Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Meurice, Iglesia católica

Meurice, el amigo

La verdad es que con esta muerte los autores de la tropelía cincuentenaria duermen más tranquilos, es una espina sacada de la garganta

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En repetidas ocasiones he dicho que este blog no es de carácter noticioso, aquí solo espero poder acumular mis recuerdos de viajes, hacer una hoja de ruta (para mí) sobre los días vividos y en muchas ocasiones estar en los lugares pero no hacerme visible por mi doble condición de captar la imagen y escribir sobre el hecho. Por eso en esta bitácora aparece hoy lo visto y sentido el día 31 de julio cuando en Santiago de Cuba se le dio sepultura a Mons. Pedro Meurice Estiú.

El día 30 el gobierno y la dirección comunista en la provincia habían celebrado, seguramente por orden superior, el Día de los mártires. Si bien es cierto que lo hacen cada año, esta vez, víspera de los funerales de Meurice, cuentan que fue la apoteosis. El 31 la carretera a Santiago de Cuba desde diversos puntos del Oriente amaneció inundada de hombrecitos uniformados de varios colores y hasta vestidos de paisanos. En cambio, salvo en contados casos, la mayoría de los que se dispusieron a salir llegaron. Hice dos trasbordos desde las 4:00 a.m. hasta que llegué a la catedral santiaguera. Allí estaban Laura Pollán y Reinaldo Escobar, entre otros que llegaron desde La Habana, así como José Daniel Ferrer, el bravo activista Samuel Leblanc, mujeres como Aimeé Garcés, Tania Montoya, y varios demócratas más de las diferentes provincias orientales. Santiago hervía de calor, cuando comenzó la misa el edificio central era una asadero, pero había que meterse a como diera lugar, según calcularon algunos más de mil personas estaban dentro y en los corredores de la terraza.

Un hombre de pueblo

Las palabras de Mons. Ibáñez, actual arzobispo de Santiago de Cuba, me sorprendieron, no por que Meurice no las mereciera, sino porque este es uno de los integrantes de la Conferencia de Obispos Católicos Cubanos que no acostumbra hacer intervenciones públicas en las en las que se relaten honores de sus semejantes contra el régimen castrista. Hubo un momento en que la mayoría recordó al unísono las palabras de Meurice Estiú a Juan Pablo II en la plaza santiaguera, una de las pocas ocasiones en que se le he dicho a la nomemklatura cubana verdad tan grande. Vi mucha gente de

pueblo llorando cuando salió el féretro a la calle. En conversación con católicos locales, éstos se asombraban de la asistencia de tantos que no profesan la fe cristiana y asistieron por respeto, Meurice, me dijo alguien, era un suceso. Una vez a principios de 2004, fui a un encuentro de comunicadores en el Santuario del Cobre, Meurice despidió aquel taller con una claridad que aún hoy muchos recuerdan. Un día antes de cerrar el encuentro bajé a la ciudad a plena mañana, y en la esquina de Enramadas y Carnicería vi un tumulto: Pedro Meurice se había bajado del carro y conversaba con unas señoras conocidas, pero la charla continuó más allá hasta hacerse una peña pública. Impuso la bendición a unos niños, dio cita a una mujer para que fuera a buscar un calchón para su hijo y así hasta que prácticamente lo obligaron a montar en el vehículo.

Desde la misma salida en procesión, atravesando las calurosas y estrechas calles hasta llegar a los barrios pobres que circundan el cementerio Santa Ifigenia, la gente lo esperó en los portales y aceras. La policía no se metió con los opositores que levantaban los puños o las manos en señal de victoria y con la L de libertad, si bien hay que decir del respeto de los disidentes y posición ante un momento luctuoso. En la mañana supe de la detención en Las Tunas del periodista independiente Alberto Méndez Castelló para que no asistiera al sepelio.

La verdad es que con esta muerte los autores de la tropelía cincuentenaria duermen más tranquilos, es una espina sacada de la garganta. No dejo de pensar en la anécdota de cuando los obispos cubanos visitaron el Vaticano en el ’98 y Juan Pablo II, tomándole las manos le dijo repitió varias veces el nombre del sanluisero ilustre para rematar: “Así se comportan los arzobispos”.


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