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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Literatura

¿Coincidencia?

Lo más triste es que en Cuba un poeta tan vigoroso como Heberto Padilla sea apenas un remoto acto en la UNEAC.

Acaba de regresar una colega cubana de sus veintiún días habaneros y acabo de leer la polémica sobre Heberto Padilla, sostenida entre Pablo de Cuba Soria de una parte y Belkis Cuza Malé, Vicente Echerri y Jorge Luis Arcos, de la otra.

Exacta coincidencia. La amiga que retorna a clases se lamenta —"picadillo extendido" de por medio— de cómo el virus político, a pesar de que el Señor de las Moscas lleva un año fuera del cetro total, mantiene la fiebre oficialista, sigue polarizando la sociedad cubana con los fantasmas del "imperialismo yanqui" y la "revolución".

Exacta coincidencia. Los cuatro polemistas —muchos matices de por medio entre cada uno— también responden al mismo virus político que, celosamente engordado por el Poder, es obvio que también afecta a nuestras instituciones y circuitos culturales, a las valoraciones estéticas y artísticas.

¿Podría ser de otro modo? ¿Sucedería la misma dependencia de tratarse de un autor mexicano o dominicano? ¿Cómo sacudirnos el polvo que aún no es polvo sino bulto, carga, fardo alienante?

Los cuentos de La Habana que conversa la recién llegada en la sala de casa, entre preguntas por amigos comunes y chismes de la flora y fauna artísticas, mantienen el mismo precario inmovilismo que dejamos hace más de tres años. Ni avanza ni retrocede nada. El pantano huele más a rancio, pero sigue tragando tiempo, esperanzas.

Los textos de los cuatro escritores cubanos, cada uno a su modo o a su interés, sólo cambian detalles de lo que experimentamos hace más de una década, cuando el encuentro madrileño entre exiliados e insiliados que nos reencontrara en la célebre Residencia de Estudiantes. El axioma político subordina, en última instancia, las apreciaciones. La recepción se nubla, inevitablemente.

El inexorable paso del tiempo

Algunas reflexiones que esta coincidencia impulsa quizás nos remitan a las generaciones biológicas, no a la mecanicista "teoría de las generaciones". No es casual que en su testamento la irónica voz de Eliseo Diego nos dejara "el tiempo. Todo el tiempo". Es claro que cada promoción —con absoluto derecho— ofrece un ángulo distinto, que el tiempo y las "circunstancias" favorecen olvidos o rescates, depreciaciones o entusiasmos. Y es claro que el virus político ha perdido más filo entre los jóvenes que entre las generaciones mayores.

Un solo ejemplo: Alejo Carpentier. ¿Hay que coincidir con su ideario político para disfrutar y admirar Los pasos perdidos o El Siglo de las Luces? ¿Quiénes aún indagan —salvo sus biógrafos y fanáticos— en su militancia política? ¿Puede dudar alguien de que se trata de un orgullo para la cultura cubana —y del idioma— tener un narrador de esas eficaces repercusiones en la literatura del pasado siglo?

"Pasó el tiempo y pasó / un águila sobre el mar" —decía José Martí… El envejecimiento de los "motivos temáticos" y de las "filiaciones ideológicas", tal vez vaya inmunizando a los autores —no a las obras— de las bacterias que los políticos —el Señor de las Moscas y su tropa en primer lugar— imponen con alevosa voluntad de dominación. Pero es obvio que nada puede impedir la contextualización histórica de cualquier mensaje.

Y aquí entra de nuevo el inexorable paso del tiempo: los ancianos guerrilleros y sus seguidores no resisten que la decrepitud le haya caído a su sistema de dominación, que ahora representen lo más conservador dentro de la sociedad cubana. Por ello logran que lo político mantenga la hegemonía, saben que sus privilegios dependen de mantener el juego de los años sesenta.

Pero esa certeza —la manipulación de que somos víctimas, estemos donde estemos— no nos exime del padecimiento. Lo aleja, nos permite ponerlo entre paréntesis. Reduce, subjetiviza las coloraciones, aunque apenas deja resquicios. Por ahora siempre va al blanco o al negro, por lo general incluyendo a los jóvenes escritores, sobre todo a los que han salido del país. Es decir, a los que "congelaron" —como nosotros— su resentimiento, el maltrato sufrido.

Su torpeza verbal, no su 'asunto'

La colega vuelve a México espantada de cómo la farsa cavernícola se sigue representando con pertinaz voluntad subyugante, porque el sencillo acto de asistir y asentir siempre ha sido el objetivo del Poder, mucho más si apenas deja opciones: silencios, evasivas, neurastenias, bolas, choteos…

Sería una hipocresía negar que mientras subsista la dictadura, no podremos iniciar —desde ópticas en verdad pluralistas— el análisis y valoración de este medio siglo de vergüenzas y errores, de horrores y miedos, de hasta inconscientes formas de sustentar los poderes de las políticas. Lo otro es la culpa ajena y la autolástima, sobre las que tantos lugares comunes revolotean.

Entonces, cuando iniciemos el complejo y complicado proceso hacia una sociedad civil sin virus político, sin talibanes de ninguna tendencia, será mucho más sano propiciar polémicas literarias sobre cualquier obra o autor. Aunque inevitablemente la cercanía temporal añada sesgaduras donde la hermenéutica quede detrás de la mampara.

La colega que arriba a México desde nuestro arruinado archipiélago, comenta de las librerías clandestinas. Ni allí aparecen los libros de Heberto Padilla… Tampoco tantos otros, apenas el azar. No hay circuito de lectores, de referencias obligadas. Imagino a un adolescente, nacido tras la caída del Muro de Berlín, en el fondo del eufemismo que conocemos como "período especial": ¿Sabrá lo que significó Fuera del juego para la cultura cubana, para su dignidad y decoro?

Por supuesto que las polémicas no van a sentarse a esperar los inexorables, aunque demorados —otra vergüenza nacional e internacional— cambios. Pero la reflexión crítica no puede ignorar que entre Blake y el álbum de un tirano no hay ninguna distancia temporal, sólo palabras. Lo que debilita cualquier texto es su torpeza verbal, no su "asunto" —como diría Perogrullo.

Precisamente lo que el oficialismo aconsejó en los años noventa —y hasta hoy— es que los poetas volvieran a los temas "intemporales" (Sic.), a las musas griegas. No pocos mordieron ese anzuelo y aún no digieren el pescado ciguato.

Lo más triste es que allá dentro, en el espacio natural de cada uno de nosotros, un poeta tan vigoroso como Heberto Padilla sea apenas un remoto acto en la UNEAC, un lejano caso donde el furor y el misterio de su poesía hoy carece de eco, de resonancias.

Quiera Dios que los jóvenes y no tan jóvenes poetas cubanos —estén donde estén, con las ideas políticas que se les ocurra no imponer— puedan alcanzar —ADN incluido— la reciedumbre audaz y frágil de quien fuera la primera voz fuerte tras el coro de Orígenes, mucho más allá de los equívocos que la etiqueta coloquialista trajo.

© cubaencuentro

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