Cambios
El delfín entre los tiburones
Presentando al recién llegado ante los que constituyen el núcleo del poder
Una noticia significativa, aunque pasada por alto por muchos que consideran conocer el tema cubano, fue la reciente celebración del aniversario número 55 de la fundación, primero, del Tercer Frente Oriental “Dr. Mario Muñoz”, y después, con unos días de diferencia, de la del Segundo Frente Oriental “Frank País”.
En un país sin futuro, donde el gobierno pretende vivir de la historia y del cuento, porque no hay presente que valga la pena mostrar, continuamente se conmemoran efemérides y se destaca la supuesta clarividencia de los patriarcas, el aplastante apoyo popular a cualquier cosa que le convenga al régimen, y la espantosa maldad del enemigo. ¿Por qué serían noticia, entonces, estas conmemoraciones hace unos días en la parte más oriental del país?
Primero, porque en esos cónclaves no papales se reúne la flor y nata de los guerrilleros cubanos del pasado siglo, las cepas genéticas de los combatientes “históricos”, quienes se hicieron del poder en 1959 y todavía se mantienen aferrados a disfrutar de sus mieles, a lo que representa, y a todos los privilegios que conlleva.
Y, segundo, por la diferencia específica de esta celebración con la que se realizó hace cinco años, al conmemorarse medio siglo de la fundación de esas entidades guerrilleras, fecha que debería, por lo redondo del número, haber sido más significativa y trascendente que la actual.
En aquella reunión de 2008 del Segundo Frente Oriental estuvieron presentes los mismos que esta vez, menos los que ya han muerto, naturalmente. Pero lo significativo entonces fueron las ausencias: hace cinco años no fueron invitados los supuestos herederos de entonces y favoritos de Fidel Castro, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, porque aquello era cosa “de hombres” y no “de comemierdas”. Sin embargo, esta vez resultó personaje destacado en la tribuna, y hasta orador, el favorecido por Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, recientemente designado Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros.
¿Cuál es la noticia? Pues que esas celebraciones se organizan para los guerrilleros, y participan pobladores de la zona que en aquellos tiempos los ayudaron, que no son vistos como extraños, sino cercanos colaboradores, que con su apoyo se ganaron el acceso al Parnaso verde-olivo. Por regla general, los “civiles” no participan en tales eventos. Como no queda más remedio por imperativos de protocolo, se invita al Secretario del Partido del territorio —que nunca deja de asistir—, pero la celebración es realmente asunto de los combatientes, un aquelarre de guerrilleros donde no se mencionan grados ni cargos formales, y las verdaderas jerarquías se establecen en base a la fecha en que “se alzó” cada uno: quién primero y quién después, y los “timbales” que mostraron.
Que Raúl Castro haya llevado a Díaz-Canel a ambas celebraciones —pero no en el viaje a Caracas para el velatorio de Hugo Chávez, saliendo desde Santiago de Cuba y regresando a la misma ciudad— demuestra claramente la intención de “presentarlo en sociedad” ante los tiburones, ante quienes constituyen el panal donde se liban las mieles del poder, y con un mensaje demasiado claro: no se confunda nadie, que Díaz-Canel tiene todo el apoyo de Raúl Castro.
Posteriormente, en los próximos tiempos, entre trago y trago, o entre el doble-seis y el doble-nueve mientras se juega dominó, vendrá la críptica conversación:
— ¿Qué te pareció el muchacho?
— Parece buena gente.
— ¿Te cayó bien?
— Sí, parece un tipo inteligente.
— ¿Qué tú crees de lo que habló?
— Bueno, no estuvo mal, pero creo que le faltan algunas cosas.
— ¿Cómo cuales?
— Yo creo que no sabe casi nada sobre ninguno de nosotros, ni de los tiros que tiramos, ni de los combates que hubieron [sic].
— ¿Y por qué no se lo enseñas tú, guajiro?
— ¿Cuándo se lo voy a enseñar?
— En cualquier momento.
— ¿Pero dónde, cómo?
— Déjame eso a mí: cualquier día te invito a ti y a otros comandantes a comer o a cazar, y lo llevo a él, para que puedan conversar entre todos.
— Ta’bien, así sí se puede.
Ya el proceso está en marcha. Con los diputados a la Asamblea Nacional no hubo problemas: era cuestión solamente de ordenarles levantar el brazo en señal de aprobación. En el Partido, tampoco: no se discute lo que viene “de arriba”. La población no cuenta: se entera por la prensa, y basta. Pero con los guerrilleros-tiburones las cosas son diferentes: con los hermanos Castro vivos no cuestionan nada, pero si faltaran ellos dos cualquiera se le podría atravesar al “muchacho”, que según las formalidades establecidas podría ser nada menos que Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas en caso de llegar a Presidente.
Por eso hay que “afincarlo” desde ya. No puede ser ascendido a general de a porque sí. Hay que ir creando condiciones poco a poco para que sea aceptado y no torpedeado, y fortalecer un entorno que le resulte favorable.
Raúl Castro, entonces, le regaló a José Ramón Machado Ventura el título de Héroe de la República de Cuba, honor reservado a combatientes destacados: los dos primeros reconocimientos de ese tipo se otorgaron en los años ochenta al después fusilado Arnaldo Ochoa, jefe de los cuerpos expedicionarios cubanos en Angola, Etiopía y Nicaragua, y a Abelardo Colomé Ibarra, conocido por “Furry”, actualmente Ministro del Interior. Ambos acumulaban acciones combativas suficientes para tal distinción, pero Machado, burócrata mayor, no tiene ninguna: solamente conspiraciones cortesanas y control de apparatchiks. Nada más.
Algunos dicen que Machado debe estar muy mal de salud y cerca de la muerte, por eso los honores. Otros dicen que lo preparan para Primer Secretario del Partido si Raúl Castro faltara. Yo creo que la distinción puede ser un agradecimiento a Machado por haber dado un paso al lado y facilitado el ascenso de Díaz-Canel. Sería una acción típica de Raúl Castro, sin descartar que también, como primer secretario, el burócrata mayor tendría un currículum reforzado con el título de Héroe, aunque sin batallas, cosa que saben muy bien los guerrilleros.
Mientras tanto, quienes crean que el heredero estaría entre el inepto Alejandro Castro Espín, o su hermana Mariela, tienen todo su derecho a pensar así, pero deberían tener en cuenta que, con excepción de la dinastía Kim en Corea del Norte, eso nunca sucedió: a lo más que llegaron Nicolau Ceacescu y Todor Yivkov fue a elevar a sus vástagos hasta el Buró Político, pero nada más.
Parece más factible un Presidente Díaz-Canel aprobado por los tiburones-guerrilleros-generales y “apoyado” por un asesor para la seguridad y la campaña anticorrupción como el (entonces ascendido) general Castro Espín, generales y coroneles al frente de la economía post-castrista, y una Mariela viajando por el mundo y defendiendo a la comunidad gay en el así llamado parlamento cubano, pero sin mucha más incidencia en el poder.
De cualquier manera, las actividades oficiales de Raúl Castro en estos días por las montañas orientales constituyen un buen intento de protección para un joven delfín que tiene que aprender a nadar entre viejos tiburones, y ser capaz de mantenerse vivo.
© cubaencuentro
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