prensa que hace falta para otras cosas, no se lo cree ni él mismo. Sus últimas fotos recuerdan —sombrero incluido— al desgastado Vito Corleone que al final de su vida jugaba con su nieto en el jardín. Aunque Fidel Castro ni juega con nadie, ni quiere a nadie.

Tantos adivinos de segunda categoría y “analistas” más baratos por docena, que expresan sus opiniones tremendistas continuamente, ¿por qué nunca han pensado en una posibilidad muy real que se menciona muy poco, pero que no es nada descabellada?

¿Han pensado en lo que pudiera suceder si fuera Raúl Castro el que falleciera antes que su hermano el Comandante? De ser así, ¿quién se haría dueño del poder, y quién o quiénes ocuparían los máximos cargos que ahora detenta el general-presidente?

¿Qué podría suceder en Cuba en una situación como esa?


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