Actualizado: 01/05/2024 21:49
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Crónicas

¿Una de cal y otra de arena?

Los amigos de Mariela Castro y algunos intelectuales disfrutan del apoyo oficial a la causa gay. Otros no.

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El movimiento gay cubano conoció en los últimos meses un período de altas y bajas. Primeramente, pudo festejar, por primera vez, su día mundial instituido por la ONU, si bien lo hizo con cierta humildad, con sobriedad, con la discreción de quien sale a la luz después de toda una vida escondido debajo de la cama, pero lo festejó.

Después conoció la leña, es verdad. Imprudentemente intentó salir a la calle en saludo de la semana gay que en los primeros días de julio festejaron otros países, y el gobierno, velando por la seguridad de los manifestantes, tuvo que actuar, no le quedó más remedio, según explicaba una señora a la sombra de un laurel del cementerio, hablando con una amiga de los años que tiene un hijo que iba en la manifestación.

Pues hay cubanos "duros", le decía la señora, no sólo en el Partido y en los cuerpos armados, camaradas con historia que no ven con buenos ojos, que no pueden comprender, que no les cabe en la cabeza la tolerancia que se está teniendo con esos infelices que ellos califican con palabras que ella no se atrevería a repetir, y menos aún entender que Mariela, nada menos que Mariela, una figura de la casa reinante, les esté sirviendo de abogada y madrina.

Para esos "duros", seguía la señora, eliminar la UMAP fue un error, una muestra de debilidad, pero no la única. Y citan la guerrita de los emails en el año pasado, donde se les dejó, según ellos, despacharse a su gusto, pidiendo la cabeza de quienes en su día estuvieron a punto de quitárnoslos de encima obligándolos a huir o tirarse por el balcón. Tolerancia igualmente grave, dicen. Paso a paso, insisten, el gobierno ha estado cediendo en todo.

"Te cuento todo esto para que veas cómo están las cosas", seguía diciéndole a su amiga de los años la señora, a la sombra de su fúnebre laurel, "y las razones por las cuales el gobierno ha de ser severo a veces, tiene que serlo. Gobernar es eso, una de cal y otra de arena. Así que no temas por tu muchacho. Yo también tengo un sobrino metido en eso y sé que el gobierno, dentro de lo que puede, está con él". Y mandaba a la amiga a observar el movimiento editorial cubano.

Le citaba, cosa que según ella traía a los "duros" al borde del infarto, célebres autobiografías de homosexuales del patio, novelas igualmente homo, y, abreviando, le decía: "Te sería hoy casi imposible encontrar una publicación literaria donde no esté presente el tema gay en un artículo por lo menos. Se publican además números monográficos. ¿Quién lo paga? El gobierno. Eso dice más que todos los discursos".

No es la primera vez que oigo tales argumentos. Pero también he escuchado otros.

En estos años de desilusión creciente que ha venido viviendo el país a partir de la caída del Muro de Berlín y de la implantación del Período Especial, el gobierno ha tenido que replantearse el caso del intelectual. Esta vez no podría permitirse lo ocurrido en los años finales de la década de los sesenta, cuando del desgarramiento dejado por la UMAP y el zarpazo ruso a Checoslovaquia, convalidado por el Máximo Líder, surgió una poderosa literatura contestataria que iba a tener su culminación aparente en el célebre Caso Padilla. Eso no fue bueno para la imagen cubana.

Esta vez, el gobierno, sorpresivamente, le ha abierto al intelectual la puerta de un tema que hasta el momento había sido tabú. Los judíos sobrevivientes de entonces harían su catarsis, y los jóvenes que no quisieran tener que verse nunca montados en esos trenes del pasado o ver montados en ellos a familiares o amigos, se aplicarían al tema con entusiasmo de veteranos.

Conceder tal libertinaje no ha sido fácil para un gobierno tan viril como el nuestro, dicen que comentaba alguien al analizar la sorprendente decisión. Pero puesto a escoger entre dos males, el gobierno escogió el menor. Esto, por otro lado, le ganaría a la revolución amigos en el exterior, se hablaría de cambios, de importantes aperturas en camino, de cómo los cien años de edad que pronto tendrán nuestros gobernantes, lejos de envejecer sus ideas, los ha revitalizado hasta el punto de convertirlos en veinteañeros desprejuiciados del Primer Mundo.

Cuál de estas dos versiones creer, no soy adivino. Me limito a contar lo que oigo, lo que la gente dice en la calle. Tal vez ni siquiera hay en la primera versión, la de la fúnebre señora del laurel, lucha de "duros" y supuestos "justos", sino una buena puesta en escena del clásico jueguito del policía bueno y el policía malo.


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