Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Presiones, Exilio, Trump

¿Política de presiones o de mentiritas?

La política de las presiones trumpista ha tenido solo el objeto de engañar al superficial exilio cubano

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La política de Trump hacia Cuba ha consistido en el regreso a lo mismo de siempre, que nunca llegó a dar resultados, desde 1960: darle candela a la olla para ponerle presión a la sociedad cubana, con la idea de que desesperados los cubanos de la Isla nos tiremos para la calle.

Afirmo, no obstante, que esa política de presiones nunca ha sido seguida de manera consecuente por la administración Trump, porque la misma implica la voluntad, la disposición a intervenir militarmente en Cuba. Sea para defender al pueblo cubano, ya en las calles, de la represión del régimen, o para poner orden en el vacío de poder subsiguiente, en una isla a la vista casi de las costas de Estados Unidos. Mas esa voluntad, esa disposición, ha faltado.

En verdad la política de presiones, de seguirse consecuentemente, se habría evitado rodeos y habría comenzado por hacer lo que de todas maneras en un final implicaba: intervenir. Para lo cual hubiera bastado con al aumento de la presión sumarle en paralelo medidas y declaraciones ambiguas que provocaran una emigración masiva de cubanos a la Florida.

Es necesario tener presente que la más efectiva manera de sacar a los cubanos a las calles es la sugerencia, todo lo remota y ambigua que se quiera, de que de llegar a las costas de Estados Unidos se los recibirá con los brazos abiertos. Pero en ese tránsito hacia allá, desde sus casas, a través de las calles y costas de la república, los cubanos habrán necesariamente de enfrentarse a las autoridades cubanas. Las cuales no podrán más que reprimir con dureza cualquier intento de reeditar el Maleconazo de agosto de 1994, memoriosas ellas de la advertencia de Clinton ese mismo año, de que una nueva crisis migratoria que el gobierno cubano no fuera capaz de controlar solo podría saldarse con la intervención americana.

La justificación no ha faltado por tanto para hacer lo que implica en un final la política de presión: en un país en caos a medio día de navegación en cayucos, lo serían la represión a la vista de las costas de Estados Unidos, o el intolerable peligro de una crisis de refugiados, que obligaría al cumplimiento de un deber ético o de una promesa presidencial previa.

Bastaría no con reestablecer pies secos/pies mojados, sino solo con alguna ambigua declaración presidencial, a la que luego algunos representantes del exilio le sacarían provecho tras interpretarla en el sentido conveniente en Facebook o Radio Mambí, mientras la Casa Blanca se tomaba un tiempo algo largo para “corregir la equivocada interpretación de las palabras del presidente”. Tampoco habría sido necesario esperar que llegasen a las costas americanas cien mil cubanos. Con el actual clima de xenofobia en parte del electorado habrían bastado unos pocos miles…

Pero el inconveniente está en que Trump puede presionar, pero nunca llegar al inevitable paso final de esas presiones, la intervención. Porque sus bases de apoyo principales, los nacionalistas blancos, le quitarían en primer lugar su apoyo al menor signo de una crisis de refugiados bajo su administración; y en segundo porque lo que esas bases desean de él es por completo lo opuesto de lo que desean los cubanos trumpistas. Estos últimos quieren que sea un presidente como Reagan, que comenzó una cruzada anticomunista; mientras los nacionalistas no quieren más cruzadas, del tipo que sean, solo que Estados Unidos levante muros infranqueables en sus fronteras y recaigan en el viejo ideal aislacionista del siglo XIX.

Es por ello que la política de las presiones trumpista se ha cuidado muy bien de llegar a extremos que pudieran llevar al inevitable paso siguiente, la intervención, y la administración Trump se ha preocupado por sacarle de la cabeza a los cubanos de la Isla la idea de arriesgarse a emigrar a Estados Unidos. Al devolver o encerrar a todo el que llega, o impedir el acceso por la frontera mexicana. Las medidas, nunca llevadas hasta el final (se han cerrado posibilidades de viaje, pero no todas; se han cortado caminos a las remesas, pero se han respetado otros; lo pollos americanos siguen vendiéndose en la Isla, el petróleo venezolano no ha dejado de llegar; la embajada no se ha ido…), han tenido solo el objeto de engañar al superficial exilio cubano. Para lo cual las dichas medidas han sido bien sazonadas con frases altisonantes del presidente y sus habituales gestos teatrales, que tan eficientes resultan para engañar a una audiencia latina educada en los excesos dramáticos del culebrón latinoamericano.

Lo evidente, si usted consigue superar la superficie, es que la administración Trump no ha tenido voluntad de empezar intervenciones en ninguna parte, ni al principio ni al final de ninguna jugada, y que en esencia su política ha consistido en un continuo repliegue de Estados Unidos hacia un aislacionismo de muros levantados. Los cubanos deberíamos mirar hacia Venezuela y la tan cacareada intervención, que no acaba de llegar incluso en un país en el que todos sabemos al primer bombazo los integrantes de la Fuerza Armada Bolivariana echarán a correr, y no pararán hasta dar todos en la Patagonia… si es que el frío mar antártico los detiene.

La política de la olla de presión, hace mucho, al menos desde aquella mencionada declaración de Clinton en 1994, ha carecido de verdadera consecuencia. Washington desde entonces ha demostrado que su principal interés es que los cubanos no nos mudemos en masa a la Florida. Si ha mantenido la política de presión sólo se explica por el interés de tener entretenido y engañado al exilio, con su considerable capital político. Lo cual parece haber escalado con esta administración al intento de crearse un nuevo exilio más manipulable, al aprovechar el relevo generacional y la desaparición o envejecimiento de políticos e intelectuales como Jorge Mas Canosa o Carlos Alberto Montaner. Un nuevo exilio encabezado por un grupo de influencers, en su inmensa mayoría sin un historial de luchas anticastrista ni mucho criterio propio, al cual se lo financia abundantemente para mantener la telenovela castrista como un culebrón interminable. Mientras a la vez se cuestiona a los líderes históricos de la oposición interna, y se les cortan las cadenas de suministros (los recientes ataques de Otaola a Rodiles; o la bien planificada emboscada tendida a Guillermo Fariñas por Manuel Milanés, que de manera evidente va lo que quería que su entrevistado dijera en la “entrevista”).

En esencia la política de esta administración, más allá de la teoría y el teatralismo trumpetero, ha consistido en el establecimiento de un difícil equilibrio: con gestos inacostumbrados en la política americana le ha prometido, y le ha concedido al exilio un cierto endurecimiento de la política de presión; ha creado incluso a un grupo de jóvenes para mantener el entusiasmo del exilio y capitalizarlo a su favor, en sus campañas politiqueras internas; a la vez que como parte de su discurso antiinmigrante y antitráfico ilegal, fundamental hacia su principal base de apoyo, Trump ha intentado que esa eficiente dictadura de La Habana se conserve con cierta vitalidad, con el objeto de que le cuide sus costas, para lo cual ha mantenido en realidad la presión en un nivel tolerable.

Permítaseme recalcar mi punto: derribar al régimen castrista a la brava, mediante presiones, implica que Estados Unidos tendrá que intervenir en algún momento. Los apertrechados castristas no se le van a entregar pacíficamente al pueblo desarmado que se haya tirado para la calle, y aun si el régimen por algún milagro cayera de repente, sin casi resistencia, no existen en la Isla actores, más allá de esos castristas con los que la gente de línea dura dicen no se puede pactar, conocidos por la mayoría de la población, y en capacidad de establecer un gobierno que imponga rápidamente el orden tras el caos de la caída violenta del régimen.

Un caos intolerable para Estados Unidos a solo 90 millas de sus costas.

Por tanto, dado que los americanos saben que por la vía violenta tendrán inevitablemente que intervenir, su negativa a usar una crisis migratoria para justificarla desde un principio —una crisis en sí tan fácil de provocar—, demuestra que todo no es más que teatro.

Estados Unidos no va a intervenir en Cuba, y el régimen cubano no va a provocarlo, por tanto, la política de presiones no tiene ninguna realidad. A excepción de para ese nuevo comando del exilio que desean imponernos en sustitución del histórico, y para el régimen castrista, no hay ventajas ni resultados prácticos para los cubanos en una política de presiones que se niega a llegar hasta sus últimas consecuencias.


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