Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Raúl Castro, China, Cambios

Raúl en China: entre Tiananmen y McDonald

El gobernante cubano viaja a China y Vietnam en busca de grandes inversiones, no para recibir lecciones reformistas

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¿Qué va a encontrar Raúl Castro en China que le recuerde a su Gobierno en Cuba? Poco y mucho. Las similitudes le van a salir al paso, pero al igual las diferencias. Esto, sin embargo, no va a ser lo importante para él. Lo que realmente busca el mandatario cubano en China es sostener el presente y afianzar su legado.

Lo va a conseguir en lo que respecta a firmar convenios, a reunirse con el actual presidente chino Hu Jintao y con el vicepresidente y posible sucesor presidencial Xi Jinping.

Es muy posible que ahora no cante en chino, como cuando Hu visitó la Isla en 2008, pero sí que hable en cubano: China es algo así como el último refugio, con la situación incierta en Caracas, tanto en lo que respecta a la vida de Chávez como al futuro del chavismo, el resultado de las elecciones venezolanas y la posible crisis económica por la caída del petróleo.

Cuba es el mayor socio comercial de China en el Caribe. El comercio bilateral totalizó 1.800 millones de dólares en 2010, según el portal estatal cubano Cubadebate.

Esa mezcla de dictadura y censura, por una parte, y mercado capitalista pero controlado, por la otra, es lo que desde hace años llama la atención al menor de los Castro. Una combinación que ya elogió en1997. No para copiarla al pie de la letra sino como socio inversionista, en esa especie de capitalismo para nosotros y socialismo para el pueblo que desde hace años se trata de aplicar en Cuba. Aquí lo único que quedaría sería esperar y ver si al final, tras la muerte de los hermanos Castro, termina por imponerse el modelo totalitario chino o la fórmula dictatorial de Putin, o lo peor de ambos.

¿La ilusión vale la pena?

Es posible que a más de un ilusionado reformista cubano, en la Isla o en el exterior, el viaje de Raúl Castro le devuelva algún ánimo, pero no mucho. El gobernante cubano llega al país asiático en un momento en que, precisamente, el movimiento de reformas económicas chinas está prácticamente detenido. De reformas políticas, en cuanto a un avance democrático o en los derechos humanos, no hay nada de que hablar, porque nunca se han producido.

Según un artículo publicado en The New York Times, durante el gobierno de Hu la modernización de la economía ha sido vista como una causa de descontento social y el país colocado bajo un proceso de “mantenimiento de la estabilidad”, con el objetivo de aplacar las críticas.

En contraste con las primeras dos décadas de apertura económica en China, donde la tendencia fue a relajar el control estatal y los economistas favorables a las reformas se convirtieron en figuradas destacadas, los últimos diez años se han caracterizado por las compañías estatales manteniendo y expandiendo su control sobre industrias como la automovilística, aeronáutica, química, energética, de tecnología de la información y telecomunicaciones, así como el acero, metalúrgica y de construcción de maquinarias.

No es que los principales dirigentes partidistas y del Gobierno chino se han vuelto más socialistas, sino todo lo contrario: han descubierto la avaricia capitalista, o la llevaban dentro sin desarrollar.

Al tiempo que las empresas controladas por el Estado se han vuelto más lucrativas y generan riquezas y privilegios para cientos de miles de miembros del Partido Comunista y sus familias, menos interés existe en aumentar el sector privado por parte de quienes gobiernan el país.

Así que el gobernante cubano va a encontrarse en un ambiente afín. Compartiendo temores, ambición y proyectos.

Solo que China no es Cuba, y las diferencias entre Pekín y La Habana son también enormes.

Dos Chinas

Algo más de 200 metros, lo que separa a las dos Chinas actuales. No se trata de la China continental y la isla de Taiwán, sino simplemente de Pekín.

En la capital china, al salir de la Ciudad Prohibida y enfrentar la Plaza Tiananmen. El visitante tiene varias opciones. Uno es dejar a la derecha el lugar donde un enorme cartel de Mao avisa y advierte que ese fue el sitio desde el cual el Gran Timonel declaró la Republica Socialista China, y dirigirse al paso subterráneo que da acceso a la plaza.

Luego de atravesar un punto de control donde los nacionales —pero no los extranjeros— son revisados de arriba abajo, al igual que sus pertenencias, lo mejor es cruzar por debajo la Dongchang’an Jie —que recuerda a las amplias avenidas moscovitas— para entrar en la enorme Plaza Tiananmen, donde comienza una especie de “rito de pasaje”.

Ya en la plaza, rodeado de grandiosos edificios que también recuerdan la arquitectura estalinista y entre los cuales está precisamente el Mausoleo a Mao, apenas hay tiempo para imaginar las paradas militares, los desfiles gloriosos y el despliegue de banderas.

Unas enormes pantallas tratan de llamar la atención del visitante. Sin embargo, lo que se percibe con mayor fuerza es la presencia de un aparato disuasivo donde la represión no solo es una presencia inmediata sino también un espectáculo, casi una actividad estética, una especie de desfile de modelos de moda pero sin moda: militares en patrulla marchando alrededor del sitio; policías en vehículos motorizados personales recorriendo el área; ciudadanos vestidos de civil que no ocultan que son otra cosa y soldados aislados, que marchan y se detienen en atención a los pocos pasos, como si de pronto se les hubiera agotado una cuerda breve.

Todos son jóvenes, la mayoría de una altura no común en China y de una marcialidad que intenta borrar cualquier dulzura en el rostro.

Por todas partes, rodeándolo a uno, cámaras y más cámaras instaladas en postes.

Esta es una imagen de China que seguramente es del gusto del general Raúl Castro. Una China de parada militar y sacristía maoísta. De ley marcial y quietud sombría.

Pero si se camina a lo largo de esa misma avenida y se llega a la Wangfuing Dajie, el panorama cambia por completo.

El emblemático restaurante McDonald no es una puerta ni un puente, como los que han quedado atrás tras pabellones y dioses guardianes, sino la entrada a un mundo con la ilusión de transpirar lo contrario a prohibición y censura.

Se comienza entonces un largo recorrido, donde establecimiento tras establecimiento define la imitación mayor de Times Square que hay en el mundo, que a veces incluso se aproxima a superarla, como si el único objetivo fuera construir tiendas de lujo mayores a las de París y Nueva York.

El “mantenimiento de la estabilidad”

Estos dos mundos tan distintos mantienen una coexistencia pacífica imposible de predecir. Esa distancia entre el control y la masacre, representados por la Plaza Tiananmen, y el capitalismo de mercado, que encuentra su mejor exposición tanto en las tiendas de lujo como en una simple hamburguesa, es la que quieren mantener a toda costa tanto los comunistas-capitalistas chinos como el general Raúl Castro y sus colaboradores más cercanos.

Si la sangre define la represión política, el sudor, los salarios de hambre y el dormir casi pegado a la maquinaria en las factorías marcan el avance del capitalismo chino.

La capital china es una gran ciudad de tráfico caótico y polución extendida. Pekín expresa su singularidad en ese coexistir constante entre el pequeño negocio privado —la tienda estrecha con buena parte de la mercancía colocada a las puertas— y las sedes corporativas internacionales, con edificios que compiten en tamaño y despliegue de nombres. Ejecutivos occidentales en viaje de negocios y empleados que en cuclillas comen un plato de arroz, a la puerta de míseros establecimientos. Una mezcla de fachada del primer mundo con una profusión de hombres y mujeres que luchan a diario dentro de una estructura económica nacional que todavía está en vías de desarrollo. A esto hay que añadir que las diferencias entre el campo y la ciudad siguen en aumento, y si no se ven mendigos en la capital, a diferencia de Roma, Bruselas, Madrid o Nueva York, ello obedece a normas policiales y no a la ausencia de una gran población pobre que malamente logra sobrevivir a diario.

En buena medida gracias a la venta de mercadería barata, construida con sueldos de miseria, y también a las falsificaciones más diversas de mercancías, China ha logrado acumular capital suficiente para adquirir buena parte de la deuda estadounidense e invertir en todo el mundo. Es un país que depende de la inversión extranjera para existir, pero el mundo occidental y en desarrollo depende igual o más de la inversión china para sobrevivir. Cuba quiere sumarse con mayor fuerza aún a esa dependencia.

Necesidad de inversiones

“La llegada de nuevos inversores internacionales a la economía cubana se ha frenado casi por completo en los últimos meses, a pesar de la apuesta por dar espacios al sector privado en la economía que, teóricamente, estaría impulsando Raúl Castro” afirma un artículo de Americaeconomica.com.

De acuerdo a la publicación empresas como Unilever, Repsol y BM Group son ejemplos de esta tendencia de abandonar la Isla.

La compañía angloholandesa Unilever está a punto de dejar Cuba, luego de formalizar en 1994 una empresa mixta con la compañía local Suchel para la fabricación de cosméticos y artículos de limpieza personal, según una reciente información de la agencia Reuters.

Por su parte, Repsol ha decidido abandonar su proyecto de exploración petrolera en Cuba tras obtener unos resultados negativos en la perforación del pozo Jagüey.

También se marchan la filial panameña de la compañía israelí BM Group y las empresas navieras que mantenían inversiones en la terminal portuaria de La Habana.

Según Americaeconomica.com, fuentes oficiales citadas por algunos diarios locales cifran en 240 proyectos el número de solicitudes que los inversionistas internacionales habrían presentado a revisión el año pasado. Quince menos que los 258 del año anterior y un número muy alejado de los 700 proyectos que por término medio se presentaban ante el Ministerio de Inversiones Extranjeras en la década de los noventa del pasado siglo.

El Gobierno cubano siempre ha preferido tratar más con gobiernos que con firmas inversionistas. Los tratos con países como Venezuela, Brasil, China y Rusia siempre les han resultado más convenientes. Mientras que depender de la política ha sido la razón de ser del régimen, al inversionista privado se le agasaja o abandona de acuerdo al momento.

Un viejo axioma plantea que la política exterior de un gobierno es una prolongación de su política nacional. No parece ocurrir así en el caso de la Cuba de los hermanos Castro, donde da la impresión que ha ocurrido precisamente lo contrario. La paradoja es que esta inversión de las leyes —que supuestamente rigen el acontecer de un país— ha permitido que el régimen sobreviva a más de un cambio en el equilibrio de las fuerzas internacionales.

Ahora que la alianza con el presidente venezolano Hugo Chávez es un gran signo de interrogación no solo hacen falta las inversiones chinas más que nunca, sino que resultan imprescindibles para el futuro de un modelo que permita sobrevivir a la élite gobernante luego del fin de Castro.


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