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Actualizado: 06/05/2024 0:13

Sociedad

Por una verdadera pelota libre

Si la calidad no es sólo patrimonio exclusivo del béisbol bien pagado, el amor a la bandera y el orgullo nacional tampoco lo son del Estado.

A propósito de las emociones provocadas por el primer Clásico Mundial de Béisbol, celebrado en varias ciudades de América y Asia desde el 3 al 20 de marzo y en el que la selección de Cuba obtuvo un, para muchos, inesperado segundo lugar, un amigo —conocedor de mi predilección por este centenario y complejo deporte, y muchas veces testigo de la euforia, satisfacción y orgullo que me provocan los triunfos de los cubanos en los más encumbrados escenarios de esta disciplina— mostraba su asombro al ver que los éxitos del elenco no me entusiasmaban.

Para explicarle, recordé que cuando a principios de los años sesenta el gobierno revolucionario suprimió el deporte profesional y se apropió del pasatiempo nacional —como de todo lo demás—, Fidel Castro describió el proceso proclamando la "victoria de la pelota libre sobre la pelota esclava".

No hay que ser muy aguzado ni conocedor para discernir que en la visión del máximo líder "la pelota esclava" es aquella en que los atletas deciden cuándo y dónde competir de acuerdo con su talento y capacidades y que les permite obtener considerables beneficios económicos, así como la admiración y reconocimiento del gran público.

"La pelota libre" es la que, como todo lo demás en Cuba, es dirigida y controlada desde arriba para que los éxitos y logros sean atribuidos invariablemente al poder, y los fracasos y deficiencias se diluyan en manipulaciones y justificaciones sin cuestionamientos ni crítica.

En su comparación, Castro, una vez más, confundió los conceptos y las esencias. Lo que llamó pelota esclava debe calificarse en realidad como pelota asalariada: los jugadores establecen con los promotores contratos legal y jurídicamente fundamentados para obtener jugosas ganancias por sus performances atléticos. Prueba de que el béisbol rentado está muy lejos de ser esclavo es que en las Ligas Mayores de Estados Unidos existe un poderoso sindicato de jugadores y que estos han protagonizado varias sonadas huelgas en defensa de sus derechos. Por cierto, en la última intervino el entonces presidente Clinton para evitar una catástrofe de connotación nacional.

Peloteros como esclavos

Lo que sí se parece mucho a esa forma de relación social y producción —por suerte ya superada—, es el béisbol cubano actual, que, como muchas otras cosas de nuestra contemporaneidad, reproduce los esquemas y patrones de la Cuba colonial. Los peloteros cubanos, cual esclavos decimonónicos, deben desempeñarse en el lugar y la forma que sus amos determinen.

Por mucho que se destaquen, no tienen derecho ni esperanza de recibir una remuneración adecuadamente proporcional a su entrega deportiva. Como los esclavos, sólo reciben lo imprescindible para subsistir, junto a las dadivas y coyunturales premios. Está claro que el amo es quien determina cuándo y en qué proporción se reparten la subsistencia, las dadivas y los premios, para recordar en cada momento que es quien provee de todo a sus pupilos.

Al igual que nuestros infortunados ascendientes, los peloteros deben comulgar sin opción con la religión —en este caso ideología— de sus amos y esconder muy profundo sus verdaderos sentimientos y creencias. Ni qué decir que estos modernos esclavos de lujo no cuentan con mecanismo o instrumento alguno que los proteja de la arbitrariedad o la injusticia.

De más está afirmar que los jugadores —varias decenas en los últimos años— que han decidido "romper las cadenas", escapar y buscar espacio y horizonte en otras latitudes son vistos y tratados como verdaderos cimarrones y apalencados modernos. Dada la imposibilidad de perseguirlos y castigarlos físicamente, son víctimas de la omisión, la ofensa y la descalificación por parte de los amos "traicionados".

También aquella pelota que, según el discurso oficial, es mercantilista y deshumanizada cuenta con un extenso sistema de reconocimientos y respaldos a los atletas que han pasado por sus escenarios: el monto de retiro que a partir de cierta edad se paga a los peloteros que han jugado en las Grandes Ligas garantiza una vida decorosa para todos los que han actuado en la Gran Carpa.

La ascensión cada año al Salón de la Fama de alguna luminaria del pasado, la retirada del número de uniforme de los que han sido estrellas en un equipo para que los aficionados los puedan ver, por siempre, en las vallas de los estadios sede, así como la permanente recordación de los ídolos de siempre, son elementos que contribuyen a afianzar el valor, la trascendencia y la continuidad de lo que por más de un siglo ha sido el gran espectáculo para la nación norteña y todos los amantes del béisbol en el mundo.

En Cuba, las nuevas generaciones de aficionados no conocen siquiera los nombres de los que en épocas pasadas han dado glorias al deporte nacional. Son en extremo ilustrativas las declaraciones de Luis Giraldo Casanova, uno de los exponentes más grandes de esta "pelota libre", quien al retirarse del deporte activo expresó a un periodista: "No tengo ni bicicleta".

También Fernando Sánchez, miembro prominente de una dinastía de peloteros estelares, confesó públicamente no entender cómo después de dedicar al béisbol veinticinco años de su vida, con muchos récords y sin una sola sanción, no es tomado en cuenta por las autoridades para ningún reconocimiento.

Ansias y vocación de libertad

El Clásico Mundial desarrollado con todo éxito demostró muchas cosas: que no estamos tan lejos, con un poco de roce y experiencia, así como con la participación de nuestras estrellas asentadas con éxito en el béisbol norteamericano podemos codearnos de igual a igual con la elite. Este torneo ha servido además para demostrar a los atletas, dirigentes y aficionados cubanos que el talento atlético, las grandes ganancias que genera, la caballerosidad deportiva y el orgullo —sin condicionamientos ni manipulaciones— por representar al país de origen no son excluyentes ni incompatibles.

En esos días de buen béisbol, mientras en sus declaraciones de prensa las grandes luminarias de las Grandes Ligas —hasta ahora negadas por la propaganda oficial— mostraron su admiración y respeto por los peloteros de la Isla, todos los cubanos vimos que se puede ser estrella profesional, millonario, patriota y además una persona sencilla y afable. Si la calidad no es sólo patrimonio exclusivo de la pelota muy bien pagada, el amor a la bandera y el orgullo nacional no son patrimonio exclusivo del Estado policíaco.

También fue muy triste ver que en esa tan esperada fiesta que constituyó el primer Clásico Mundial, los atletas cubanos que dieron colorido al evento eran tratados como prisioneros por las autoridades de la Isla. Según parece, en el béisbol cubano los que generan el espectáculo y garantizan las emociones no merecen nada y, siempre agradecidos, deben cumplir con su obligación de darlo todo esperando por las gracias que el amo decida concederles.

El béisbol llegó a la Isla cuando se concretaba el nacimiento intelectual e institucional de la nación cubana y se convirtió rápidamente en símbolo de identidad. El béisbol cubano nació con ansias y vocación de libertad, por eso en sus primeros terrenos se conspiró y recaudó para la causa independentista, por eso varios de sus iniciadores marcharon a la manigua insurrecta para luchar por la libertad.

Hoy los amantes del béisbol en Cuba, persistentes e incansables seguimos soñando con el día en que nuestros ídolos deportivos no tengan que alcanzar el éxito y la gloria a costa del desarraigo y la nostalgia, con el día en que no necesiten escapar para evitar ser, hasta el fin de su vida atlética, bandera propagandística y objetos de manipulación política.

© cubaencuentro

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