Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Cuba, Obama, Castro

La nueva política norteamericana

Queda claro con esta última negociación que la Iglesia católica se ha convertido en Cuba en un poder con suficiente legitimidad como para lograr algunos réditos a partir de la ayuda que le ha dado al gobierno

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En uno de los debates presidenciales antes de salir presidente, Obama afirmó que él estaba dispuesto a discutir el embargo sin “condiciones previas”. En el mismo debate, Hillary Clinton dijo que había que negociar con La Habana.[1] Seis años después el panorama político es diferente. Hillary afirma que hay que terminar con las sanciones a Cuba, y Obama, acaba de negociar con Cuba el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Este cambio de opiniones es significativo y no podemos obviar al analizarlo lo que ha sucedido entre 2008 y 2014. Es decir, la fecha en que Obama fue elegido presidente y el momento en que estamos ahora, caracterizado por la polarización más extrema, y el aislamiento del Presidente en la Casa Blanca.

Por empezar, su decisión de normalizar las relaciones con la Habana viene precedida de otra decisión no menos solitaria, la de “sacar de la sombras” a cinco millones de indocumentados. Esto viene unido, a su vez, a un incremento de las tensiones entre Rusia y Occidente, que han reactivado los viejos mecanismos de la guerra fría. Por último, responde a las exigencias de varios presidentes de Latinoamérica y grupos de intereses, que le han pedido a EEUU que reestablezca sus relaciones con la Habana. En este panorama complejo, no hay duda que Cuba ha sabido mover fichas. Estableció una componenda con la Iglesia católica, que primero le sirvió para deshacerse de los presos políticos, y ahora, para reestablecer las relaciones diplomáticas con EEUU.[2] Convenció a Brasil, para que invirtiera cifras millonarias en la modernización de su Puerto del Mariel, apostando contra toda esperanza, a que levantaran el embargo, y por último, tomó como cabeza de turco al contratista Alan Gross, cuya situación movilizó intereses y grupos de poder que lograron al final su liberación. Hace tres años ¿quién hubiera invertido un centavo en el puerto cubano con la esperanza de que levantaran el embargo? ¿Quién hubiera dicho que el Papa llamaría al Presidente de EEUU para pedirle que reestableciera las relaciones con La Habana? Nadie.

Pero La Habana sabe lo que hace. Tradicionalmente ha obtenido mucho más réditos de presidentes demócratas que republicanos. De ser un republicano hubiera corrido el riesgo de haber sufrido un “ataque quirúrgico” que levantara de cuajo al contratista de La Habana. Pero la política de “olvido” de Bush, y más tarde, la política de no intromisión en los asuntos de Hispanoamérica han provocado en gran parte de este panorama, haciendo posible primeramente que Cuba estableciera estas redes de intereses con Hispanoamérica, y que un presidente de Estados Unidos se siente a negociar con el dictador de La Habana. Por otro lado, Obama sabe también lo que hace, ya que reestableciendo las relaciones diplomáticas con Cuba complace a países como Brasil y China, que ahora tendrán pie asegurado en el Caribe para cuando pasen los super-tanqueros provenientes de Panamá por La Habana, y entorpece asimismo los planes de Putin, que busca aliados contra Occidente en el juego de pulso que tiene con los países de la OTAN.

Rusia, recordemos, hace poco anexó la península de Crimea, y ha hostigado sin cesar desde hace algún tiempo aviones y barcos europeos y norteamericanos en un intento de que le levanten las sanciones y posicionarse como un potencia mundial. Recientemente Putin le perdonó a La Habana más del 90% de su deuda y dijo que quería reforzar sus vínculos con los países latinoamericanos. ¿Podrá hacerlo ahora que el presidente Obama ha prometido mantener relaciones más flexibles con Cuba? ¿Podrá la disidencia aprovechar este nuevo contexto?

Hay que prestar atención a los dos aliados de Cuba en esta negociación: Canadá y la Iglesia. Es probable que si se mantienen las nuevas medidas que anunció el presidente Obama, las relaciones entre ambos países pasen a ser algo parecido a las que han mantenido Cuba y Canadá por los últimos 56 años. Canadá, por supuesto, no tiene la población de cubanos que hay en EEUU, y los que viven allí tampoco tienen el poder económico y político que sus compatriotas en Miami. Por otro lado, queda claro con esta última negociación que la Iglesia católica se ha convertido en Cuba en un poder con suficiente legitimidad como para lograr algunos réditos a partir de la ayuda que le ha dado al gobierno. ¿Querrá capitalizar ese poder en beneficios propios o ayudará con ello a favorecer quienes se han opuesto al gobierno? Personalmente no lo creo. La Iglesia en Cuba esta maniatada. Es un personaje cautivo con influencia externa pero poca en la Isla. De ella se sirve el Estado para negociar con los poderes extranjeros, pero la mantiene presa cuando se trata de su influencia en los cubanos. En cualquiera de los casos el nuevo contexto político revelará tarde o temprano los nuevos actores de este drama, del cual ha sido excluido completamente el exilio y la disidencia en Cuba.



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