Actualizado: 18/04/2024 23:36
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La nación del 'Patria o Muerte'

Espontáneo sentimiento en 1898 e institución en la República, el patriotismo es hoy ideología de Estado.

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En el poema final de su cuaderno Héroes (Miami, 1998), Néstor Díaz de Villegas destaca con cierta melancolía un hecho fundamental: la irreversible destrucción del sentimiento patriótico a manos de la Revolución. Al perpetuarse como lo ha hecho en nombre de la patria, se diría que el régimen de Castro la ha contaminado irremediablemente. La larga dictadura no ha destruido sólo la agricultura y las ciudades, sino también aquella emoción patriótica propia de los tiempos republicanos. Como no es posible, según Theodor Adorno, la poesía después de Auschwitz, no cabe el patriotismo después de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) y del Mariel. Al menos no como antes.

El poeta lo expresa a través de la imagen de multitud de banderas cubanas deterioradas: "Hay una rota, otra descolgada; / en menudos pedazos ya desecha / otra se agarra al cabo de una mecha, / esta está vieja y muy desmejorada. // Ya nunca anunciarán sentida fecha / ni los festejos de la patria amada, / siempre ondearán delante de la Entrada / donde algún vendedor taimado acecha. // Hileras de estropeadas banderitas / bailotean, abúlicas y plásticas / contra el cielo tisú como mosquitas // muertas, minimalistas y eclesiásticas: / en sus pechos de flámulas malditas / se adivina el latido de las suásticas".

El segundo verso responde, claro está, a un poema de Bonifacio Byrne que todos hemos conocido en la escuela primaria. La centuria que separa "A media asta" de "Mi bandera" ha visto no sólo la natural declinación del patriotismo desde la fundación de la República sino también, con la Revolución, lo que cabe llamar la muerte de la patria. Las banderas a media asta no simbolizan sólo un luto nacional por la destrucción del país; se trata, además, de la propia patria oficiando así su funeral. Ya desecha en menudos pedazos, nuestros muertos no se han levantado para defenderla.

Como se sabe, Byrne escribió sus célebres versos después de ver, a su regreso a la Isla en 1898, la bandera cubana junto a la de Estados Unidos a la entrada del puerto de La Habana. Contra la posibilidad de la anexión se consolidaba entonces un nacionalismo prorrepublicano que, como ha documentado Marial Iglesias en su libro Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902 (Unión, 2003), no era una simple estrategia de las élites sino un sentimiento profundamente popular.

Reconociéndose como ciudadanos de un futuro Estado nacional, los antiguos súbditos de la corona española llevaron a cabo interesantísimas "apropiaciones" nacionalistas de las ceremonias del cambio de soberanía y fueron en buena medida responsables tanto de la socialización de los símbolos patrios como de la difusión de la memoria de las guerras de independencia en la Cuba "entre imperios".

Paralelo a la separación de la iglesia y el Estado decretada por las autoridades norteamericanas, aquel espontáneo nacionalismo de los tiempos en que "el Himno de Bayamo era una melodía tarareada o silbada en las esquinas, las décimas a la bandera llenaban las páginas de los cancioneros de moda, el escudo se bordaba en los pañuelos que las novias regalaban a los novios, y las 'estrella solitarias' se llevaban en broches prendidos al pecho o en la hebilla del cinturón", tiene, como en los primeros años de la Revolución Francesa, tanto de fiesta como de religión patriótica. Y justo en ello radica la gran aproximación de la vida cotidiana y el espacio público que caracteriza a aquel período enmarcado entre las grandes celebraciones colectivas del 1 de enero de 1898 y el 20 de mayo de 1902.

Caída desde el esplendor

Luego llegó la República con sus sucesivas convulsiones y frustraciones. Muchos percibieron una caída desde el esplendor épico e intelectual del siglo XIX. "Al desinterés, siguió la codicia; a la disciplina, el desorden pugnaz; a la integridad de aspiración ideal, una diversificación infecunda; a la seriedad colectiva, el 'choteo', erigido en rasgo típico de nuestra cubanidad", afirmaba Jorge Mañach en 1925. Y Cintio Vitier dirá en 1958: "La patria, la bandera y el himno degeneran en vacío decorado. A la Revolución suceden los partidos; a la diana pura y vibrante en el amanecer del campamento, la charanga bullanguera despertando los instintos inferiores".


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