Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Sociedad

Un hacker en aprietos

El gobierno dice que la informática está al alcance de todos, pero la gente de a pie apenas puede acceder a una impresora.

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Llegó con el pelo largo, un jeans ajustado y una novia peruana. Parecía un habanero de 20 años, con el desenfado propio de cualquier joven universitario. Pero todos nos habíamos equivocado. Es de un montecito de San Germán, fanático a Marco Antonio Solís, Los Bukis y los poemas de José Ángel Buesa. Sin embargo, fue quien nos trajo hace una década los discos de Habana Abierta y Pedro Luis Ferrer, una música que él no entendía mucho pero le agradaba que nos simpatizara.

Hay quienes le dicen 'El Loco', aunque se haya cortado el pelo, no haya vuelto a la universidad, ni sepa ya de la peruana aquella que le rompió el pecho de un abrazo y un beso.

Le dicen 'El Hacker', porque se mete en la computadora y es capaz de arreglarla o dejarla en piezas por unos meses, o sencillamente no volver. A internet no entra hace dos años, desde que lo expulsaron del trabajo, pero para todos sigue siendo El Hacker.

La policía de tráfico y la política, que son una y la misma, le han quitado dos trastos electrónicos que podrían ser una computadora, aunque no son más que los rastrojos que la boyante economía de la Isla se da el lujo de botar como desperdicio y él se toma el trabajo de comprar en el mercado negro a especialistas y estudiantes que andan en las pillerías de la informática a la criolla. El Hacker arma las máquinas, las usa y después las vende "para no perder la costumbre".

Las universidades de la Isla exhiben sus flamantes especialidades informáticas, pero en cualquier oficina de pueblo o ciudad es imposible imprimir un documento sin que la persona tenga que desgastarse buscando una cinta nueva, un disquete o un simple permiso para hacerlo, no sin antes ser requisado minuciosamente.

Roberto González Pérez, a quien deberían apodar El Crack y no El Hacker, se las arregla para componer, cambiar sistemas operativos, o echar a andar las PC traídas de Venezuela, Centroamérica u otros destinos a donde el gobierno envía a "colaboradores" cubanos.

Una maquinita de medio palo

Ahora es un hacker, pero en aprietos. La semana pasada le ocuparon otro traste, tenía sólo cuatro gigas de capacidad, pero en el barrio de la loma, donde vive, era la única computadora. Los niños jugaban a Spiderman, veían los Power Rangers, y hasta editaban fotos digitales para que luego el fotógrafo de la zona las llevará a copiar a la ciudad.

Vino el jefe de sector, un policía con cara de malo, y le pidió los papeles de la computadora, de la casa, y le inquirió sobre quiénes le habían alquilado o vendido la vivienda, por qué no había ido a votar a las elecciones y por qué no trabajaba. Se lo comió literalmente a preguntas. Lo encerraron un día entero en los horrorosos calabozos de la policía municipal. Y cuando le hicieron las primeras interrogantes, mencionó un código civil que imprimieron y repartieron en el año 1997, pero nadie en la Isla conoce. Exigió derechos que le han negado y lo único que ha conseguido es una fianza de 500 pesos. Se puso en huelga de hambre por cuatro días, pero tuvo que abandonarla para buscarle comida a los niños y a su mujer.

Ahora anda con los zapatos rotos, unos instaladores para Photoshop y una memoria flash que quiere reparar.

"Soy un hacker", se dice sin creerlo mucho. Se pasa la mano por la cabeza mientras acaricia con la otra un aparatito metálico y comenta: "con otro como este, armo una maquinita de medio palo. La persistencia también tiene hombre criollo".


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