Actualizado: 18/04/2024 23:36
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La foto de la baraja

Los Castro y las reformas en China: Mao sólo cuenta en las postales turísticas, aunque públicamente se le venere.

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"¡China abrió la puerta de par en par, Vietnam abrió una ventana y, aquí, ni una rendija!", vociferaba Fidel Castro en 1995, después de visitar los dos países asiáticos. Las modestas reformas de mercado previas abrieron un pequeño respiradero al capitalismo en Cuba, pero su propia tozudez impidió que se expandiera más. Poco más tarde, casi cerró la supuesta apertura. El mes pasado, en entrevista grabada para la televisión, Castro se deshizo en elogios al desarrollo de Vietnam, sin mencionar una sola vez que el mercado era la causa de tal éxito.

Pasé los primeros quince días de junio en China, con Cuba en la mente casi todo el tiempo. Aparte de las enormes diferencias en tamaño, recursos y geopolítica, China y Cuba tienen unas cuantas cosas en común. Ambos gobiernos son dictaduras impuestas por revoluciones nacionales. Los partidos comunistas chino y cubano han prevalecido sobre las adversidades internas e internacionales. El nacionalismo y la determinación acendrada de retener el poder son las palancas centrales de sus regímenes.

Sin embargo, Castro escogió el camino de las batallas ideológicas, la "ética revolucionaria" y el "socialismo verdadero", mientras que la dirigencia china colocó la economía y los niveles de vida populares en el centro mismo de su gobierno. ¡Cuánta diferencia crean estas dos opciones en la vida de los ciudadanos comunes!

En Cuba, la mayoría de la población sufre de privaciones inenarrables en la supervivencia diaria. El consumo está racionado, las tiendas están desabastecidas y las opciones son limitadas. No sucede así en China, donde al ciudadano se le respeta como consumidor, aunque no completamente como ciudadano. El Estado deja básicamente a las personas en paz mientras no violen las líneas políticas establecidas. En Cuba, la interferencia del régimen es molesta y constante.

Fidel prefiere a Mao

La China contemporánea está marcada por dos momentos que establecen un antes y un después: la muerte de Mao Zedong en 1976 y la masacre en la Plaza de Tiannamen en 1989. El primer acontecimiento aupó a Deng Xiaoping y sus políticas de apertura de mercados, que impulsaron aceleradamente la economía del país. El segundo suceso estremeció las bases del régimen. Tres años después de haber ordenado aplastar a los estudiantes, Deng promovió reformas como una vía para recuperar cierta legitimidad y ofrecer a los ciudadanos chinos una "participación" en el sistema.

En su visita del año 2003, Castro comentaba: "No estoy muy seguro de la clase de China que estoy visitando". Con seguridad, Mao lo hubiera secundado. Sin embargo, el "Gran Timonel" es aún muy bien estimado, aunque sus políticas, que costaron millones de vidas y arruinaron la economía, son criticadas sin mencionarlo. Compré un paquete de barajas que se abría con un comodín que mostraba una foto de cuerpo entero de Mao. Los cultos a la personalidad ya no son lo que eran.

Raúl Castro y los otros sucesores están atrapados en el peor escenario posible: Castro está vivo y, al parecer, algo mejor de salud. ¿Continuará su veto a los mercados? Si es así, las perspectivas a largo plazo de la sucesión pueden ser más complejas e inciertas. ¿Podrá Raúl volver al menos sobre las reformas de comienzos de la década de los años noventa? Por ejemplo, ¿liberar el empleo por cuenta propia de las múltiples limitaciones impuestas en la pasada década? ¿Será la entrevista a Fidel Castro sobre Vietnam algo útil para legitimar modestos cambios?

Comodines, signo de 'algún progreso'

El 31 de julio de 2006 pensamos que se daba para Cuba una señal anunciadora de cambios trascendentales. Si ahora estamos frustrados, de igual forma lo están los ciudadanos cuyas esperanzas, surgidas el pasado año, se han congelado. Al parecer, eso arrojan las encuestas oficiales y no difundidas. Aunque en forma difusa y desorganizada, hay un descontento muy extendido en la sociedad. El régimen debería atrapar esta oportunidad. Para comenzar, no se requeriría de grandes cambios: sólo con liberar el empleo por cuenta propia se atraería inmediatamente la atención popular.

Raúl, se dice, es demasiado cauteloso. Al mismo tiempo, estoy segura, debe pensar en sus hijos y nietos. ¿Una Cuba que ofrece bienestar material no sería más hospitalaria que una que se revienta?

La idea de un régimen sucesorio es anatema para el Washington oficial y algunos sectores del Miami cubano. Yo le daría la bienvenida como un primer paso para hacer realidad una Cuba mejor y, espero, una Cuba futura libre y democrática. Todo lo que alivie la penuria de los cubanos debe ser bienvenido. Si la sucesión se consolida por un tiempo, Castro podría servir a Cuba, como Mao a China.

Una Cuba democrática —como una China más abierta con Mao— produciría un juicio más completo sobre Fidel Castro. Mientras tanto, habría algún progreso si los comodines tuvieran la imagen de Castro.