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Actualizado: 15/05/2024 1:03

Sociedad

Lo que saca a flote el remolino

Ni en los más hambreados años de Machado, ni en los días más crueles de Batista, la gente humilde delinquió en masa.

Como un ciclón de fuerza cinco, por su poder demoledor, han catalogado las medidas contra la corrupción y el delito que hoy se aplican en Cuba. Pero es un calificativo exagerado. Esta nueva escaramuza del régimen no representa sino un pequeño remolino, útil, en todo caso, para que salga a flote parte de la mucha basura amontonada por otro ciclón, el verdadero, que nos azota desde hace casi medio siglo.

La razón que no tiene conciencia de sus propios límites es una débil razón, nos advirtió Pascal. Y he aquí el caso. Realmente si fuese necesaria una prueba, una más, del naufragio de esto que todavía llaman la revolución, bastaría con echar una ojeada a las nuevas medidas, a la forma de aplicarlas, a sus causas.

Siempre hubo pobres en la Isla. Siempre fueron muchas las personas cuyos ingresos no alcanzaban para satisfacer necesidades de primer orden. También existieron siempre —aunque quizás no en cifras tan alarmantes como las actuales— menesterosos, excluidos, vagos, indigentes, rastrojos sociales. Mas, lo nuevo, lo que no halla antecedentes en la historia de la familia cubana, es esta opción por el delito que hoy nos marca como norma común de supervivencia.

"Pobres pero honrados". Podría decirse que sobre este lema fue fundada nuestra nacionalidad, al menos en lo que respecta a los pobres. Ni en los más hambreados años de la dictadura de Machado, ni en los días más convulsos y crueles de Batista, la gente humilde de esta isla delinquió en masa como lo hace ahora. Es que ni siquiera en los tiempos perversos del dominio colonial.

La corrupción, la falta de decencia como práctica generalizada y sistemática eran cotos casi exclusivos de los políticos, de los poderosos, pero al hogar humilde de Cuba jamás podía llegar alguien con un producto robado entre las manos, sin que se le exigieran las correspondientes explicaciones y el reparo.

¿Qué ha sucedido entonces? ¿En qué momento, cómo empezamos a torcer aquella tradición tan arraigada? Y no sólo aquella, pues junto a este raro compadreo con el delito, actualmente nos aplastan también la desunión de las familias, la desconfianza, la incomunicación y hasta el odio entre amigos, parientes y vecinos, la agresividad y/o la delación como métodos para ventilar desacuerdos. ¿Cómo es posible que nos haya cambiado el carácter de una forma tan radical? ¿Es que acaso estamos involucionando como especie?

El origen del desaguisado

Por más vueltas que le demos, queda claro que el desaguisado es obra de esto que llaman la revolución. Pero, ¿de qué manera entender que una revolución que, según todas las consignas, se hizo para los humildes, termine arrasando con lo mejor, lo único verdaderamente válido que puede poseer un hombre humilde o un hombre cualquiera: sus valores espirituales y morales?

Escarbar en el nervio de tal interrogante es en verdad lo más provechoso que podrían hacer hoy, aunque sea para ellos mismos, quienes dirigen esto que llaman la revolución. Pero no lo harán. Porque primero necesitan reconocer la existencia del desaguisado. Y luego, decidirse a estudiar sin prejuicios y, claro, sin soberbia, sus reales orígenes, sus causas, que no están, como pretenden, en las pálidas reformas económicas introducidas en el país durante la década de los noventa.

Que busquen mucho más atrás, ellos sabrán dónde, ya que deben conocer justo el punto en que empezaron a ser desmontadas y reformuladas a la diabla, a demencial capricho, al dedo que dispone según batan los vientos, todas las estructuras económicas y sociales, las costumbres, las tradiciones, la cultura, las buenas maneras que distinguieron desde siempre al cubano como un ser honrado, trabajador, hacendoso, apegado a la familia y comedido ante la ley.

Examen, abierta autocrítica, objetividad, empeño sincero y racional por estirar las arrugas. Gobernar en vez de dominar. Eso es lo que harían ante todo los auténticos revolucionarios, y no ponerse a señalar culpables en la dirección en que sólo están las víctimas, no instrumentar medidas que, como bien sentencia el dicho popular, constituyen más rollo que película, utilizando a un batallón de adolescentes sin los conocimientos, ni la madurez, ni la formación indispensables, para hacer frente a una tarea propia de titanes o de magos.

Pero no. Resulta que nos despertamos una mala mañana y de pronto está armado el remolino. Se diría que el fraude y el pillaje nos cayeron del cielo o del infierno, que se han extendido de ahora para luego entre nosotros, como epidemia fulminante y contagiosa, pero que una vez más, todo quedará resuelto a golpe de bisturí. Los malos a la calle, los buenos, es decir, la nueva carne de cañón, a ocupar sus puestos. Y que siga la fiesta. Hasta el próximo operativo.

© cubaencuentro

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