Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Fidel Castro, Egipto

Leyendo a Fidel Castro en el espejo

Fidel Castro escamotea la verdadera razón por la cual el pueblo egipcio se levantó, y por la cual generalmente se suelen levantar los pueblos contra sus gobernantes

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Fidel Castro es un curioso ejemplo de triunfo de los errores. Y lo es porque en realidad casi siempre se equivoca por conveniencia. Es decir, porque su propósito no es interpretar objetivamente las circunstancias. Su reciente reflexión, “La rebelión revolucionaria en Egipto”, es un ejemplo.

De una forma bastante burda por repetida, invierte los términos del problema, los deforma de modo que las causas reales de la rebelión egipcia queden relegados. Para ello antepone otros factores en los que el papel de Estados Unidos es debidamente demonizado por lo que es y hace, y Mubarak lo es por su complicidad con éste en contra de su propio pueblo.

El método en realidad es muy simple y forma parte de la estrategia discursiva histórica del castrismo.

En el tercer párrafo, escribe: “Tras 18 días de duro batallar, el pueblo egipcio logró un importante objetivo: derrocar al principal aliado de Estados Unidos en el seno de los países árabes. Mubarak oprimía y saqueaba a su propio pueblo, era enemigo de los palestinos y cómplice de Israel, la sexta potencia nuclear del planeta, asociada al grupo belicoso de la OTAN”.

Escrito así, es como si el pueblo egipcio se hubiese levantado contra Mubarak, no tanto por ser el dictador que los oprimía, como por ser el “principal aliado de Estados Unidos en el seno de los países árabes”. Obsérvese que al final de esta oración sitúa un punto y seguido. Con ello hace que parezca como si de aquí se derivara el resto de las razones, o como si estas giraran a su alrededor. Es decir, que el hecho de que los “oprimía” y (distinción esta de las más importantes), los “saqueaba”, fuese casi una consecuencia de lo primero. Se cuida (o lo hacen sus asesores o consejeros, si los tiene) de utilizar, por ejemplo, el término “dictador” o cualquiera de sus derivados. Se ve que evita cuidadosamente cualquier peligrosa similitud.

En el conjunto de la reflexión cuenta lo sucedido en Egipto los últimos años; las manipulaciones de EE UU en la zona; cómo el pueblo egipcio fue traicionado por sus dirigentes corruptos en beneficio de la potencia extranjera y, en general, de Occidente. Y a continuación, cuando ya el camino está bien desbrozado, entra en el tema de la rebelión actual. Y lo hace en esos términos —no diré que irrisorios porque la gravedad del asunto no mueve a risa y, además, porque no deja de tener una cierta sutileza que puede ser eficaz, pero sí diré que…— cínicos.

Escribe: “Sería un error imaginar que el movimiento popular revolucionario en Egipto obedece teóricamente a una reacción contra las violaciones a sus derechos más elementales. Los pueblos no desafían la represión y la muerte ni permanecen noches enteras protestando con energía por cuestiones simplemente formales. Lo hacen cuando sus derechos legales y materiales son sacrificados sin piedad a las exigencias insaciables de políticos corruptos y de los círculos nacionales e internacionales que saquean el país”.

Y luego ataca a Obama, y termina con una especie de oda a “la paz entre todos los pueblos” y su apoyo al pueblo egipcio y (al parecer ya considera que es inocuo reconocerlo) “su valiente lucha por los derechos políticos y la justicia social”.

Por supuesto, Cuba está ausente en todo su análisis. Lo que podría estar bien, ya que escribe de lo que escribe, si el objetivo oculto, el que parece recorrer el fondo de cada párrafo, no fuese precisamente marcar la supuesta diferencia.

Sin embargo, aún hay otra curiosidad que aparece hacia la última parte del texto, exactamente donde dice que “Con independencia de lo que ocurra en Egipto, uno de los problemas más graves que enfrenta el imperialismo en este instante es el déficit de cereales que analicé en la Reflexión del 19 de enero”. Y añade: “Estados Unidos emplea una parte importante del maíz que cultiva y un alto índice de su cosecha de soya a la producción de biocombustibles. Europa por su parte, emplea millones de hectáreas de tierra con ese propósito”. —¿En qué radica esa curiosidad? En que parece un desvarío. Se desvía del tema, y lo hace para una vez más volver sobre esa obsesiva imagen de pacifista y ecologista que quiere labrarse a como dé lugar. Lo que, tratándose de quien se trata, es grotesco.

¿Dónde considero se encuentra, sin embargo, el problema global de esta reflexión? En que escamotea la verdadera razón por la cual el pueblo egipcio se levantó, y por la cual generalmente se suelen levantar los pueblos contra sus gobernantes. La corrupción y el “entreguismo” a una potencia extranjera no son siquiera factores visibles en una rebelión de esta naturaleza.

Si las razones fuesen básicamente éticas, esas rebeliones al estilo de los países árabes estarían sacudiendo ya a varios países europeos. Lo que sucede, en cambio, es que esos políticos corruptos siguen contando con un respaldo popular importante.

Y es que en Europa los pueblos viven en democracia, en libertad y con un estado de bienestar que en ningún caso puede servir de alimento a una rebelión continuada que persiga echar abajo todo el sistema. Son suficientes —además de las denuncias de los medios de comunicación y la actuación independiente de los tribunales— algunas movilizaciones precisas. El resto se dirime en las urnas.

El problema, por lo tanto, muy al contrario de lo que dice el señor Fidel Castro, tiene que ver sobre todo con el conjunto que forman las privaciones materiales y las violaciones a los derechos fundamentales. Lo que, claro, si se suma al conocimiento (porque es esencial que se conozca o no existiría) de la corrupción y el saqueo, la bomba gana en potencia.

Pero no es que él no lo sepa. De hecho lo reconoce, aunque veladamente. Ya lo escribí al principio. Simplemente trata de marcar distancia con respecto a esos fenómenos. Porque la corrupción que ha salido a la luz en Cuba ha sido duramente sancionada. Aunque lo ha sido solo ésa “que ha salido a la luz” y, si se hurga un poquito, se verá que lo ha hecho por razones bastante turbias, como parte de purgas que le han permitido gobernar sin sombra y sin posibles sucesores capacitados para una auténtica continuidad.

La corrupción está muy extendida en todos los estratos de la sociedad cubana, en primer lugar en el poder, pero gracias al hermetismo que caracteriza al régimen, el pueblo no tiene conocimiento real, verificable, de ello y, por lo tanto, se mantiene en el terreno pálido de la sospecha y lo especulativo. Lo que en medio de la feroz propaganda y la no menos feroz vigilancia policíaca, puede generar la duda: ¿Y si se trata de “propaganda enemiga”, esa resbaladiza figura jurídica por la que fácilmente se puede dar, como suele decirse, con los huesos en la cárcel? Así que dicho factor —el factor de la corrupción— no constituye un peligro, ahora mismo, de movilización popular contra el régimen.

Pero la realidad es que en Cuba —como en Egipto, como en Túnez, como en todos los países árabes donde se producen movilizaciones— los factores son otros. De índole netamente política y, en cualquier caso, existencial o económica.

Para determinarlos quizá baste con leer al propio Fidel Castro, pero al revés. Algo, por cierto, que exige una breve digresión. Eso —leer al revés— es lo que suelen hacer los cubanos desde hace tiempo con todo lo que dice el régimen. El opositor Héctor Palacios lo ha expresado con acierto a El Nuevo Herald. “Aquí la gente lee el periódico y ve la televisión al revés; es decir, si el gobierno dice que es bueno, es porque es malo”, dijo.

Sigamos. A modo de ejemplo, repasemos el párrafo que cito más arriba, pero leyéndolo al revés, como en un espejo: “Sería un error imaginar que el movimiento popular revolucionario en Egipto obedece teóricamente a una reacción contra las violaciones a sus derechos más elementales. Los pueblos no desafían la represión y la muerte ni permanecen noches enteras protestando con energía por cuestiones simplemente formales. Lo hacen cuando sus derechos legales y materiales son sacrificados sin piedad a las exigencias insaciables de políticos corruptos y de los círculos nacionales e internacionales que saquean el país”.

Releído de ese modo (al revés), solo me sugiere esta reflexión: Para los pueblos “Las violaciones a sus derechos más elementales” son, señor Fidel Castro, “cuestiones” algo más, mucho más, que “simplemente formales”. Incluso, y pese las apariencias, para el pueblo cubano. ¿Y de dónde extrae esa peregrina conclusión de que los pueblos no “desafían la represión y la muerte (y) permanecen noches enteras protestando con energía” por ello? Incluso, algún día, el cubano podría hacerlo. No importa que esos “derechos legales y materiales” no sean sacrificados a “exigencias insaciables de políticos corruptos y de los círculos nacionales e internacionales que saquean el país”; basta con que sean sacrificados. No importa por quiénes ni en nombre de qué. ¿Qué más da que los verdugos vengan disfrazados de mesías, y repitan que ese sacrificio es el precio que exige el dios (él sí insaciable) llamado futuro? El pueblo egipcio, al contrario de lo que Fidel Castro escribe, es tan solo un ejemplo más entre muchos de este hecho.

Pero no para siempre debe funcionar el ardid de vincular todo lo que sucede en el mundo a la influencia de los nefastos intereses de Estados Unidos o a maquiavélicas conspiraciones globales. Quiero creer que el pueblo cubano haya tomado nota de lo que ocurre en los países árabes y que, más pronto que tarde, le rectifique éste, su interesado error, al viejo (¿ex?) gobernante.

En ese momento seguramente Fidel Castro intentará hacer, al lado de su hermano, lo que ahora hace su amigo Mahmoud Ahmadinejad en Irán. Después de haber apoyado al pueblo egipcio, enarbolaría una vez más el fantasma del “imperialismo yanqui”, y ordenaría disparar contra los hombres y mujeres que durante más de medio siglo lo han sostenido, simplemente por hacer lo mismo que aquéllos. Y no le temblaría la voz. Pero confío en que, también entonces, quienes reciban la orden lo lean al revés.


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